Dos hermanas, entre los heridos m¨¢s graves
Los familiares de Carlos Blanco, un inform¨¢tico de 24 a?os, no dejaron de morderse los labios hasta que le vieron salir en silla de ruedas de las urgencias del hospital de la Princesa. Sonre¨ªa. Las hermanas Mar¨ªa Gabriela y Juana Ca?izo, no. Juana, de ocho a?os, quiz¨¢ conserve la vida, pero perder¨¢ una pierna. Gabriela, de 15, un ojo. Sus padres, ¨¦l en el Gregorio Mara?¨®n, ella en el hospital de la Princesa, esperaban con el coraz¨®n dividido entre dos quir¨®fanos.
Juana y Gabriela iban a subir al autob¨²s escolar. Un par de d¨ªas m¨¢s de clase y el verano ser¨ªa suyo. Una explosi¨®n y la empleada de hogar que las acompa?aba vio que los cuerpos rotos de sus ni?as yac¨ªan en el asfalto. Se fue a por Juana: con una pierna sin forma. Gabriela, un solo ojo.Al doctor Francisco Ca?izo -Pancho para sus compa?eros, el horror le asalt¨® sin demora. Estaba en casa. Se asom¨® al o¨ªr la explosi¨®n para encontrar bajo su ventana a las peque?as. Ca?izo tiene 46 a?os y hace m¨¢s de 10 que trabaja en el Mara?¨®n. El consejero de Salud de la Comunidad de Madrid, Pedro Sabando, comentaba que tanto ¨¦l como su esposa llevaban con entereza el destrozo que el terrorismo causa en su familia.
Carlos Blanco trabaja en una empresa de inform¨¢tica en la glorieta de L¨®pez de Hoyos. "Para una vez que madrugo...", se lament¨® a su t¨ªo. ETA quiso demostrarle ayer que no siempre es cierto que Dios ayude al ma?anero. Al salir de las urgencias del hospital de la Princesa su piel ten¨ªa a¨²n el tono con que la cercan¨ªa de la muerte y el yodo desinfectante suelen te?ir la tez morena. Pero se esforzaba por sonre¨ªr con el terror asomado a sus ojos oscuros.
Mar¨ªa Antonia Mezquita, de 19 a?os, acompa?aba al tercer ni?o herido, Luis Gabarda. Pese a su grave estado -le han reconstruido ambos pechos- no quiso ingresar en el hospital hasta avisar a la madre del peque?o que cuida.
A los padres de Fernando Fl¨®rez, de 39 a?os, el terrorismo les amarg¨® su aniversario de bodas -el 45?-, adem¨¢s de herirles a su hijo. Fernando, casado con la redactora de EL PA?S Roc¨ªo Garc¨ªa y padre de dos hijos, hab¨ªa encargado un arroz a banda en el restaurante Saint James para celebrar el aniversario. Pero cuando iba a trabajar, una valla hundi¨®- el, techo de su coche. Fernando pudo decirle a su esposa que el veh¨ªculo qued¨® destrozado. Sufre diversas heridas en el cuello y la cara y contusi¨®n craneoencef¨¢lica.
El portero de una de las fincas de la calle de Serrano, Santiago Fidalgo L¨®pez, de 36 a?os, a cuya rodilla alcanz¨® la segunda bomba, fue confundido con un terrorista. Algunos testigos de la segunda explosi¨®n apuntaron la posibilidad de que el fuera uno de los asesinos. En el equipo quir¨²rgico de la calle de Montesa le curaron y los agentes le acompa?aron a su casa tras comprobar su identidad.
Miguel Albero no podr¨¢ ir a Senegal a tomar posesi¨®n de su puesto en la Embajada. Albero, de 26 a?os, vive en el 79 de la calle de Serrano y estaba comprando el peri¨®dico cuando estall¨® el segundo artefacto. La metralla le dej¨® al aire la tibia izquierda.
Hace dos a?os hab¨ªa aprobado la oposici¨®n para ingresar en el Cuerpo Diplom¨¢tico y trabajaba en la Subdirecci¨®n General de Europa Occidental. Este mes de julio iba a cambiar Europa por ?frica. Las bombas, en cambio, le han tra¨ªdo la tragedia a la puerta de su casa en Madrid. J. L. A., de 27 a?os, compa?ero de Albero en la preparaci¨®n del ingreso a la Escuela Diplom¨¢tica, no puede contener la emoci¨®n: "?Por qu¨¦? Esto no conduce a nada".
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