Mon¨®logos al lado del estanque
La crisis ha llegado al parque del Retiro en forma de man¨¢ para los echadores de cartas: controlo su clientela y me parece que ha aumentado en los ¨²ltimos domingos.La gente no va a que la digan el futuro cuando es feliz, que la felicidad es muy absorbente y no deja hueco m¨¢s que para la dicha. La gente se sienta o se derrumba frente al astr¨®logo cuando no tiene nada que perder, cuando no pueden predecirle nada peor de lo que ya le pasa.
-Vas a conocer a un se?or extranjero -o¨ª que le dec¨ªa un echador a una dama vestida de negro.
Parece que los se?ores extranjeros pueden volver a funcionar como pr¨ªncipes rescatadores. Uno cre¨ªa que el extranjero estaba desmitificado desde que nos hab¨ªamos convertido en emigrantes de nosotros mismos. Pero hay quien piensa que no, que la felicidad viene de afuera, sin darse cuenta de que se puede ser de afuera habiendo nacido dentro.
Ayer, en el Retiro, a la hora del crep¨²sculo, mientras los brujos echaban las cartas a las se?oras de negro, las familias echaban miguitas de pan a los peces del estanque.
-Parecen ratas -dijo un ni?o.
Era verdad, el modo en que sus cuerpos grises herv¨ªan en torno a la comida evocaba un grupo de roedores despedazando una inmundicia. Al otro lado del estanque, entre las estatuas, se apreciaba una multitud de gente quieta, como a la espera de que el crep¨²sculo pasara para ponerse en movimiento.
Me sent¨¦ en un banco, junto al tenderete de una pareja argentina que hace gui?ol. A mi lado hab¨ªa. un tipo en ch¨¢ndal comi¨¦ndose un helado y sonriendo. Ten¨ªa el cuello agrietado por alguna enfermedad e intentaba cubrirse las llagas con la mano libre.
-No puedo dejar de hablar conmigo mismo -dijo.
Compuse un gesto neutral, que no invitaba a hablar, aunque tampoco a callarse. Decidi¨® seguir:
-O sea, empiezo a hablar cuando me levanto y ya no paro hasta la noche. Es agotador.
-?De qu¨¦ te hablas? -pregunt¨¦.
-De todo. El sem¨¢foro est¨¢ rojo, por ejemplo, y me digo vaya, est¨¢ rojo, a esperar tocan. Entonces se pone verde y digo bueno, vamos a cruzar, que para eso hemos realizado la inversi¨®n, la espera. Entonces me fijo en alguien y cambio de conversaci¨®n. ?se es igual que mi padre, digo, mi padre tendr¨ªa la edad de ¨¦se si viviera. Bueno, es todo el rato as¨ª, dici¨¦ndome cosas. Resulta agotador.
El sol se hab¨ªa puesto a nuestra espalda; las personas perd¨ªan identidad, transform¨¢ndose en siluetas. Todo continuaba en movimiento, pero a la vez todo parec¨ªa quieto, como si la gente no avanzara a pesar de mover los pies.
-Por lo visto, le pasa a todo el mundo -continuaba el del cuello agrietado-; todo el mundo mantiene un coloquio permanente consigo mismo, lo que pasa es que no se dan cuenta. Yo me he dado cuenta desde lo de la enfermedad porque cuando vas a morir te enteras, m¨¢s de las cosas.
En esto observ¨¦ que un tipo met¨ªa en el bolsillo de otro unas pinzas largas, de madera, extrayendo con sorprendente limpieza unos billetes que recogi¨® un tercero. Vi pasar a la dama oscura destinada a conocer a un se?or de fuera; mov¨ªa la cabeza como si se diera la raz¨®n. De s¨²bito, tuve el sentimiento de que yo era real, como todo cuanto suced¨ªa a mi alrededor en aquel crep¨²sculo infinito.
-Sigue hablando -rogu¨¦ al sidoso, y me hund¨ª en ese modesto bienestar que s¨®lo proporcionan las cosas reales.
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