La reina Victoria Eugenia y la restauraci¨®n
Con la muerte de don Juan de Borb¨®n y Battenberg, conde de Barcelona, se cierra definitivamente el proceso que en julio de 1969 abri¨® la decisi¨®n de Franco -el salto generacional en la dinast¨ªa espa?ola, al designar a don Juan Carlos sucesor en la, jefatura del Estado "a t¨ªtulo de Rey"- Esa decisi¨®n obedec¨ªa a un criterio de corta visi¨®n hist¨®rica; pretend¨ªa actualizar la famosa legitimidad de ejercicio de los tradicionalistas, vinculando, la restauraci¨®n a la ruta, presuntamente irreversible, iniciada el 18 de julio de 1936; como una garant¨ªa para la exclusi¨®n eterna de media Espa?a. La historia con may¨²sculas, encarnada en la instituci¨®n milenaria, se impondr¨ªa, a la hora de la verdad, sobre la historia con min¨²sculas encarnada por Franco; la concepci¨®n integradora de la patria sobre su interpretaci¨®n maniquea. Porque tanto don Juan como don Juan Carlos comulgaban en una misma convicci¨®n: la de que la restauraci¨®n deb¨ªa significar la efectiva clausura de la guerra civil, mediante una recuperaci¨®n democr¨¢tica tra¨ªda por ella misma. Que esa misi¨®n fuese cumplida por el padre o por el hijo era cuesti¨®n secundaria: dinast¨ªa hist¨®rica y l¨ªnea leg¨ªtima dentro de ella eran lo fundamental.Pero tambi¨¦n parece cierto que sin la decisi¨®n de Franco en 1969, aunque esa decisi¨®n estuviese orientada por una idea err¨®nea del futuro, hubiera sido dif¨ªcil la restauraci¨®n -cualquier restauraci¨®n- y, por tanto, el cambio pac¨ªfico operado tras la muerte del general. De aqu¨ª el inter¨¦s que ofrece la gesti¨®n, discret¨ªsima y trascendental, de la reina madre, do?a Victoria Eugenia, el 8 de febrero de 1968. Figura hist¨®rica la de do?a Victoria que, por cierto, ha vuelto a estar de actualidad durante los ¨²ltimos meses, a trav¨¦s de dos biograf¨ªas recientes: una, la de Pablo Beltr¨¢n de Heredia, evocaci¨®n de gran delicadeza y que pone el acento sobre la vinculaci¨®n de la reina a Santander -donde se echa a¨²n de menos el monumento que merece, sin duda, la castellana de La Magdalena-; otra, escrita por Ricardo de la Cierva ] y que, pese a la admiraci¨®n y simpat¨ªa del autor hacia la soberana, no siempre da en el clavo (confieso que, por lo pronto, me parece muy desafortunado su subt¨ªtulo: El veneno en la sangre).
El profesor De la Cierva -recogiendo la noticia transmitida por m¨ª- ha referido en m¨¢s de una ocasi¨®n, y vuelve a hacerlo ahora, la entrevista de do?a Victoria con el general Franco, en febrero de 1968, con ocasi¨®n del bautizo del pr¨ªcipe Felipe, en el que ella actu¨® como madrina. El relato de Ricardo de la Cierva simplifica demasiado las cosas: la reina, a solas con Franco, urge al caudillo para que ponga fin, a las dudas en tomo al titular de la restauraci¨®n: "Ya son tres, general. Esceja". La reina fue m¨¢s expresiva y menos tajante, como veremos; pero De la Cierva se atiene a lo fundamental. Ahora bien, el joven historiador Jos¨¦ Mar¨ªa Toquero, autor de una notable tesis sobre las relaciones entre Franco y don Juan, y de una biograf¨ªa documentada de este ¨²ltimo (El padre del Rey), se ha cre¨ªdo autorizado para desmentir el episodio: supongo que llevado de su animosidad contra De la Cierva. Como indirectamente, y aunque no me mencione, Toquero me deja por mentiroso, deseo puntualizar que la an¨¦cdota en cuesti¨®n es absolutamente cierta: tuvo efecto en un momento que pas¨® inadvertido a los invitados al principesco bautizo (8 de febrero de 1968) y en un gabinete de la Zarzuela, donde la reina pudo, por fin, conversar a solas con Franco. Luego, esa misma noche, do?a Victoria relat¨® lo ocurrido al duque de Alba -que era, adem¨¢s de jefe de su casa, su hu¨¦sped en Madrid, puesto que la reina residi¨®, durante aquellas jornadas madrile?as tan emotivas para ella, en el palacio de Liria- El duque transmiti¨® el relato a don Jes¨²s Pab¨®n, con quien le un¨ªa muy estrecha amistad. Y Pab¨®n me lo repiti¨® a m¨ª, en una de nuestras frecuentes conversaciones de aquellos d¨ªas.
No solamente "me cont¨®" lo ocurrido. A su muerte (1976), y por su propia voluntad, llegaron a mis manos algunos documentos de su archivo privado; entre ellos, una nota en que hab¨ªa recogido, con la mayor exactitud posible, el relato verbal de Alba. Voy a reproducirla. sin alterar punto ni coma, para satisfacer las dudas -y replicar el ment¨ªs- de Jos¨¦ Mar¨ªa Toquer:
"La reina do?a Victoria Eugenia, el d¨ªa del bautizo del Infante Felipe (8 de febrero de 1968), habl¨®, un momento, a solas, con Franco, en La Zarzuela".
"Y le dijo: 'General: ¨¦sta es la ¨²ltima vez que nos veremos en vida. Quiero pedirle una cosa. Usted, que tanto ha hecho por Espa?a, termine la obra. Designe Rey de Espa?a. Ya son tres. Elija. H¨¢galo en vida: si no, no habr¨¢ Rey. Que no quede p4ra cuando estemos muertos. Esta es la ¨²nica y ¨²ltima petici¨®n que le hace su reina".
'"Franco, emocionado, le contest¨® con firmeza: Ser¨¢n cumplidos los deseos de vuestra majestad".
"Do?a Victoria dio por terminada la entrevista, liberando, cort¨¦smente a Franco: 'Yo s¨¦ cu¨¢ntas son las ocupaciones de un hombre de Estado. No se preocupe de m¨ª".
'Tienso que nadie de los que est¨¢n en funciones previeron este di¨¢logo. Y que tampoco tienen noticia de ¨¦l. Yo s¨¦ lo ocurrido, bajo reserva".
Hasta aqu¨ª la nota, redactada el 18 de febrero de 1968. Un a?o m¨¢s tarde, y en su trabajo -in¨¦dito- Tres a?os: 1966-1969, Pab¨®n la reprodujo a?adiendo el siguiente comentario:
"Lo escrito no pretend¨ªa recoger las palabras de do?a Victoria, sino las ideas que manej¨®, tal como me fueron dadas a conocer. Creo saber lo bastante de ella para afirmar que procedi¨® por propia iniciativa y sin consultar a nadie. No dudo de que midi¨® la importancia del paso que daba como viuda de Alfonso XIII. S¨¦ que no hizo precisamente de ello un secreto muy riguroso: puesto que hubo versiones que siguieron curso distinto al que me alcanz¨®. Rectifico la afirmaci¨®n respecto a los que no tuvieron noticia de lo ocurrido. Pienso que, como en otros casos, no se quiso saber o no se le dio importancia alguna. Nadie quer¨ªa contradecir la afirmaci¨®n sobre el ¨¦xito absoluto del viaje del rey [don Juan], y s¨®lo parec¨ªa importante la relaci¨®n de ¨¦l con el Pr¨ªncipe. Yo he pensado siempre que de ese d¨ªa arranca lo hecho por Franco en la sucesi¨®n. Por primera vez se comprometi¨® y se decidi¨®. En su car¨¢cter -y en su mal- el tiempo entre la decisi¨®n y la ejecuci¨®n es mucho y se alarga progresivamente. Y el que la reina Victoria admitiese la elecci¨®n por Franco entre los descendientes de ella, contribuir¨ªa a suprimir, en el ¨¢nimo del general¨ªsimo, al respeto que se le supon¨ªa al orden sucesorio leg¨ªtimo".
Hasta aqu¨ª, el texto de Pab¨®n.
El papel de do?a Victoria Eugenia fue, sin duda, fundamental para la peculiar soluci¨®n del pleito sucesorio. Con una exacta concepci¨®n de la idea mon¨¢rquica, la reina defend¨ªa, esencialmente, la dinast¨ªa; con id¨¦ntica intuici¨®n hab¨ªa defendido, a?os antes, la necesidad de que el pr¨ªncipe Juan Carlos, nacido en Roma, se educase y creciese en Espa?a y entre los espa?oles, como un espa?ol m¨¢s, como un futuro Rey de Espa?a. Sab¨ªa que la figura de don Juan se hab¨ªa hecho imposible para la mentalidad de Franco, aferrado al concepto maniqueo de las dos Espa?as -la victoriosa y la vencida en la guerra civil; Espa?a y antiEspa?a, seg¨²n su terminolog¨ªa-, mientras el conde de Barcelona hab¨ªa afirmado siempre su voluntad de reinar "sobre todos los espa?oles"; su ambici¨®n suprema "de ser Rey de una Espa?a en la que todos los espa?oles, definitivamente reconciliados, puedan vivir en com¨²n". Le excluy¨®, pues, de la ley sucesoria. Pero no pudo prever ni evitar- la identificaci¨®n sustancial en la idea espa?ola de los dos reyes: el que rein¨®, y el que no lleg¨® a reinar. Con notable tino, Jos¨¦ Mar¨ªa Pem¨¢n escribi¨® por aquellos d¨ªas:
"En resumen, al padre y al hijo se les viene pidiendo servicios discrepantes que ellos van cumpliendo con absoluta lealtad: con disciplina dolorosa respecto a la utilizaci¨®n convencional de la instituci¨®n; y sin perdonarles ni una s¨ªlaba ni un ¨¢pice a cargo de la forma de hacer ni de decir. Que nadie distribuya, pues, en el terceto de esta operaci¨®n, calificativos hirientes: ambici¨®n, terquedad, descortes¨ªa, personalismo. No: ¨¦ste ha sido un tri¨¢ngulo de prudencias y patriotismos... Y en el v¨¦rtice del tri¨¢ngulo, Dios: el Dios que invocamos cuando decimos: Dios dir¨¢...".
Dios dijo lo mejor para Espa?a, concretado en un doble sacrificio: el de don Juan, atenido por lo pronto a una renuncia de hecho, pero- manteniendo en reserva sus derechos hasta tanto su hijo lograse realizar, como Rey, la misi¨®n hist¨®rica de la Monarqu¨ªa -la paz entre los espa?oles; la integraci¨®n de las dos Espa?as-; el de don Juan Carlos, obligado a un indeseado enfrentamiento con su padre para posibilitar esa misma Monarqu¨ªa. Y logrando, a la hora de la verdad, salvar la legitimidad -Monarqu¨ªa y democracia- sin rupturas traum¨¢ticas con la legalidad vigente.
Eso permitir¨ªa a don Juan sellar la obra con su solemne renuncia efectiva, ya en 19 77. He aqu¨ª, en s¨ªntesis, la extraordinaria peripecia hist¨®rica que a los espa?oles nos ha tocado vivir a partir de 1975 y que acaba de cerrar su ciclo con la muerte de ese gran espa?ol, y gran monarca, aunque no llegase a ce?ir corona, que se llam¨® don Juan de Borb¨®n y Battenberg.
Carlos Seco Serrano es miembro de la Real Academia de la Historia.
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