El zulo de Garz¨®n
Discreta calle madrile?a, ni c¨¦ntrica ni arrabalera. El visitante oprime el pulsador del portero autom¨¢tico. Ning¨²n signo identifica al usuario de la vivienda. "Hola, soy Fulanito, ven¨ªa a entrevistar a don Baltasar". La consigna funciona. La puerta se abre. El interior del piso rezuma improvisaci¨®n. Paredes blancas reci¨¦n pintadas. Bombillas desnudas. Escueta cocina oculta tras un biombo. Pero no falta una bater¨ªa de aparatos de telefon¨ªa. Mobiliario gris de oficina. Una aterrorizada secretaria atiende la tormenta telef¨®nica. "Est¨¢ hablando, ahora no puede atenderle". "Ha llegado, s¨ª, pues no s¨¦, qu¨¦ quieres que te diga", explica a una inquisitiva amiga que le pregunta si ha aterrizado ya ¨¦l y c¨®mo es ¨¦lLa secretaria se confiesa horrorizada por la presencia de polic¨ªas en la calle y teme que se difunda la ubicaci¨®n de esta oficina. Dos despachos, ba?o, n¨²nicocina y un patio interior suman unos sesenta metros cuadrados. La ventana del despacho de ¨¦l da al patio interior. En su interior, ¨¦l no deja de hacer lo contrario de su anterior labor: responder a preguntas. Alimenta el interrogatorio una discreta peregrinaci¨®n de periodistas a esta oficina, que hace pensar en los discretos apartamentos que, como juez, busc¨® a los arrepentidos. Pero Baltasar Garz¨®n no est¨¢ arrepentido, sino euf¨®rico en su nueva traves¨ªa, que comparte, oficina incluida, con el juez Ventura P¨¦rez Mari?o. Ni uno ni otro han tenido tiempo de colocar el menor sello personal. Ni siquiera han podido mirar si se oculta algo en el armario de esta oficina electoral que les ha alquilado el PSOE.
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