El concurso recupera la mediocridad tras el m¨¢gico y fugaz espejismo chino
Liz Taylor eligi¨® un buen d¨ªa para exhibir sus joyas falsas, su abnegaci¨®n y su filantrop¨ªa. A falta de cine, el hormiguero del festival se agit¨® alrededor de, como dicen los periodistas franceses de pluma cursi, 9a peque?a dama de grandes ojos violeta". Tras la m¨¢gica y genial pel¨ªcula china Adi¨®s a mi concubina, la mediocridad ha vuelto a adue?arse de las pantallas del palacio de La Croisette. Mientras, Liz Taylor -con Sylvester Stallone en funciones de gorda de repuesto pues el genuino, Schwarzy, se ha ido a vender mamporros a otra selva- hizo honor a su condici¨®n de estrella y subast¨® fotograf¨ªas a precios astronomicos, para engrosar las cuentas de su campa?a contra el sida.
Cuentan que estas fotograf¨ªas mueven su valor de mercado en una franja de flotaci¨®n que oscila entre 20.000 y medio mill¨®n de pesetas, lo que puede parecer una exageraci¨®n a los incr¨¦dulos de ah¨ª fuera, pero que en estas alturas ficticias parece completamente cre¨ªble, pues durante estos d¨ªas, aqu¨ª, en Cannes, el atraco no es un incidente excepcional, sino un rito social cotidiano.En Cannes, durante estos d¨ªas, cuesta dinero respirar el Chanel sudado que flota en las madrugadas. Cuando, en una terraza de La Croisette, un sobaquillo oculto detr¨¢s de aromas de Armani se encrespa, m¨¢s vale agradecerlo, pues de lo contrario el rag¨² o el tartar de carne de caballo, cuyo precio es otro atraco, da coces en el est¨®mago.
Durante estos d¨ªas, en Cannes se paga en efectivo el asfalto que -los zapatos erosionan cuando atraviesan una calzada. En los restaurantes, el desgaste de cubierto, mantel, servilleta y silla es incluido en la cuenta. Y si uno huye espantado por los ceros del men¨², peor: fuera hay un foco que te ilumina y hay que pagar la luz que absorbe el esmoquin.
Y si uno huye de la luz y escapa hacia una sombra con pinta de gratuita, peor: en lo oscuro est¨¢ siempre agazapado y al acecho uno de los incontables chorizos y otros derivados del cerdo que se concentran aqu¨ª, en Cannes, durante estos d¨ªas, para desvalijar peregrinos que . buscan con ansia un cine que no encuentran ni con lupa. Ayer desplumaron a dos espa?oles, un cr¨ªtico y un director, a ¨¦ste ¨²ltimo a punta de pistola, pero qued¨® agradecido por la baratura del susto o, en rigor, del peaje: s¨®lo 300 francos y una petaca de puros habanos.
Durante estos d¨ªas, en Cannes, lo ¨²nico barato es so?ar. Es decir: meterse en un cine. Pero uno se encuentra con que dentro de los cines no ponen verdaderas pel¨ªculas y que so?ar es por consiguiente imposible: otro atraco. Un atraco fue Duba Duba, del ruso Alexandr Klivan; y otro clamoroso, de los que rizan el rizo- Splittin Heirs, una supuesta comedia anglo-americana dirigida por Robert Young e interpretada por Barbara Hershey y dos o tres supervivientes del naufragio del grupo Monty Phyton, que para los optimistas han perdido la gracia y para los pesimistas no la han perdido, porque nunca la tuvieron.
La primera es un candoroso y frustrado intento de dar vida a un RaskoInikov (el inagotable hombre-enigma de Crimen y castigo de Dostolevski) de nuestros d¨ªas. No funciona: RaskoInikov sigue muerto.
La segunda es un engendro tan evidente y de tales magnitudes que su programaci¨®n aqu¨ª es para los optimistas un error o una broma de mal gusto y para los pesimistas un acierto y un asunto serio, pues tiene toda la pinta de un acto de sabotaje desde dentro contra la credibilidad de un festival cinematogr¨¢fico que est¨¢ resultando literalmente incre¨ªble.
Si se tienen en cuenta estas maldades, el hecho de que Liz Taylor viniese ayer a Cannes a vender fotograf¨ªas que s¨®lo es posible vender a punta de talonario, y que las vendiese a pu?ados, es algo f¨¢cilmente explicable: para los optimistas se trata de un disparate entre los muchos que se ven a diario y para los pesimistas un suceso normal, que encaja perfectamente con la l¨®gica de las cosas, tal como ocurren aqu¨ª, durante estos d¨ªas, en Cannes.
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