El patrimonio y la historia
Una vez me fij¨¦ la tarea de descifrar esa inscripci¨®n, Ytalia, con y griega, que aparece en un fresco de la bas¨ªlica de San Francisco, en As¨ªs. Cimabue dibujaba Italia con casas hacinadas, c¨²pulas, agujas, campanarios, palacios uno encima de otro, una especie de representaci¨®n m¨¢s que una r¨ªgida jerarqu¨ªa entre lugares, personas, ciudadanos y arist¨®cratas como s¨ªmbolo del caos, del amontonamiento, del desorden. Y todo ello con la concisi¨®n de un camafeo. Es esa Ytalia, la de Cimabue, la que nos sigue interrogando, entonces y siempre. Ahora, en el debate gubernamental sobre la sombr¨ªa crisis siempre inminente, se ha introducido un elemento nuevo, el debate sobre el patrimonio art¨ªstico, gracias a un ministro de Bienes Culturales que no pertenece a ning¨²n partido, un ex editorialista de La Repubblica, Alberto Ronchey.Los italianos poseemos un patrimonio art¨ªstico que es casi la mitad del mundial. Pero s¨®lo un 0,21 % del presupuesto de un Estado en crisis se destina a su salvaguardia. Francia consagra el 3%, Dinamarca el 18%, B¨¦lgica el 10%, etc¨¦tera.
El historiador m¨¢s serio del pa¨ªs, Amedeo Maiuri, dice que Italia es como el vientre de una coneja, donde los hijos est¨¢n en capas. Si las piezas expuestas ascienden a 100.693, las obras que est¨¢n en los s¨®tanos son 10 millones. Conque podemos llegar a la conclusi¨®n de que el 70% de las obras de arte est¨¢ encerrado en almacenes.
Todos sabemos que, al renunciar a su patrimonio, una sociedad no renuncia solamente al arte, sino a su propia historia. Mundo adelante, y m¨¢s concretamente a 200 kil¨®metros de Montreal, encontr¨¦ una vez un museo dedicado a los 100 a?os de la ciudad. Para ellos, un siglo equival¨ªa a milenios. En el interior del museo, la ¨²nica obra de arte era la dedicada a la migraci¨®n de los gansos, con planimetr¨ªas y dibujos que reproduc¨ªan sus recorridos desde remotas playas hasta Canad¨¢. Pens¨¦ en el abandono no tanto de mis gansos del Capitolio cuanto del Capitolio en s¨ª, que se alza sobre las soberbias ruinas de la antigua Roma. Italia tiene un Ministerio de Bienes Culturales, el m¨¢s joven de todos, fundado hace s¨®lo unos 15 a?os, en el ignorante reino democristiano y de la partidocracia, que dura desde hace casi cuarenta a?os. Los partidos gubernamentales italianos, a menudo zafios y entregados al latrocinio con especializaci¨®n planetaria en comisiones, consideraban el de los Bienes Culturales como un ministeriucho de poca monta, atribuible a un partido menor, e incluso a una mujer, porque, total, en Italia, esos bienes importan muy poco. De Gaulle hab¨ªa encargado a Malraux del arte. Nosotros nombramos a una maestra siciliana, perteneciente al microsc¨®pico PSDI, y despu¨¦s a un tal Facchiano, que, para nutrir el presupuesto que protege los inmensos bienes de Italia, quer¨ªa lanzar una loter¨ªa como las quinielas...
Quiz¨¢s ahora, con la llegada de Ronchey, algo cambie en la pol¨ªtica de parcelaci¨®n, en la demagogia pol¨ªtica de viejo cu?o electoralista. Pero los sindicatos arremeten contra la ley Ronchey, destinada a reordenar los 801 museos italianos, as¨ª como a cualificar a su personal (plet¨®rico en el sur y enteco en el norte). Corporativismo sindical, defensa demag¨®gica del personal, absentismo. Goethe dec¨ªa: "Todos somos viajeros y buscamos Italia". Pero ?cu¨¢ntas veces los viajeros de hoy en cuentran cerrados a cal y canto los museos italianos que buscan? A m¨ª me pas¨® en N¨¢poles, donde quer¨ªa visitar el Museo de San Martino para encontrar la historia viva de la revoluci¨®n de 1799, hecha por ingenios ilustrados contra los feroces Borbones, que degollaron a todos los insurrectos. Contaba 20 a?os o poco m¨¢s cuando lo visit¨¦ por vez primera. La bella Eleonora Fonseca Pimentel hab¨ªa entrado en m¨ª como la m¨¢s familiar de las hero¨ªnas, con su Monitore Napoletano, el "diario de la Rep¨²blica Partenepea" dirigido por ella. ¨²nico ejemplo de mujer que tuvo en sus manos un peri¨®dico pol¨ªtico en el curso de una revoluci¨®n. Despu¨¦s fue reeditado por Croce, con una biograf¨ªa no s¨®lo filos¨®fica, sino de amor hacia esa magn¨ªfica pensadora. Y periodista l¨²cida y moderna (mucho m¨¢s que muchos de nuestros fanfarrones), poetisa, latinista y cient¨ªfica. Los feroces Borbones la ahorcaron con otros patriotas en la plaza del Mercado. Eleonora ten¨ªa 46 a?os. Les iba con tando alegremente todo eso a los dos amigos que me acompa?aban, un franc¨¦s y un espa?ol. Describ¨ªa lo que pronto ¨ªbamos a ver:, las reliquias, las banderas, los uniformes de los revolucionarios, las monedas de la Rep¨²blica, la decoraci¨®n de las estancias de la ¨¦poca, intactas. Pero, en la taquilla, un guardi¨¢n enfurru?ado nos detuvo: "El museo que buscan ya no est¨¢". "?Han cerrado el museo? ?Est¨¢ usted de broma?", me agitaba. Y ¨¦l, tan tranquilo, replicaba: "No lo hemos cerrado, pero, en vez del que ustedes buscan, hemos puesto los belenes napolitanos". En efecto, a la izquierda, bajo espesas arquetas, se vislumbraban en diversas salas los admirables belenes de los siglos XVII y XVIII. Pero la ciudad se alejaba a velas desplegadas de su historia, renunciaba a su identidad y a la de Europa, donde N¨¢poles hab¨ªa constituido el entrelazo m¨¢s avanzado de la Ilustraci¨®n, y no s¨®lo mediterr¨¢nea, entre Espa?a, Francia, Austria e Inglaterra. Todos, desde los Borbones a los jacobinos franceses, a la austriaca, Carolina y al almirante ingl¨¦s Nelson, dieron all¨ª las batallas decisivas que delinear¨ªan el futuro no s¨®lo de N¨¢poles, sino de Europa.
Al final compramos el cat¨¢logo de los belenes, porque ya no queda rastro, ni una m¨ªsera postal, del museo de 1799. Tristemente, como todos los turistas, incluso los japoneses y los infatigables holandeses, nos pusimos en marcha para subir al Vomero. A lo largo de la calleja se abr¨ªan decenas de tiendas que vend¨ªan corales grandes y peque?os y amuletos en forma de cuerno, de todas las dimensiones. N¨¢poles y su museo, abajo, desaparec¨ªan bajo un gris diluvio como si nunca hubieran existido. Y compramos los talismanes-cuernos. Escribo este testimonio para EL PA?S porque creo que el patrimonio art¨ªstico italiano pertenece a toda Europa, y mucho, en este caso, a Espa?a. Creo que nuestros partners europeos deber¨ªan reivindicar lo que se llama el derecho a la injerencia para salvaguardarlo. Entre nosotros nadie quiere saber que si no nos dejan al margen de Europa, si ocurre algo, permaneceremos dentro no por la promesa de "buen gobierno" de Amato, no por la plegaria a la Providencia Divina del presidente Scalfaro, ni por la Scala que reabre sus puertas con Verdi en la corrompida Mil¨¢n, sino porque nuestro patrimonio art¨ªstico constituye algo ¨²nico que brindar a Europa, una identidad cultural vast¨ªsima, una inmensa civilizaci¨®n que a todos nos une.
Marla Antonietta Macciocchi es escritora y periodista italiana.
Traducci¨®n: Esther Ben¨ªtez.
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