Los muertos salen por la ma?ana
Si entras en una cafeter¨ªa a media ma?ana y la ves llena de gente, es imposible que no te preguntes c¨®mo se ganan la vida todas esas personas. 0 sea, que no es que yo est¨¦ obsesionado por la existencia de los otros, sino que hay situaciones que provocan interrogantes al tipo m¨¢s ensimismado. De manera que entr¨¦ en la cafeter¨ªa de Juan Bravo a media ma?ana y mientras me pon¨ªan el caf¨¦ ech¨¦ un vistazo a la barra, que tiene forma de herradura. Separ¨¦ a los jubilados, a los representantes y a los detectives, y todav¨ªa quedaba un grupo cuya existencia era una inc¨®gnita. Entonces me pregunt¨¦ c¨®mo se ganaba la vida toda aquella gente.Hay quienes se preguntan de los otros si ser¨¢n buenos en la cama, o si tienen alguna enfermedad incurable, pero yo s¨®lo me pregunto c¨®mo se ganan la vida, y a veces, sin darme cuenta, me lo pregunto en voz alta y parece que se lo estoy preguntando a otro. Eso debi¨® ' pensar el hombre, porque escuch¨¦ una respuesta fuera de mi conciencia y result¨® que era el tipo que estaba a mi lado.
-Algunos no necesitan, gan¨¢rsela -dijo.
-?Son ricos?
-Est¨¢n muertos. Madrid, por la ma?ana, est¨¢ lleno de muertos.
En ese momento pas¨® una ambulancia que se dirig¨ªa al sanatorio que hay en la esquina con Pr¨ªncipe de Vergara. Yo nac¨ª all¨ª -es de monjitas-, por eso vengo a tomar caf¨¦ a esta cafeter¨ªa, para mirar a las mujeres que salen con sus beb¨¦s recientes como panes e imaginar a mi madre subiendo en un coche antiguo conmigo en brazos. El caso es que aprovech¨¦ el ruido de la ambulancia para mirar hacia la calle y hacer como que no me hab¨ªa dado por aludido por el comentario. Pero como tengo esta necesidad tan grande de saber qu¨¦ hacen los otros por la ma?ana, al final claudiqu¨¦:
-?Y usted por qu¨¦ sabe que algunos est¨¢n muertos?
-F¨ªjese en aquella mujer, la de la chaqueta a cuadros. Est¨¢ muerta.
No la hab¨ªa visto al entrar, pero parec¨ªa de una pel¨ªcula en blanco y negro, que eran las ¨²nicas que le gustaban a mi madre. Llevaba una melena larga, muy cuidada, y un collar de perlas peque?as. La chaqueta, cruzada en la cintura, acentuaba el tr¨¢nsito del vientre hacia los pechos. Habr¨ªa dado la vida por que me mirara, pero ella no miraba a nadie, como las mujeres de las pel¨ªculas en blanco y negro, que no miran a nadie porque no hay nadie que tenga lo que buscan. No cre¨ª que estuviese muerta, sino que hab¨ªa alcanzado ese grado de sofisticaci¨®n que de vez en cuando se da en algunas zonas de la realidad.
De todos modos, sal¨ª detr¨¢s de ella a la calle y la abord¨¦ en la esquina con Pr¨ªncipe de Vergara, frente al sanatorio, donde se hab¨ªa detenido como si esperara un suceso del que ya sab¨ªa la hora.
-Perdone, estoy haciendo un trabajo sobre la ma?ana, una encuesta; se trata de averiguar qu¨¦ hace la gente que no va a la oficina. En general, se piensa que el periodo m¨¢s misterioso del d¨ªa es la noche, pero hemos comprobado que no, que la noche es tan previsible como el mediod¨ªa o la tarde -no pod¨ªa callarme porque combato el miedo hablando-, de manera que nos acercamos a la gente que no sabemos qu¨¦ hace, y le preguntamos c¨®mo se gana la existencia; de qu¨¦ vive, quiero decir, porque, bueno usted se reir¨¢, pero hay quien piensa incluso que los muertos no salen por las noches, como se cree, sino por las ma?anas, que son m¨¢s tranquilas...
En ese momento abandonaba el sanatorio una madre con su hijo reci¨¦n hecho en brazos y la mujer y yo nos miramos a punto de llorar porque en seguida supimos qui¨¦nes eran.
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