El cambio que pudo haber sido y no fue
V¨¢clav Havel, dramaturgo, poeta, ex disidente e instancia moral en noviembre de 1989 de la revoluci¨®n de terciopelo en Checoslovaquia que acab¨® con la dictadura comunista, se dispon¨ªa a entrar ayer en la historia como el primer europeo que preside en este siglo dos Estados diferentes. Ayer, medio a?o despu¨¦s de dimitir como jefe del estado de Checoslovaquia, estaba a punto de ser elegido, por una exigua mayor¨ªa, como presidente de la reci¨¦n creada Rep¨²blica Checa, que es, con Eslovaquia, el Estado m¨¢s joven de Europa.Havel vuelve al escenario europeo como m¨¢ximo representante de unos de sus Estados y volver¨¢ a deleitar a sus admiradores con sus discursos ilustrados, cultos y plenamente comprometidos con la tolerancia y la pluriculturalidad europea. Sin embargo, y muy probablemente para desgracia de Europa, Havel ya no es aquel gran mascar¨®n de proa de la democracia, la liberalidad y el desaf¨ªo antitotalitario que era cuando desde aquellos balcones sobre la plaza de San Venceslao en Praga decret¨® por aclamaci¨®n el fin de la dictadura comunista y el triunfo de la raz¨®n. En lo primero estaba en lo cierto, en lo segundo erraba.
El Estado que dirig¨ªa Havel, que pas¨® por la pesadilla que comenz¨® en M¨²nich en 1938 cuando Occidente vendi¨® a Checoslovaquia por unos meses de paz, y que sufri¨® por la ocupaci¨®n nazi y la casi interminable sovietizaci¨®n, ya no existe. Hace un a?o, Eslovaquia, parte del Estado que dirig¨ªa, lo repudi¨® como desinteresado y ajeno a los intereses eslovacos.
Havel dimiti¨® como presidente checoslovaco el 17 de julio de 1992, consciente ya que el Estado que presid¨ªa estaba condenado a la muerte. La propuesta que lanz¨® en noviembre de 1989 a sus conciudadanos checos y eslovacos de aprovechar el momento hist¨®rico para construir un Estado mejor de las cenizas de la dictadura fue recibida con entusiasmo.
Meses despu¨¦s, sus conciudadanos hab¨ªan olvidado sus consignas de espiritualidad y lirismo y se rend¨ªan a las realidades econ¨®micas, la eslovaca y la checa, tan contrapuestas que habr¨ªan de sellar la divisi¨®n y el fin de Checoslovaquia, fundada por un gran hombre, Thomas Garrigue Masaryk, y enterrada por este otro que compart¨ªa sus sue?os.
Havel ser¨¢ jefe de Estado, pero el l¨ªder indiscutido en este nuevo Estado checo es V¨¢clav Klaus, el prosaico primer ministro al que importan menos ideas, pasiones y compasiones que las cifras. Havel entra de nuevo en la pol¨ªtica, pero ya como mero recuerdo de lo que el cambio pudo haber sido y no fue.
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