Clinton busca el favor del Congreso
Los deseos de cambio del presidente de EE UU tienen su piedra de toque en el legislativo

El nombre de David Pryor no significaba mucho en Washington hasta hace apenas un mes. Pryor estuvo a punto de morir de un infarto hace dos a?os y ni los peri¨®dicos ni casi nadie se interes¨® por ¨¦l. Era l¨®gico. Al fin y al cabo, Pryor no era m¨¢s que un senador de Arkansas -el estado natal del presidente Bill Clinton-, miembro del comit¨¦ de finanzas de la C¨¢mara alta, pero tan desconocido que en una ocasi¨®n el personaje que presid¨ªa esa comisi¨®n, Lloyd Bentsen, lleg¨® a comentar: "Es una reuni¨®n intrascendente; la va a presidir el senador Pryor".
Pues bien, los tiempos han cambiado. Una de las pocas personas que telefone¨® a Pryor tras su lesi¨®n cardiaca fue Bill Clinton, que considera a este senador como uno de sus m¨¢s ¨ªntimos amigos y uno de sus m¨¢s firmes colaboradores en el Congreso. Por esa raz¨®n, pese a que Pryor ocupa un puesto en el Senado desde hace 14 a?os, s¨®lo ahora su figura empieza a ser determinante en el complicado juego de alianzas y pactos que se desarrolla ante la crucial discusi¨®n en el Parlamento del programa de renovaci¨®n econ¨®mica presentado por Clinton.De repente, Pryor se ha convertido en el mejor intermediario entre aquellos congresistas que quieren hacerle llegar al presidente sus particulares condiciones para apoyar el programa de la Casa Blanca. Asimismo, el propio Clinton necesita a Pryor y a otros aliados del Capitolio para hacer correr entre los pasillos del Congreso sugerencias, advertencias y hasta amenazas. Es el delicado mundo de las relaciones entre el poder ejecutivo y legislativo de EE UU, una especie de c¨ªrculo vicioso de poder que repugna a los ciudadanos norteamericanos, pero del que no puede prescindir ning¨²n presidente que aspire a llevar a la pr¨¢ctica sus planes.
Bill Clinton parece ya haber ganado brillantemente la batalla de la opini¨®n p¨²blica en su misi¨®n de sacar adelante su programa de transformaci¨®n social y econ¨®mica (el 63% de los estadounidenses est¨¢ de acuerdo con su programa econ¨®mico, seg¨²n una encuesta de la cadena de televisi¨®n ABC publicada ayer), pero la batalla m¨¢s sorda y dif¨ªcil es la que todav¨ªa tiene que lidiar en la otra esquina de la avenida de Pennsylvania, en las colinas del Capitolio.
Donde se hundi¨® Bush
All¨ª se hundi¨® el presidente George Bush, que se pas¨® la mayor parte de sus cuatro a?os de gesti¨®n en guerra declarada con el Congreso -ambos poderes se bloquearon mutuamente la mayor¨ªa de las respectivas iniciativas-, y ah¨ª pueden hundirse tambi¨¦n las ambiciones de cambio de Bill Clinton si no sabe manejar esta negociaci¨®n con habilidad y maestr¨ªa.Es cierto que para Bush la situaci¨®n era mucho m¨¢s dif¨ªcil porque el Congreso estaba ya entonces en manos del Partido Dem¨®crata. Clinton se encuentra ahora con un Parlamento en el que su propio partido es mayor¨ªa, pero esto no es ninguna garant¨ªa de fidelidad: en EE UU, los diputados atienden primero a los intereses de la comunidad que los elige y, despu¨¦s, a los del partido que representan.
Varios congresistas dem¨®cratas conservadores del sur y el centro del pa¨ªs han expuesto ya sus discrepancias con ciertos aspectos del programa de Clinton, y no ser¨ªa extra?o que muchos de ellos votasen del lado republicano en las discusiones de determinadas leyes. Hace una semana, los republicanos consiguieron el apoyo de varios senadores dem¨®cratas para bloquear la propuesta de la Casa Blanca de levantar la pro hibici¨®n de la entrada al pa¨ªs de los enfermos de sida. Durante el reciente debate sobre la participaci¨®n de los homosexuales en el Ej¨¦rcito, Clinton compro b¨® la dureza con la que le plant¨® cara su influyente compa?ero de partido el senador Sam Nunn.
En relaci¨®n con el programa econ¨®mico, la discusi¨®n ser¨¢ mucho m¨¢s larga y complicada. Al menos hasta comienzos del verano no se espera que est¨¦ lista la primera de las leyes de ese programa, la que permite una inversi¨®n p¨²blica de 30.000 millones de d¨®lares en infraestructura en el plazo de dos a?os. Otras iniciativas a¨²n m¨¢s pol¨¦micas, como las subidas de impuestos y los recortes de algunos gastos p¨²blicos, pueden llevar varios meses de discusi¨®n.
La intenci¨®n de la Casa Blanca es que el proyecto del presidente sea aprobado en bloque, sin reformas ni condiciones, pero el congresista re publicano Newt Gingrich, uno de los m¨¢s influyentes de la C¨¢mara baja, advierte que "eso es cien por cien imposible".
Un senador dem¨®crata con servador de Nebraska, Jim Exon, ha declarado que el paquete presidencial no tiene "ninguna posibilidad" de obtener luz verde si no se incluyen reformas sustanciales. Un dem¨®crata por Tejas, Pete Geren, ha informado que ¨¦l y algunos otros congresistas del mismo partido est¨¢n planteando una iniciativa para incrementar los recortes presupuestarios que presenta la Casa Blanca. Clinton no quiere entrar en un proceso de condiciones, concesiones, contracondiciones y contraconcesiones sobre cada uno de los puntos de su programa porque sabe que ¨¦sa ser¨ªa la mejor manera de que dicho programa no llegara nunca a ponerse en pr¨¢ctica. Pero tambi¨¦n sabe que algo habr¨¢ que ceder y algo habr¨¢ que negociar.
Dem¨®cratas discrepantes
Aparentemente, la situaci¨®n est¨¢ establecida en los siguientes t¨¦rminos: los dem¨®cratas liberales respaldan b¨¢sicamente el programa de Clinton, pero los dem¨®cratas conservadores comparten el rechazo de los republicanos a las subidas de impuestos y a las nuevas inversiones p¨²blicas, as¨ª como creen que habr¨ªa que profundizar en los recortes presupuestarios. En una votaci¨®n, el peso de republicanos y dem¨®cratas conservadores podr¨ªa ser superior al de los dem¨¢s.Pero las cosas no son as¨ª de sencillas. Los congresistas conservadores pueden estar a favor de m¨¢s recortes del gasto p¨²blico, siempre que esos recortes no afecten a proyectos que est¨¢n en marcha en su propio Estado. En el otro extremo, los congresistas liberales que est¨¢n a favor de mayor inversi¨®n p¨²blica, lo est¨¢n siempre que ¨¦sta incluya y beneficie a sus propios electores. En una elemental simplicaci¨®n de este criterio, el punto de mira del parlamentario es su reelecci¨®n, no el ¨¦xito de la pol¨ªtica del presidente.
Esto da lugar a una ¨¢spera y subterr¨¢nea campa?a de influencias en la que la presidencia tendr¨¢ que hacer infinidad de discretas concesiones particulares en beneficio de su objetivo fundamental: la aprobaci¨®n del programa. Consciente de eso, lo primero que hizo Hillary Clinton cuando fue nombrada al frente del equipo sobre la reforma sanitaria fue llamar por tel¨¦fono a los congresistas que tienen algo que decir en el asunto. Dos d¨ªas despu¨¦s, se fue a comer con ellos.
En este complicado juego, unos congresistas valen m¨¢s que otros. Es fundamental para la Casa Blanca ganarse la confianza de los presidentes de las comisiones. Los presidentes ejercen despu¨¦s su influencia sobre los miembros de sus comisiones y filtran sus condiciones. Al final, Clinton puede encontrarse con la situaci¨®n de que no puede recortar su presupuesto para la investigaci¨®n de energ¨ªa nuclear en Nevada, por ejemplo, porque los congresistas de ese Estado no quieren perjudicar a sus propios conciudadanos. Si los votos de Nevada fuesen imprescindibles, Clinton tendr¨ªa que renunciar a esos recortes o compensarlos con una inversi¨®n, tambi¨¦n por ejemplo, de investigaci¨®n de energ¨ªa solar en ese mismo Estado.
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