Paisaje interior
Luis ClaramuntGaler¨ªa Juana de Aizpuru. Barquillo, 44, 1?. Madrid. Hasta el 12 de febrero.
Hay a lo largo de la trayectoria de Luis Claramunt un desplazamiento elocuente en relaci¨®n a los motivos que incitan la mirada del pintor y el tipo de pacto que ¨¦sta establece. Me he referido ya en otras ocasiones anteriores al lugar esencial que ocupa en la apuesta de Claramunt una manera compulsiva de entender la existencia -que establece su relaci¨®n con el mundo bas¨¢ndose en las aristas por las que ¨¦ste muestra mejor esa desgarrada intensidad en la que el artista busca reconocerse-, y en la que la pr¨¢ctica de la pintura se aborda no como una realidad separada, sino como anhelo de mantener intacto en el lienzo ese estado febril que, en su caso, vertebra por entero vida.En el camino de ese impulso que persigue llevar hasta m¨¢s all¨¢ de sus l¨ªmites -haciendo saltar, literalmente, de sus goznes el estereotipo-, la pintura de Claramunt ha ido dejando atr¨¢s aquellos escenarios de variada tipolog¨ªa en los que interrogaba su propia afinidad. Se abre en ello paso la conciencia de que, por c¨®mplice que resulte, no es el motivo el que condiciona la intensidad del acto de pintar, sino que su posibilidad se concentra, ante todo, en el sujeto que enfrenta a esa acci¨®n y al clima, de la acci¨®n misma.
Como ya anunciaban sus ciclos m¨¢s recientes, los motivos tienden a reducir su n¨²mero, a volverse incluso m¨¢s neutros, y las series se abren precisamente, desde la reiteraci¨®n de una misma imagen estructural, a partir del clima, marcado por el pintor en los sucesivos enfrentamientos.
Cambiando de tercio respecto a las incitaciones m¨¢s corporales y urbanas que definieron su anterior exposici¨®n en este mismo espacio, las telas de esta nueva muestra se centran en el paisaje. La imagen espectral de un ¨¢rbol vertebra la acci¨®n del pintor sobre lienzo, y su reiteraci¨®n no testimonia calendario alguno de inasibles y fugaces impresiones, sino, al contrario, un parte clim¨¢tico bien distinto, el de las oscilaciones t¨¦rmicas en la acci¨®n visceral del pintor. Y marcan ¨¦stas un espectro dominado por la densidad gestual del color, que en un extremo alcanza una plena saturaci¨®n para, vaci¨¢ndose gradualmente, definir su opuesto -en un l¨ªmite ya apuntado por la muestra anterior- en el grafismo que hiere la desnudez del blanco, como un modo especular, y hasta m¨¢s terrible, de la intensidad.
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