La tiran¨ªa de Indur¨¢in deja el Tour sin enemigo
Bugno, Breukink y Z¨¹Ile se despiden del podio tras la etapa reina alpina
La hegemon¨ªa de Indur¨¢in mostr¨® ayer su aspecto m¨¢s irritante. Es su cara oculta. Nadie est¨¢ libre de alg¨²n pecado. Su magnanimidad alcanza el extremismo, raz¨®n por la cual todos los especialistas se lanzaron ayer a sus m¨¢quinas de escribir extra?ados por la conducta del l¨ªder, sospechoso de haberle regalado otra etapa al suizo Rominger. El Tour es suyo, y los adjetivos para calificar su autoridad est¨¢n agotados desde hace un par de d¨ªas. El diccionario no da para m¨¢s. Por eso se le exige que domine como lo han hecho los grandes. Que sea cruel si es preciso. No, desde luego, que convierta el podio en una corte de aduladores.
Bajo el reinado de Indur¨¢in empiezan a crecer los par¨¢sitos, corredores de inestimable m¨¦rito cuya principal virtud es la de haber sabido soportar el ritmo del espa?ol. Se trata de hombres a quienes alienta un esp¨ªritu fundamentalmente pr¨¢ctico. Ya que no pueden derrotar al espa?ol fijan su objetivo en colaborar con ¨¦l, sabedores de que esa posici¨®n les puede garantizar un lugar en el podio. Y el podio pierde parte de su sentido: al paso que va este Tour no ser¨¢n sus due?os quienes han combatido con el l¨ªder sino sus principales aliados. Vistas as¨ª las cosas, el declive de Chiappucci y Bugno no deja de ser una mala noticia.La magnanimidad de Indur¨¢in ha tenido un efecto a corto plazo. En ning¨²n momento este Tour ha vivido la formaci¨®n de una coalici¨®n contra el l¨ªder, como propuso alguna prensa francesa ("Todos con Chiappucci", titul¨® en portada un semanario). Salvado el principal escollo tras la primera etapa alpina, Indur¨¢in ha decidido seguir con la misma pol¨ªtica: provocar una selecci¨®n de corredores donde predomina la adhesi¨®n al l¨ªder. Es la dictablanda de Indur¨¢in, una conducta mucho m¨¢s sofisticada que la puesta en pr¨¢ctica por Anquetil. La calculadora de Indur¨¢in es infalible, pero va camino de convertir este Tour en una carrera sin aristas.
Tan es as¨ª que la ascensi¨®n a Isola s¨®lo tuvo inter¨¦s con las incorporaciones al grupo de cabeza de corredores como Chiappucci y Millar, ambos empe?ados en un continuo viaje de ida y vuelta. Desde las primeras estribaciones de un puerto dise?ado a imagen y semejanza de Alpe d'Huez (curvas numeradas del 1 al 31 y apellidadas seg¨²n los nombres de 31 ganadores del Tour) era posible prever que desde Rominger a Mej¨ªa pasando por Hampsten y Jaskula era in¨²til esperar una ofensiva. Los intentos de Rijs fracasaron inmediatamente y el esfuerzo de Chiappucci y Millar les llev¨® a la derrota. Rominger se ha convertido en el mejor lugarteniente de Indur¨¢in y ese es un hecho lamentable si se tiene en cuenta que el suizo ha demostrado ser el segundo corredor m¨¢s fuerte. Gracias a su colaboraci¨®n ha obtenido ping¨¹es beneficios: el podio est¨¢ a su alcance cuando hace unos d¨ªas estaba casi descartado adem¨¢s de haber cosechado dos etapas. El premio es m¨¢s que generoso, pero ha perdido su identidad como rival.
La jornada guardaba el dise?o de las grandes etapas alpinas, aquellas que castigan cualquier flaqueza y que permiten operaciones a gran escala. La primera ascensi¨®n asomaba tras cumplirse con el protocolo de la salida y el trazado reservaba una orograf¨ªa irregular. Se sub¨ªa o se bajaba, no hab¨ªa t¨¦rmino medio. La longitud del techo del Tour (el Bonette-Restefond de 2.804 metros de altitud) significaba un escenario impresionante salpicado de trampas entre falsos llanos, t¨ªmidos descensos y curvas enga?osas que parec¨ªan advertir de un final cercano. Lo cierto es que la cumbre no se alcanzaba nunca y s¨®lo aquellos corredores armados de paciencia o guiados por una velocidad constante fueron capaces de sobrellevarlo. El puerto en cuesti¨®n fue la tumba de Bugno, Breukink y Z¨¹lle, a quienes la desesperaci¨®n imped¨ªa guardar la calma.
El ataque de Millar, al que Delgado apenas pudo acompa?ar un breve lapso de tiempo, significaba una operaci¨®n sin gravedad. Por entonces, la selecci¨®n natural de la carrera se hab¨ªa inclinado por Indur¨¢in y su corte de aduladores. La presencia de Delgado carec¨ªa de importancia y si acaso ten¨ªa mayor trascendencia la consolidaci¨®n del papel que est¨¢ dispuesto a desempe?ar el joven Antonio Martin, una promesa en ciernes. El propio Chiappucci se ausent¨® del corrillo y esper¨® al descenso para enlazar con el l¨ªder. Hab¨ªa desaparecido por entonces cualquier rastro del enemigo: Indur¨¢in desfila por este Tour.
Rominger, Mej¨ªa, Jaskula, Hampsten y Rijs ocupan en estos momentos las posiciones de privilegio de la carrera. Y a ninguno de ellos se tiene por enemigo. A excepci¨®n de un salto de Rijs, est¨¢n donde est¨¢n sin haber intentado un solo ataque. Han viajado en el vag¨®n de Indur¨¢in y han sido leales. El Rey les ha recompensado por ello. Su acatamiento conduce este Tour a un desenlace prematuro y previsible: en alg¨²n momento disputar¨¢n entre s¨ª el acceso al podio si todos ellos siguen mostrando capacidad para mantener el ritmo del l¨ªder.
E Indur¨¢in muestra su poder omn¨ªmodo, inabordable, insensible. ?Es la de Indur¨¢in una crueldad de rango superior? Aceptado un¨¢nimemente como el gran se?or del Tour, el aficionado y el especialista demandan que lleve hasta sus l¨ªmites toda demostraci¨®n de su poder¨ªo, disfrutar plenamente de quien es el m¨¢s grande. Dado que su victoria es inapelable, que gane siempre, que gane sin compasi¨®n. Porque su generosidad propicia la trampa. Y la trampa es un podio de amigos.
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