Inflaci¨®n, actividad y ajuste
El an¨¢lisis de la coyuntura por- la que atraviesa una econom¨ªa nacional determinada es siempre interesante a efectos de los peque?os retoques que la pol¨ªtica econ¨®mica vigente pueda requerir en ese momento y, por tanto, cuanto m¨¢9 informaci¨®n procese tanto mejor. En momentos como el actual en los que lo que puede estar en juego es la propia pol¨ªtica econ¨®mica, un an¨¢lisis de coyuntura bien hecho parecer¨ªa condici¨®n indispensable para poder expresar una opini¨®n m¨ªnimamente informada.Que el momento es delicado deber¨ªa ser obvio a la luz de las discusiones cotidianas que en los m¨¢s diversos foros econ¨®micos nacionales y europeos ponen sobre la mesa cuestiones de inestabilidad monetaria, de confecci¨®n y reparto del presupuesto comunitario y de procesos de ajuste nacionales. Sin embargo, la discusi¨®n viene de bastante m¨¢s atr¨¢s, y es mucho m¨¢s dr¨¢stica.
En efecto, durante las d¨¦cadas de los cincuenta y sesenta, los economistas pod¨ªan simult¨¢neamente estar en punta en la teor¨ªa macroecon¨®mica y sentirse progresistas en cuanto a la distribuci¨®n de la renta y la riqueza. El manejo de la demanda agregada parec¨ªa haber vencido la naturaleza c¨ªclica de la eco nom¨ªa de mercado, al tiempo que ese manejo se hac¨ªa posible gracias a un sector p¨²blico que pon¨ªa en funcionamiento el llamado Estado del bienestar. Problemas de pagos internacionales y el primer choque energ¨¦tico rompieron la coincidencia feliz anterior. La consiguiente concepci¨®n de la pol¨ªtica econ¨®mica como pol¨ªtica de oferta, as¨ª como los desarrollos te¨®ricos sobre la incapacidad del sector p¨²blico de afectar a la econom¨ªa real, se desvinculaban de la redistribuci¨®n a trav¨¦s del Estado del bienestar. De hecho, las econom¨ªas necesitaban el ahorro, no para paliar diferencias, sino para reparar el aparato productivo.
Una serie de acontecimientos bien conocidos han problematizado la teor¨ªa y la pr¨¢ctica de la pol¨ªtica econ¨®mica hasta alcanzar la confusi¨®n actual. Jap¨®n hace tiempo que pone en pr¨¢ctica medidas heterodoxas y el triunfo de Clinton en Estados Unidos presagia un aumento del gasto p¨²blico en infraestructuras a expensas, se espera, de los gastos en defensa.
En una situaci¨®n de confusi¨®n como la descrita, en la que no hay teor¨ªa un¨ªvoca que gu¨ªe nuestros pasos, los economistas no tenemos m¨¢s remedio que volver la vista a los hechos y concentrarnos en un an¨¢lisis cuidadoso de la coyuntura.
Referencias europeas
Adem¨¢s, en el contexto de integraci¨®n europea, el an¨¢lisis coyuntural de una econom¨ªa dom¨¦stica queda incompleto si no se realiza conjuntamente con el de las otras econom¨ªas. As¨ª, en esta nota se analiza la producci¨®n industrial y la inflaci¨®n en las econom¨ªas espa?ola, alemana, francesa, italiana y brit¨¢nica (que deber¨ªan ser nuestras referencias europeas).
El gr¨¢fico 1 recoge el crecimiento subyacente (crecimiento anual de la tendencia) y las expectativas de crecimiento a medio plazo de los ¨ªndices de producci¨®n industrial (IPI) de los cinco pa¨ªses mencionados. De dicho gr¨¢ficos se deduce que la producci¨®n industrial espa?ola ha empeorado en 1992 respecto al a?o anterior, ya que en el a?o en curso est¨¢ registrando sistem¨¢ticamente un crecimiento subyacente negativo alrededor del 2%, que es inferior a la senda de crecimiento de 1991. Adem¨¢s, las perspectivas a medio plazo (uno o dos a?os por delante) son tambi¨¦n malas, ya que se sit¨²an en crecimientos negativos del 1,5%.
Por otra parte, el gr¨¢fico 1 indica que la situaci¨®n de la producci¨®n industrial espa?ola en 1992 es similar a la de los otros cuatro pa¨ªses considerados, excepto Francia, que es el ¨²nico pa¨ªs que se mantiene con tasas positivas, aunque muy pr¨®ximas a cero. Para todos estos pa¨ªses, las perspectivas a medio plazo consisten en que se mantenga aproximadamente la situaci¨®n actual. La gravedad de la recesi¨®n de 1992 respecto a 1991 radica en que, al menos en la primera parte de 1991, hab¨ªa un pa¨ªs -Alemania- con tasas claramente positivas que pod¨ªa tirar del resto de pa¨ªses, pero eso ha desaparecido por completo desde la segunda mitad de 1991 pasando, pues, la recesi¨®n a ser general en todos esos pa¨ªses.
La inflaci¨®n
En el cuadro adjunto se recoge la situaci¨®n inflacionista en estos pa¨ªses europeos considerados. En concreto, para Espa?a la inflaci¨®n acumulada en el IPC en diciembre de 1992 ser¨¢ alrededor del 5,4%, de lo cual un punto porcentual debe descartarse, ya que es debido a los cambios en la imposici¨®n indirecta, IVA e impuestos especiales, y oculta, por tanto, los logros obtenidos en la inflaci¨®n por los factores productivos. Descartar estos efectos es importante, pues en cuanto en cuanto no van a darse el a?o pr¨®ximo, las expectativas de inflaci¨®n son claramente inferiores a los niveles de inflaci¨®n que s computan para el momento presente.
Las expectativas de inflaci¨®n a lo largo de 1992 han disminuido alrededor de un punto porcentual; no obstante, con ello todav¨ªa la inflaci¨®n espa?ola se sit¨²a alrededor del 4,5%. Estos valores son similares a los de las inf1laciones italiana y brit¨¢nica, pero superiores a la alemana y sobre todo a la francesa. Adem¨¢s, tal nivel inflacionista espa?ol viene tremendamente dominado por la inflaci¨®n en los mercados de servicios.
La exigencia de convergencia que Espa?a se ha autoimpuesto nos ha llevado a una lucha anflinflacionaria que, como acabamos de ver, ha tenido ¨¦xitos notables con la excepci¨®n del sector servicios. Como, por otro lado, y a pesar de las dos devaluaciones de la peseta, los tipos de inter¨¦s nominales en Espa?a han permanecido, altos por necesidades de financiaci¨®n del d¨¦ficit p¨²blico, los tipos de inter¨¦s reales, y muy especialmente los tipos exante, han crecido de manera notable.A partir de las expectativas de inflaci¨®n a corto y medio plazo en cada momento del tiempo se han construido en el gr¨¢fico 2 los tipos de inter¨¦s reales ex-ante para las operaciones en el mercado interbancario a tres meses, las letras del Tesoro y la deuda p¨²blica. El gr¨¢fico muestra que tales tipos han ido subiendo a lo largo de 1992, situ¨¢ndose en septiembre de este a?o entre el 9% y el 10%.
Tipos de inter¨¦s reales de tal magnitud suponen un freno para cualquier proceso de recuperaci¨®n econ¨®mica, y la atenci¨®n de los economistas debiera centrar se en reducir, de forma ortodoxa dichos tipos. Su magnitud refleja la escasez de ahorro y su crecimiento reciente (v¨¦ase el gr¨¢fico 2) pone de manifiesto que dicha escasez se hace cada vez m¨¢s acuciante para la salida de la recesi¨®n. Como el ahorro familiar y el empresarial dependen, a su vez, b¨¢sicamente del nivel de actividad, la pol¨ªtica econ¨®mica no tiene m¨¢s remedio que pasar por una reducci¨®n dr¨¢stica del desahorro p¨²blico, que representa un d¨¦ficit p¨²blico que en 1992 rozar¨¢ el 5% del PIB. LAD
Conclusiones
A pesar de las incertidumbres apuntadas en la introducci¨®n, un buen an¨¢lisis de coyuntura es muy capaz de poner el dedo en la llaga: la falta de ahorro nacional. En estas condiciones, y si Espa?a quiere efectuar las inversiones necesarias para dar trabajo a su poblaci¨®n activa, s¨®lo tiene dos opciones: o vender Espa?a al extranjero (o, por ser m¨¢s precisos, seguir haci¨¦ndolo) o regenerar el ahorro nacional.
A pesar de recientes fervores internacionalistas seguimos creyendo imprescindible el mantenimiento de los centros de decisi¨®n, por lo que no nos queda m¨¢s remedio que admitir que no nos podemos seguir permitiendo el desahorro que el d¨¦ficit p¨²blico implica.
En una econom¨ªa desarrollada hay que atender pensiones de jubilaci¨®n dignas, hay que man-, tener ciertos niveles del subsidio de desempleo y no puede dejar de ofrecerse ciertos servicios p¨²blicos. La mayor¨ªa de estos gastos no pueden reducirse significativamente (tal como han puesto de manifiesto algunos globos sonda, sobre, por ejemplo, el subsidio de desempleo o los gastos de sanidad) ni es f¨¢cil imaginar la privatizaci¨®n de los correspondientes servicios.
Como consecuencia, conseguir las reducciones previstas del d¨¦ficit p¨²blico exige una reforma de la Administraci¨®n p¨²blica, que muy bien podr¨ªamos calificar de reconversi¨®n administrativa. Esta idea puede parecer ut¨®pica, pero la necesidad acabar¨¢ imponi¨¦ndose. Como los servicos p¨²blicos son un bien no comercializable internacionalmente, la apertura de mercados no supondr¨¢ presi¨®n alguna hacia la provisi¨®n eficiente de los mismos. Por ello debe ser el Gobierno el que corra con los costes pol¨ªticos de su puesta en pr¨¢ctica. No s¨®lo hay que proceder ordenadamente a reducir los costes de personal de la Administraci¨®n mediante la racionalizaci¨®n del trabajo y de las plantillas, sino que tambi¨¦n hay que proceder a asignar prioridades valientes poniendo m¨¢s ¨¦nfasis en el crecimiento de partidas que, como la educaci¨®n, mejoran nuestra competitividad, que en el crecimiento de otras, como no pocos gastos sociales, que aunque nunca lleguen a alcanzar niveles satisfactorios, han disfrutado de incrementos significativos en los ¨²ltimos a?os.
En nuestra opini¨®n, la econom¨ªa espa?ola ha alcanzado unos niveles de apertura exterior y de modernidad interna que la capacitan para ocupar un lugar digno en el concierto de los pa¨ªses europeos con los que nos hemos comparado en este art¨ªculo. Pero esto no va a ocurrir de forma instant¨¢nea, sino que exige un saneamiento profundo del sector p¨²blico sin el que muchas esperanzas quedar¨¢n defraudadas.
C¨¢tedra Argentaria y Juan Urrutia Comisi¨®n Gestora. Universidad Carlos III de Madrid.
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