Retrato de una desconocida
Casi una diosa
De Jaime Salom. Int¨¦rpretes: Carmen El¨ªas, Eusebio Poncela, Carlos Hip¨®lito, Helio Pedregal. Escenograf¨ªa y vestuario: Andrea d'Odorico. Direcci¨®n: Miguel Narros,
Teatro Bellas Artes, 4 de febrero.
Tengo a Gala (Dal¨ª) encerrada en la torre de las mujeres odiosas, con algunas m¨¢s: bastantes de su ¨¦poca y de su ¨¢mbito, y no pocas rusas. Mujeres fuertes para genios d¨¦biles, como fueron generalmente los surrealistas de Par¨ªs: dominantes, avaras, dictadoras, explotadoras. ?sta, al menos, no era fr¨ªa, pero gast¨® en mozos el dinero de sus genios: hay quien dice que sin ella Dal¨ª hubiese trabajado menos -probablemente-, y quien cree que hubiera trabajado mejor. No es machismo: tengo tambi¨¦n hombres encerrados -en torre aparte, por supuesto- por comportamientos parecidos con las mujeres. Y con otros hombres.Sin embargo, viendo el resultado del trabajo de Jaime Salom y su encarnaci¨®n por Carmen El¨ªas, me inclino un poco m¨¢s hacia ella y su ambiente, creados por Andrea d'Odorico y Miguel Narros. La obra no es biogr¨¢fica, hay rasgos documentales bien estudiados -no es la primera vez que Salom trabaja este g¨¦nero-, hay citas literales y literarias bien manejadas y tiene un aire de cr¨®nica.
Boceto de Gala
Sin embargo, son tantas las cosas que elude -la pol¨ªtica, las luchas interiores del surrealismo, las guerras que pasan con apenas una referencia, los personajes clave y la clave de los personajes masculinos- mientras insiste en otras -sobre todo las libertades y ansiedades sexuales-, que, con tantas verdades, lo ¨²nico que hace es un boceto de Gala: personaje naturalmente trascendental y ¨²nico en su tiempo, pero tratado muy amistosamente. Hace muy bien: est¨¢ en su derecho, y yo en el m¨ªo de interesarme por la obra y dejar a Gala en la torre de las castigadas. Como tambi¨¦n est¨¢ en su derecho de presentar la breve narraci¨®n y la importante documentaci¨®n literaria -a la que deja soldada su propia prosa, naturalmente- en momentos sueltos, con saltos de tiempo, con impresionismo.
Queda dicho que Carmen El¨ªas compone la figura con la misma benevolencia y que le da una magia que probablemente no es la de la retratada, pero s¨ª la de la actriz; se puede a?adir que Eusebio Poncela compone casi milagrosamente un personaje imposible, que es el de Salvador Dal¨ª: no deja de remedar su locura cotidiana, sus tics y la caricatura de s¨ª mismo en que se convirti¨®, pero tampoco deja de hacer un personaje verdaderamente ¨²til, dentro de la posible realidad; y Helio Pedregal tiene un papel m¨²ltiple para ayudar a la acci¨®n, en el que frecuentemente es Luis Bu?uel -y el secretario de la se?ora, y el padre-, y tampoco se pasa ni se escatima; y Carlos Hip¨®lito hace un Paul Eluard muy convincente de figura, delgado y elegante, y triste: si le falta carne es porque el autor ha ido a poner m¨¢s en los otros personajes. En todo se reconoce la mano maestra de Narros.
Los espectadores se re¨ªan con Dal¨ª, y con la avaricia de Gala (de Eluard, la mayor¨ªa no ten¨ªa gran idea) sobre las an¨¦cdotas conocidas de la avaricia y las escenas del disparate: es decir, que recog¨ªan los arquetipos de las historias que el autor no escatima. Los estrenos de Narros y sus muchachos son siempre estruendosos en los aplausos, y ¨¦ste tampoco fall¨® y hubo aclamaciones para todos.
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