El desaf¨ªo de la desesperacion
El suicidio de Pierre B¨¦r¨¦govoy es menos un ta?ido f¨²nebre por la izquierda francesa que una llamada de atenci¨®n sobre la nueva fragilidad de los pol¨ªticos bajo el aplastante peso de los medios de comunicaci¨®n modernos.No, no me asombra en absoluto, ni me indigna, ni me escandaliza, ni siquiera me sorprende, que se plantee la cuesti¨®n de la responsabilidad de todos y cada uno ante este suicidio. Es, por definici¨®n, el acto de culpaci¨®n. El acto que se di rige a los dem¨¢s: como una interelaci¨®n, un reproche, un desaf¨ªo. Es la manifestaci¨®n de desesperaci¨®n m¨¢s acabada, pero tambi¨¦n la m¨¢s provocadora que el hombre haya imaginado jam¨¢s para salir de la vida. ?Ya no Puede m¨¢s? Va a hac¨¦rselo pagar a los otros. Cuando todo se detiene por fin para ¨¦l, todo empieza para el pr¨®jimo. Es leg¨ªtimo preguntarse por lo que no se ha hecho, lo que se habr¨ªa podido hacer y, por supuesto, lo que se ha hecho. Con el pretexto de que un suicidio es inexplicable (lo es, en efecto), ?utilizar¨ªamos a ese misterio como coartada para afirmar nuestra inocencia? Ser¨ªa negar uno de los aspectos profundos del acto del suicida, ya que lo ha cometido en parte para turbar, inquietar, desestabilizar. ?Se podr¨ªa remitir al muerto a sus responsabilidades de vivo? Rito o no, la ceremonia de los llantos autocr¨ªticos es el ¨²nico homenaje, pobre homenaje, que podemos rendir al ¨²ltimo acto de un hombre que, para superar lo insuperable, llega a dominar su destino poni¨¦ndole fin. Nuestra interrogaci¨®n es el reconocimiento de su libertad.
Dicho esto, me parece bien tambi¨¦n que se someta a discusi¨®n la responsabilidad de los periodistas y de los jueces. De los periodistas primero, puesto que: yo soy uno de ellos. Encuentro que hay una peculiar mojigater¨ªa en escudarse en la defensa de la libertad de prensa cada vez que alguien de fuera pretende poner en cuesti¨®n nuestro oficio. ?Desde cu¨¢ndo se supone que estamos, por supuesto no por encima de las leyes -a nadie se le ocurre-, pero s¨ª de las costumbres, de los c¨®digos, de la decencia, de la ¨¦tica colectiva o ¨ªntima? ?En nombre de qu¨¦ se supone que tenemos ese privilegio? ?Tan seguros estamos de que el oficio en cuesti¨®n no se sale jam¨¢s de sus definiciones de origen? ?De que sigue siendo id¨¦ntico a s¨ª mismo? ?Y esto pesar de la transformaci¨®n de la informaci¨®n en mercanc¨ªa, de la competencia en el terreno del sensacionalismo y del entretenimiento, de la irrupci¨®n de lo audiovisual y de la publicidad?
?No resulta evidente, en cambio, que el colocarse por encima de un proceso da a entender que uno tiene miedo de descubrirse culpable? El c¨ªrculo es m¨¢s vicioso que nunca: como son los periodistas los encargados de dar cuenta de los reproches que se les hacen, son ellos mismos quienes los rechazan al tiempo que los relatan. He dicho mojigater¨ªa: est¨¢ por todas partes. Hay que censurarse, declaran nuestros colegas. ?Como si no lo hici¨¦ramos todos los d¨ªas! Como si lo cont¨¢ramos todo a cualquiera y en cualquier momento, y de cualquier manera. Como si la preocupaci¨®n m¨¢s delicada y m¨¢s constante de nuestro oficio no fuera precisamente saber qu¨¦ hay que censurar o qu¨¦ no.S¨ª, se debe, se deber¨ªa, censurar la amalgama, la acusaci¨®n usando el condicional, el cuestionamiento de la vida privada, los sobreentendidos que escapan al peso de la ley pero que pueden atentar contra la dignidad, el honor. Este rechazo del proceso es tanto m¨¢s aberrante cuanto que en el caso B¨¦r¨¦govoy la mayor¨ªa de los periodistas no tiene nada que reprocharse. La ¨²nica cuesti¨®n que importa es preguntarse si B¨¦regovoy no ha sido inducido al suicidio, entre otras causas, por el funcionamiento de los medios de comunicaci¨®n y si no se ha suicidado, entre otros objetivos, para denunciar ese sistema. Por mi parte, respondo: s¨ª. S¨ª, en parte.
?Por qu¨¦ s¨ª? Se dice: no ha habido persecuci¨®n. Es cierto. Se dice: no tiene nada que ver con. el asunto Salengro. El mi nistro del Interior de L¨¦on Blum, en 1936, no pudo sopor tar el que todas las semanas un peri¨®dico le acusara de haber desertado en tiempo de guerra y se mat¨® dejando todas las explicaciones de su suicidio. Tambi¨¦n es cierto que no ten¨ªa nada en com¨²n con B¨¦r¨¦govoy. Nuestra sociedad es infinita mente m¨¢s civilizada. El dolor ha hecho a Jack Lang y a Michel Charrasse proferir ultrajes que nada justifica. Falta saber c¨®mo vivi¨® el interesado este periodo supuestamente civilizado.
No creo que la causa desencadenante del suicidio sea el fracaso de la izquierda. O m¨¢s bien estoy convencido de que si Pierre B¨¦r¨¦govoy ha vivido de manera tan tr¨¢gica este fracaso ha sido porque se le fue debilitando, se le hizo intensamente vulnerable por la duda obsesiva con que se le martille¨® acerca de su honestidad. Por mi parte, aceptar¨ªa en todo caso una res puesta que consistiera en decir que la prensa estaba absoluta mente obligada a plantear esa duda. Pero decir que ¨¦sta se ha formulado y, a la vez, que no es la causa de la muerte de B¨¦r¨¦govoy, es sospechosamente f¨¢cil: una manera de rechazar las posibles consecuencias de todos nuestros actos. Y es adem¨¢s fingir que se ignora en qu¨¦ consiste el sistema de medios de comunicaci¨®n, que es, al parecer, la honra de la democracia.
El d¨ªa en que se publicaron las primeras alegaciones, en las que se reprochaba a B¨¦r¨¦govoy el haber obtenido un pr¨¦stamo de un mill¨®n de francos (unos veinte millones de pesetas) sin intereses que le concedi¨® Patrice Pelat para poder comprarse un piso en el distrito XVI de Par¨ªs, la informaci¨®n, como de costumbre, como el efecto me c¨¢nico del sistema hace que sea, se repiti¨® cada cuarto de hora en la radio; se difundi¨® cuatro veces al d¨ªa en todas las cadenas de televisi¨®n; y luego durante varias semanas en toda la prensa escrita. Habl¨¦ con Pierre B¨¦r¨¦govoy por tel¨¦fono. Me dijo que estaba sereno, que no iba a dejar que le atacaran con un asunto que no le concem¨ªa m¨¢s que a ¨¦l. Pero lo que le impacientaba, le exasperaba incluso, era que los periodistas le pusieran en tal posici¨®n que era imposible hablar de otra cosa. Le persegu¨ªan, le hostigaban, le acosaban. Como primer ministro y como jefe de la mayor¨ªa, ten¨ªa unas ganas feroces de luchar. De repente, se ve¨ªa encasi llado en la imagen de un presunto culpable, al que se insist¨ªa en decir que su posible delito no revest¨ªa gravedad alguna, pero al que se conminaba a explicar se a cada instante, dondequiera que fuese, y fuera lo que fuera lo que tuviese que decir. Este acorralamiento ha vuelto loco a m¨¢s de uno. Ha hecho derrumbarse a Pierre B¨¦r¨¦govoy, no porque fuera d¨¦bil sino, por el contrario, porque a pesar de ser un luchador obstinado y orgulloso, se ve¨ªa repentinamente privado de medios para luchar. Cada vez que quer¨ªa aducir algo en el plano pol¨ªtico, se le ped¨ªa que demostrara su moralidad. Al salir de un programa de televisi¨®n, le dijo a un amigo: "Quieren mi piel a tiras".Cada cual tiene su tesis. Sobre Pierre B¨¦r¨¦govoy, yo tengo la m¨ªa. En los ¨²ltimos tiempos, cada vez que he coincidido con este hombre, ya fuera en la Fundaci¨®n Saint-Simon, o con ocasi¨®n del programa de televisi¨®n que hice con Jean Lacouture sobre Mend¨¦s-France, o en una entrevista en la que se quejaba tanto de mis amigos como de m¨ª mismo, siempre he tenido ante m¨ª a un hombre satisfecho con su trayectoria, orgulloso de conquistas de las que no dudaba en absoluto, y en modo alguno destrozado. Era bastante m¨¢s consciente de encamar la modernizaci¨®n de la izquierda que de la comentada divisi¨®n entre la fidelidad a sus luchas iniciales y la conversi¨®n a u?a gesti¨®n del tipo Pinay de izquierdas. Contrariamente a lo que o¨ª durante toda la jornada de ese domingo, esta ¨²ltima expresi¨®n, Pinay de izquierdas, le complac¨ªa, le halagaba. Estaba harto de que recordaran siempre que era "autodidacta". Junto a Mend¨¦s-France, y en los grupos de expertos, adquiri¨®, seg¨²n ¨¦l, una formaci¨®n que val¨ªa por todos los t¨ªtulos universitarios. Estaba convencido de que no hab¨ªa m¨¢s pol¨ªtica que la suya, y quer¨ªa convencer de ello a todos los que apreciaba.Pasa a la p¨¢gina siguiente
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