Asia invade Australia
El capital nip¨®n y los mercados del sureste asi¨¢tico sustituyen a la vinculaci¨®n con Europa
ENVIADO ESPECIAL El historiador australiano Geoffrey Blainey denunciaba hace ocho a?os la penetraci¨®n de hordas de emigrantes asi¨¢ticos que escupen donde les parece y cocinan en los portales. En 1900, el semanario Bulletin alertaba regularmente contra el peligro amarillo. Los tent¨¢culos de un pulpo con cara de chino simbolizaban vicios aborrecibles, inmoralidad, drogadicci¨®n o enfermedades contagiosas. Gregorio, camarero argentino, agrega su propio cargo contra los nuevos peones vietnamitas. "Trabajan mucho m¨¢s por menos".
Australia, cuya pol¨ªtica migratoria excluy¨® los rasgos orientales durante un siglo, se acerca a Asia para sobrevivir. El capital japon¨¦s y los mercados asi¨¢ticos del sureste sustituyen a la obsesi¨®n por Europa.El primer ministro laborista, Paul Keating, anunci¨® en la campa?a electoral previa a la votaci¨®n del pr¨®ximo d¨ªa 13 un plan para integrar al pa¨ªs en un din¨¢mico mercado entre Asia y el Pac¨ªfico, un mercado de 2.000 millones de personas que incluir¨ªa Australia, Nueva Zelanda, Indochina, China, Taiwan, Hong Kong, la pen¨ªnsula coreana, Jap¨®n y Am¨¦rica del Norte. Australia, con un mill¨®n de parados, es todav¨ªa la tercera econom¨ªa del ¨¢rea despu¨¦s de Jap¨®n y China, y por primera vez en su historia los compradores de sus abundantes recursos naturales est¨¢n cerca, no a 22.500 kil¨®metros de distancia.
La oposici¨®n conservadora, aunque menos entusiasta, participa de este enfoque, y la mayor¨ªa de los australianos, celosos siempre de su herencia europea, admite como inevitable el enganche al Oriente Express un convoy que circula r¨¢pido y con pocas paradas. Su futuro como naci¨®n pr¨®spera depender¨¢ en gran medida de esa integraci¨®n que obligar¨¢ al Gobierno de Canberra a una moderaci¨®n en sus reclamaciones de respeto a los derechos humanos dirigidas a sus vecinos. El prisma asi¨¢tico es otro.
Choque cultural
M¨¢s de 60.000 asi¨¢ticos estudian en Australia y otros 100.000 australianos estudian japon¨¦s. Adem¨¢s, el 40% del total de turistas procede del continente, y s¨®lo de Jap¨®n llegaron el pasado a?o medio mill¨®n, frente a 80.000 en 1980. El Departamento de Comercio calcula que el sureste asi¨¢tico demandar¨¢ en el a?o 2000 entre 450.000 y 500.000 millones de d¨®lares en importaciones. Esta naci¨®n, m¨¢s grande que Europa, es fundamentalmente exportadora y conf¨ªa en poder hacerse con 12.000 millones de d¨®lares en ese paquete de pedidos antes de que acabe la d¨¦cada. La comunidad empresarial acepta el desaf¨ªo, pero los nacionales m¨¢s reacios a la aproximaci¨®n, fundamentalmente de origen anglosaj¨®n, temen un choque cultural y convertirse en los sirvientes blancos de los turistas asi¨¢ticos.Hace ¨²nicamente 30 ;a?os que Bulletin retir¨® de la mancheta el lema 'Australia para los blancos'. El Gobierno y el sector privado act¨²an en el intercambio de v¨ªnculos, pero el proceso hacia una plena, colaboraci¨®n con Asia necesitar¨¢ un cambio en la actitud de gran parte de la poblaci¨®n.
El acad¨¦mico Robert Langdon, experto de la Universidad de Australia sobre presencia espa?ola en el Pac¨ªfico, no cree que enfilar la proa hacia Asia para desarrollarse 31 remontar la crisis econ¨®mica provoque una crisis de identidad, asunto debatido en los c¨ªrculos pol¨ªticos o intelectuales. "Sabemos de d¨®nde somos. La mayor¨ªa venimos de Europa. Es cierto tambi¨¦n que la entrada de ciudadanos asi¨¢ticos provoca un cambio lento en la fisonom¨ªa del pa¨ªs".
En un tramo de una calle de Newtown barrio perif¨¦rico de Sidney, emigrantes tailandeses han levantado 20 restaurantes y los comerciantes vietnamitas se anuncian en su propio idioma. Prosperan superando serias dificultades. En el barrio de Cabramata, nombre aborigen, desbancaron a los italianos y, al no poder acceder a los cr¨¦ditos de la banca privada, establecieron sus propios sistemas de financiaci¨®n, elementales pero eficaces.
Stepan Keryasharian, presidente de la Comisi¨®n de Asuntos ?tnicos, recuerda la tradicional pol¨ªtica de apoyo oficial al emigrante, aunque reconoce que "algunos de nuestros compatriotas se enfadan, pero no deber¨ªan hacerlo. Es ¨²nicamente una cuesti¨®n de negocios. Sus principales clientes son vietnamitas y por eso colocan los r¨®tulos en ese idioma. No piense que en Australia tenemos guetos. No existen. Somos una naci¨®n multicultural".
Deborah, divorciada, madre de un hijo de 10 a?os, asegura, sin embargo, que fue rechazada en un mercado chino "s¨®lo por ser australiana". Ram¨®n Regueiro, un emigrante espa?ol propietario de un comercio de comestibles y dos restaurantes con seis socios m¨¢s, es m¨¢s conciliador. Estima que, a pesar del empuje asi¨¢tico, la mayor¨ªa de los australianos no son racistas.
El racismo no es problema
Contrariamente a Francia, Reino Unido o Alemania, el racismo no ha sido un problema grave en Australia a pesar de los violentos brotes xen¨®fobos registrados tiempo atr¨¢s y de los desprecios sufridos por el emigrante analfabeto. Pero el continuado avance de la emigraci¨®n llegada del inmenso continente provoca rechazos, o cuando menos confusi¨®n, en algunos sectores.A lo largo de la pasada d¨¦cada, el sesgo de la pol¨ªtica migratoria cambi¨® en esta naci¨®n de 17 millones de habitantes con el 23% de su poblaci¨®n nacida fuera y 600.000 de procedencia asi¨¢tica. Los europeos, principalmente brit¨¢nicos, aportaron el mayor n¨²mero de colonos desde el nacimiento de Australia, en 1788, con la llegada del primer contigente con convictos del Reino Unido.
La situaci¨®n ha cambiado y la emigraci¨®n de Hong Kong supera por primera vez a la brit¨¢nica. Las exportaciones hace a?os que perdieron la partida. De constituir un 32% del total en 1950, los env¨ªos a Londres han ca¨ªdo hasta un 3%. El 60% se dirige ahora hacia Asia. El pasado a?o, la renta per c¨¢pita del enclave brit¨¢nico que revierte a China super¨® a la de Nueva Zelanda, y Singapur amenaza con sobrepasar a Australia. John Hewson, candidato de la oposici¨®n a primer ministro, subray¨® que uno de los grandes problemas es convencer a los australianos de la magnitud del cambio.
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