Indur¨¢in da otra vuelta de tuerca en el Galibier
Los l¨ªderes italianos, desde Bugno hasta Chiappucci, vivieron una jornada catastr¨®fica
Las haza?as de Indur¨¢in tienen otro rasero. Es el reservado a los m¨¢s grandes. Cuando el l¨ªder espa?ol rompe la carrera, las consecuencias se miden en t¨¦rminos devastadores. Bajo ese registro vivi¨® Italia ayer la cat¨¢strofe del 14 de julio, su peque?o imperio destrozado, su flota a la deriva, Chiappucci enmudecido para el resto del Tour, Bugno nuevamente desarticulado. La montana nunca miente. Los Alpes certificaron la hegemon¨ªa de Indur¨¢in y rehabilitaron al desgraciado Rominger, cuya tenacidad encontr¨® recompensa en su alianza con el monstruo. El l¨ªder da otra vuelca de tuerca y deja la general sin posibilidad de mayor comentario: el Tour es suyo.Indur¨¢in ha hablado por dos veces en este Tour. La general se ha conmovido al eco de su voz. Su segundo discurso, en el primer contacto con la monta?a, ha sido tan elocuente que nadie habr¨¢ dejado de entender que no hay supervivencia posible en la oposici¨®n. S¨®lo quienes se muestran sol¨ªcitos y aceptan el papel de aliados tienen la oportunidad de beneficiarse de su magnanimidad. Indur¨¢in dibuja la diplomacia con guante de hierro. Nunca agrede el primero, solo interviene cuando los acontecimientos empiezan a desbordarse. Y es a partir de entonces cuando su respuesta tiene un doble efecto porque no gusta de actuar en solitario. Todos sus golpes de mano tienen alg¨²n otro beneficiario.
Bugno y Breukink apenas pudieron disfrutar de un par de kil¨®metros de alivio: en cuanto se identificaron como amenaza, a poco de comenzar la subida al Tel¨¦graphe, sufrieron las consecuencias de la respuesta del navarro, que hab¨ªa prometido no mover un dedo hasta estudiar la situaci¨®n sobre el terreno. Superado el tanteo del Glandon, en el que los notables se mantuvieron en su sitio mientras una quincena de corredores (entre los que se encontraba Delgado) maldisimulaba su condici¨®n de cabeza de puente, los nervios delataron ciertas intenciones: Breukink y Bugno no estaban dispuestos a esperar m¨¢s. El Tel¨¦graphe era el aperitivo de la cara norte del Galibier, una cumbre que no suele pasar desapeircibida. El Galibier es para el Tour un apellido nobiliario. Nadie escapa indemne a esa monta?a inacabable. Ellos quisieron aprovechar su presencia para obtener credendial de aspirante. El Galibier puso lastre en sus piernas.
Bugno y Breukink apenas pudieron maniobrar. Posiblemente se precipitaron. Disfrutaron de unos segundos de ventaja, una leve esperanza, m¨¢s bien un espejismo. Indur¨¢in pas¨® a la acci¨®n tras los pasos de Rominger. En comandita elevaron el tono de la jornada hasta despedazar la carrera. Chiappucci era en esos momentos un inocente diablillo, un personaje entra?able que conservaba la dignidad en la desgracia. Los notables le hab¨ªan expulsado de su mesa con el mismo desprecio con el que un arist¨®crata rechaza a un convidado sin pedigr¨ª. Perdido entre el enjambre de damnificados, Chiappucci trabajaba por mantener a salvo su derecho a expresarse cada ma?ana. Hoy no le van a preguntar por su en¨¦simo ataque. Menuda tonter¨ªa. Qui¨¦n sabe si Chiappucci estaba comenzando a ser ayer un rostro del pasado.
El Galibier obra ya en el patrimonio dorado de Indur¨¢in porque el navarro va cubriendo etapas en su aproximaci¨®n a los grandes de todos los tiempos. Ese es su camino. Y el Tour, este Tour, no es m¨¢s que un pelda?o. Indur¨¢in se ha convertido en invencible en la contrarreloj y en los Pirineos consolid¨® sus primeros ¨¦xitos monta?osos. Si en su biograf¨ªa puede abrirse un cap¨ªtulo dedicado al Tourmalet, le ha llegado el turno al viejo emperador del los Alpes, esa cumbre g¨¦lida e interminable cuya austeridad alimenta su esplendor.
Eddy Merckx sigui¨® hace unos d¨ªas parte de su actuaci¨®n en la contrarreloj del Lago de Madine y se ech¨® las manos a la cabeza al sobrepasar el coche del Banesto: Indur¨¢in acababa de sobrepasar a su predecesor, Guy Nulens, apenas hab¨ªan transcurrido una decena de kil¨®metros.
Indur¨¢in sub¨ªa majestuoso con el plato grande de las contrarrelojes. Para la concurrencia era un detalle demoledor, como advertir que estaban compitiendo contra un hombre de superior cilindrada. Detalles de ese calibre escapan a un espectador que demande emociones en directo y quiera ver a Indur¨¢in respondiendo a la antigua usanza, sin dosificar su est¨¦tica monocorde, empe?ado en una actitud racial. Para un ciclista puede ser el dato m¨¢s revelador, el m¨¢s concluyente, el verdaderamente inapelable.
La candidatura al podio de Breukink y Bugno ha quedado en entredicho. Ahora son como tantos otros, vagabundean por la general con m¨¢s pena que gloria. La general se mueve seg¨²n el impulso de Indur¨¢in y no conoce m¨¢s realidad que la de deducir qu¨¦ corredores y c¨®mo soportan mejor la estela del navarro. Otro discurso de Indur¨¢in puede revolcarla de nuevo. Nadie debe estar seguro de su suerte final hasta que el l¨ªder no diga basta.
[Indur¨¢in, seg¨²n la agencia France Presse, sufri¨® un peque?o desfallecimiento momentos despu¨¦s de llegar a la meta. El corredor se recuper¨¦ r¨¢pidamente y el m¨¦dico jefe del Tour, Gerard Porte, rest¨® importancia al incidente, al considerar que pudo deberse al esfuerzo ante la dureza de la etapa].
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