Rusia, hacia el caos
EL ESPECT?CULO que ofrece la octava sesi¨®n del Congreso de los Diputados de Rusia es absolutamente lamentable. Esa magna asamblea, con m¨¢s de mil diputados elegidos a¨²n en la etapa de predominio del Partido Comunista de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, ha demostrado su incapacidad para realizar debates m¨ªnimamente coherentes sobre los problemas que interesan al pa¨ªs. Lo cierto es que Gorbachov, con su idea de crear estos macroparlamentos para ampliar los h¨¢bitos democr¨¢ticos, se equivoc¨®. El exceso de miembros aumenta la dificultad de articular r¨¦plicas profundas.La sesi¨®n parlamentaria de diciembre pasado ya fue lastimosa, si bien un compromiso de ¨²ltima hora permiti¨® al presidente Yeltsin permanecer al frente del Ejecutivo, formar el Gobierno liderado por Chernomirdin y dejar abierta la v¨ªa de la reforma. Esta vez, el Congreso rechaza todos los compromisos ofrecidos por Yeltsin y vota resoluciones que, al dejar a ¨¦ste sin poderes, suponen el fin del reformismo. Agudizar hoy el choque entre la presidencia y el Congreso es suicida: es dejar a Rusia a la deriva, sin un poder que pueda hacer frente a las gigantescas dificultades que la acosan.
El gesto de Yeltsin de abandonar el Congreso es una respuesta a los ataques que le han lanzado, pero demuestra, adem¨¢s, su debilidad en el seno de una Asamblea que tiene, al menos formalmente, el supremo poder constitucional. Es cierto que todo puede ocurrir en ese Congreso incongruente y ca¨®tico. Pero la experiencia demuestra que mientras se mantenga tal asamblea, Rusia tendr¨¢ un obst¨¢culo casi insalvable para avanzar hacia una econom¨ªa de mercado en un contexto pol¨ªtico democr¨¢tico.
Yeltsin ha hablado en varias ocasiones de adoptar medidas excepcionales para ejercer como un aut¨¦ntico presidente. Pero si en diciembre tuvo que dar marcha atr¨¢s porque ni la polic¨ªa ni el Ej¨¦rcito estaban dispuestos a sostenerle, no hay se?ales de que ahora pueda llevar a cabo tales proyectos. Probablemente su gran error fue no aprovechar la derrota del compl¨® comunista, en agosto de 1991, para convocar elecciones y renovar, con el esp¨ªritu nuevo de aquellos momentos, un Parlamento cargado de residuos del pasado.
Tiene raz¨®n Yeltsin cuando afirma que la ¨²nica autoridad capaz de tomar las medidas de rigor que exige la transici¨®n hacia una econom¨ªa de mercado es la de un presidente elegido por votaci¨®n popular y directa. Sobre todo en las actuales condiciones de Rusia. Gracias a esa ?lecci¨®n, Rusia tiene hoy un presidente cuya legitimidad democr¨¢tica nadie puede discutir. Sin embargo, no es suficiente. Los resultados de la reforma econ¨®mica han sido desastrosos para la mayor¨ªa de la poblaci¨®n, lo que ha debilitado el prestigio de Yeltsin y facilitado al Parlamento su labor obstruccionista.
Pero la consecuencia m¨¢s grave del enfrentamiento constante entre presidencia y Congreso es el reforzamiento de las tendencias nacionalistas o regionalistas en la Federaci¨®n Rusa. Varias rep¨²blicas se han declarado independientes. En Siberia hay una creciente voluntad de administrar sus propias riquezas. Esta amenaza de disgregaci¨®n de un pa¨ªs inmenso podr¨ªa tener efectos imprevisibles para todo el planeta. Plantear¨ªa para Europa problemas de seguridad sin precedente. Todo ello explica la inquietud que existe en las canciller¨ªas occidentales ante un porvenir tan incierto en Rusia.
La amenaza de que un Congreso irresponsable, abierto a los extremismos nacionalistas y antioccidentales, pueda asumir cotas importantes de poder y dejar a Yeltsin marginado o disminuido es grav¨ªsima. Pero no parece que las declaraciones de apoyo a Yeltsin de los gobernantes occidentales puedan tener mucha. eficacia.
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