Dos pecios
(Interpretaci¨®n arbitraria del Initium del "Juan de Mairena ")Texto de Mairena:"La verdad es la verdad, d¨ªgala Agamen¨®n o su porquero.
Aganen¨®n. Conforme.
El porquero. No me convence. "Interpretaci¨®n: Los comentarios de: Agamen¨®n y del porquero, al hablar por propia voz, teatralizan el texto, haciendo sonar, retroactivamente, el enunciado inicial como algo dicho por una tercera voz, por otra primera persona. Puesto que ese tercero deja as¨ª, inevitablemente, de ser Juan de Mairena, surge por fuerza la pregunta de qui¨¦n es. No es ninguna osad¨ªa colegir que no puede ser m¨¢s que un cortesano, un profeta -o fil¨®sofo- de corte, un mandar¨ªn o, finalmente, como hoy dir¨ªamos, "un intelectual org¨¢nico": un ilustrado le¨ªdo y escribido a quien la corte ha encomeridado la funci¨®n de excogitar y de decir-odictar- no s¨®lo la verdad sino tambi¨¦n, como aqu¨ª, la verdad de la verdad (o sobre la verdad), que es, por definici¨®n, una y ¨²nica para reyes o porqueros, como uno y ¨²nico es en su reino el rey Agamen¨®n.
La verdad es, por definici¨®n, la verdad del rey Agamen¨®n, y es tan verdad que no lo es porque la diga el se?or Agamen¨®n, sino que seguir¨ªa si¨¦ndolo aunque el se?or porquero la dijese. El porquero es iletrado e ignorante, pero suspicaz, y hay algo en la un¨ªvoca y taxativa declaraci¨®n del mandar¨ªn que no acaba de sonarle; es adem¨¢s un buen s¨²bdito, leal -y quiz¨¢ hasta agradecido- a su se?or, pero es, a la vez, demasiado honesto para no declarar su coraz¨®n, o, como dir¨ªa el "Calila e Dimna", su poridat, y dice: "No me convence".
Glosas: La honradez del porquero lo aleja tambi¨¦n -y con horrorizado esc¨¢ndalo si llegase a conocerla- de la c¨ªnica lucidez de Humpty Dumpty: "No es el sentido de las palabras lo que importa; lo que importa es saber qui¨¦n manda". Fue este mismo principio el que, de hecho y avant la lettre, se consagr¨® en Nicea, cuando el empeirador Constantino, que-a¨²n por bautizar- ten¨ªa la presidencia del Concilio, zanj¨® toda discordia sobre la omoous¨ªa o consubstancialidad, dictando que todos los padres sinodales acatasen la palabra literal, pero con plena libertad para interpretarla cada cual seg¨²n su entendimiento.
En fin, sobre esta Reina una y ¨²nica y un¨ªvoca que los mortales llaman La Verdad, ?no querr¨¢ acaso tambi¨¦n decirnos algo el episodio de la Biblia (Reyes 1, 22) que cuenta la desastrosa incursi¨®n del rey Acab de Israel contra el reino de Damasco por la soberan¨ªa sobre Ramot de Galaad? Aqu¨ª es Sedec¨ªas, hijo de Canana, y jefe o portavoz, al parecer, de los 400 profetas de corte, quien, en las consultas previas sobre la expedici¨®n, resuelve y dictamina la verdad, o sea, por definici¨®n, la verdad del rey, que en este caso es una profec¨ªa: la predicci¨®n del ¨¦xito de la empresa militar contra los sirios. Pero he aqu¨ª que el piadoso Josafat, rey de Jud¨¢, y aliado de Acab en la ocasi¨®n, no se conforma con el veredicto de los profetas de corte del reino de Israel, y le pregunta a Acab por alg¨²n otro profeta. Acab contesta: "Hay todav¨ªa otro hombre por quien podr¨ªamos consultar a Yav¨¦: Miqueas, hijo de Yemla; pero yo lo aborrezco, porque nunca me predice bien alguno, jam¨¢s me profetiza m¨¢s que males". Josafat lo reprende: "No hable as¨ª el rey", y Acab manda a buscar a Miqueas, que es un hombre del desierto ("Yo a¨²llo como chacal y gimo como avestruz") o, como hoy dir¨ªamos, un outsider, para que comparezca ante la corte. Una vez comparecido, a la primera interrogaci¨®n de Acab: %Atacaremos a Ramot de Galaad o debemos desistir de elloT', Miqueas contesta con la verdad del rey: "Ataca, que tendr¨¢s un buen ¨¦xito y Yav¨¦ la entregar¨¢ en tus manos". Pero Acab lo conoce y le replica airado: '?Cu¨¢ntas veces tendr¨¦ que conjurarte que no me digas m¨¢s que la verdad en nombre de Yav¨¦?', y entonces Miqueas le cambia el veredicto, profetizando la derrota del ej¨¦rcito y la muerte del rey en la batalla. El cumplimiento de esta profec¨ªa nos da a entender que la intenci¨®n ejemplar del texto b¨ªblico est¨¢ en contraponer a la verdad del rey la verdad de Yav¨¦, o sea de Dios. Pero la verdad de Dios, a quien no en vano se ensalza como "Rey de reyes y Se?or de los que dominan", resulta ser, si cabe, todav¨ªa m¨¢s una, unica, un¨ªvoca y hasta absoluta que la verdad del rey; y el hecho de que ante ella cada rey pueda llegar a hacerse, a su vez, tan suspicaz como el porquero ante la verdad de Agamen¨®n, diciendo: "No me convence", no debe tentar a nadie a caer en la demasiado conciliadora y confortante soluci¨®n de concebir la verdad de Dios como la verdadera verdad de los porqueros de verdad, pues tambi¨¦n la verdad de Dios surge de boca de sus propios mandarines. La verdad no es la verdad ni aunque la diga el porquero de los dioses o el dios de los porqueros. Ser¨¢ siempre una sucia invenci¨®n de mandarines.(Admonici¨®n) Quien, como t¨², Rafael, tanto presume de haber sabido labrar su propio coraz¨®n hasta aprender a no olvidar ni relajar jam¨¢s el m¨¢s empecinado impulso de indulgencia ante los vicios, los pecados o los m¨¢s tremendos cr¨ªmenes de aquellos a quienes los moralistas ontol¨®gicos dejan clavados, como un reo a su cruz, al cong¨¦nito estigma y veredicto inapelable de Malvados, si quisiese de veras demostrar que esa indulgencia no est¨¢ condicionada ni es mera presunci¨®n, tendr¨ªa que someterla a la prueba de fuego de acertar a sonre¨ªr con igual benignidad ante la petulancia narcisista -y a veces farisaica- de los que bajo esos mismos fundamentos ontol¨®gicos se tienen por virtuosos.
Ser indulgente con los malos es algo que el coraz¨®n aprende f¨¢cilmente desde ni?o; es saber ser igualmente indulgente con la insoportable, y aun a menudo cruel, arrogancia y petulancia de los virtuosos lo que el coraz¨®n suele aprender s¨®lo tarde y con esfuerzo, y en ocasiones nunca.
?Por qu¨¦ ese pobre histri¨®n del Virtuoso, aun cuando su ontol¨®gica autoconvicci¨®n lo lleve tantas veces a mostrarse despiadado hasta la inhumanidad con quienes, de manera no menos ontol¨®gica, tiene ya definidos para siempre por Malvados, habr¨ªa de ser menos acreedor a la indulgencia que ¨¦stos?
"Todos los hombres son buenos bajo los pliegues de mi manto -dice la voz de la indulgencia-: los unos porque saben que son malos, los otros porque lo ignoran; el que quiera servirme de verdad aprenda a no tener predilecci¨®n por los primeros frente a los segundos."
"?Qui¨¦n te ha metido en la cabeza -me dice la Indulgencia- ese funesto error de que yo era un hada mediadora o abogada defensora de los malos ante el severo tribunal de los virtuosos? ?Nunca he arg¨¹ido ante ese tribunal, puesto que nunca he legitimado tampoco la virtud! ?C¨®mo podr¨ªa yo mediar acuer-dos o propiciar lenidades entre partes, si est¨¢ en mi condici¨®n precisamente disolver y confundir la dualidad de cualesquiera dos partes enfrentadas? Y si, por la limitaci¨®n inevitable de las experiencias m¨¢s tempranas, me conociste como compasiva ante el pecado y con los pecadores, nada te daba, sin embargo, derecho o fundamento para suponerme (sin advertir que de este modo no hac¨ªas m¨¢s que copiar, salvo que inversamente, la eterna parcialidad de todo tribunal humano) severa y hasta cruel con la virtud y con los virtuosos.
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