La mirada sagaz
Erie Fischl
Galer¨ªa Soledad Lorenzo. Orfila, 5. Madrid. Hasta el 15 de mayo de 1993.
Desde el fascinante cuadro Petites filles spartiates provoquant des gar?ons, que pint¨® Degas hacia 1860-1862, convirti¨¦ndose en la m¨¢s hermosa eleg¨ªa moderna del clasicismo, hasta otros episodios figurativos m¨¢s recientes, de la secuela fr¨ªa que dej¨® el pop y el hiperrealismo, la pintura del norteamericano Eric Fischl (Nueva York, 1948) est¨¢ enriquecida por una memoria art¨ªstica que se hace sabia fundamentalmente en la forma de mirar. Antes, en cualquier caso, de profundizar por los vericuetos subterr¨¢neos que alimenta su visi¨®n pict¨®rica, conviene recordar que Fischl form¨® parte de esa important¨ªsima exposici¨®n que, con el t¨ªtulo de Tendencias de Nueva York, nos trajo a Madrid en 1983 a los entonces m¨¢s prometedores artistas de la gran ciudad americana, algunos de los cuales nos han seguido frecuentando, como Schnabel, Salle y ahora el propio FischI.Claro que las cosas -las modas, el mercado y el estado de ¨¢nimo general- han cambiado mucho desde entonces, y, en particular, han despojado a todos estos artistas de su condici¨®n de cotizadas estrellas, dej¨¢ndoles en esa otra mucho m¨¢s interesante, aunque peligrosa, de simples pintores que avanzan a contracorriente. En este sentido, sea cual sea la particular suerte de cada cual, ¨¦ste es su verdadero momento de la verdad, y, por tanto, cuando su obra puede ser contemplada con m¨¢s rigor y provecho.
En lo que concierne a Fischl, lo m¨¢s positivo que se puede decir acerca de lo que ahora hace -puesto que las obras que presenta en Madrid son casi todas recientes- es exactamente que algunas de ellas -en concreto, sus muy bellos monotipos- evocan el fascinante cuadro de Degas que citaba al principio, lo que no hay que interpretar como una simple influencia formal, sino como la conciencia renovada acerca de la elocuencia art¨ªstica de los cuerpos, al margen de que el fin cierto de la belleza ol¨ªmpica de Atenas se haya convertido en el s¨®rdido misterio o la melancol¨ªa que se ha de afrontar cuando, en plena modernidad, la carne se, disciplina con sangre espartana o con la expresividad desfiguradora de los deseos frustrados; en una palabra, con la poes¨ªa de la renuncia o / y de la frustraci¨®n.
El paisaje corporal de Fischl es ciertamente extra?o: es aparentemente un jard¨ªn paradis¨ªaco, pero en el que las anatom¨ªas muestran los estragos del tiempo, las deformidades causadas por su evidente condici¨®n mortal, de cuerpos deseantes y, por ende, frustrados. Playas de nudistas, canchas de tenis, cualquier ¨¢mbito donde los cuerpos resplandecen al sol, son escenarios que Fischl trata con la bella, cruel y sint¨¦tica neutralidad fr¨ªa y silenciosa con que un Alex Katz observa la desoladora felicidad de la cotidianidad contempor¨¢nea, pero, a diferencia de ¨¦ste, Fischl se regodea en los morbosos recovecos de los cuerpos y sus oscuros y pat¨¦ticos anhelos. De esta manera, construye pict¨®ricamente figuras de ansiedad, figuras corporales en las que cada rasgo es una mancha que conserva las trazas embadurnadas del grueso pincel.
Si comparamos estos cuadros actuales con los de anta?o, hay una primera falsa impresi¨®n de encalmamiento, como si la violencia sexual quedara m¨¢s soterrada y secreta, pero no pocas veces esta p¨¦rdida de explicitud efectista y, asimismo, el mayor virtuosismo logra, finalmente, una dosis m¨¢s amplia de perversidad; en definitiva: hace m¨¢s sabia la mirada.
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