El circo cat¨®dico
Cuando veo a Lul¨², fascinada a sus 10 a?os por las mamachichas de Tele 5, a las que querr¨ªa imitar, o por las ni?as desaparecidas que husmea como un jabal¨ª el olfato mercenario de Lobat¨®n, me acuerdo del ni?o que fui en la Espa?a provinciana del nacional catolicismo franquista, cuando s¨®lo me fascinaba el poder ir al circo con mi padre a sufrir con los payasos, admirarme de las fieras y dejarme seducir por las trapecistas semidesnudas que posaban de puntillas. Y recuerdo sobre todo la impresi¨®n f¨ªsica que me caus¨® una domadora cuando, al dirigirse personalmente a m¨ª con la generosa exhibici¨®n de su mejor sonrisa camal, me indujo a dar de comer a su impresionante jirafa de seis metros, teniendo que tocar para ello con mis propias manos su lengua inmensa, mojada y rugosa. Por eso, cuando veo los actuales efectos de la televisi¨®n, no me sorprendo demasiado (ni me dejo caer mucho menos en el celo censor de tantos intelectuales, escandalizados como curas por la obscena exhibici¨®n audiovisual de mundo, demonio y carne), pues advierto enseguida que no se trata m¨¢s que del viejo circo decimon¨®nico, hecho de fieras, de payasos y de coristas, que se traduce cat¨®dicamente cada noche a cada cuarto de estar.Es cierto que el lenguaje audiovisual de la televisi¨®n tiene tambi¨¦n su origen en otras fuentes, adem¨¢s de la pista circense, entre las que cabe citar el novelesco follet¨ªn por entregas, el espect¨¢culo esc¨¦nico teatral (sobre todo el vodevil y la revista de variedades) y el propio cine (cuyo espec¨ªfico lenguaje le debe tanto, a su vez, al circo y al show decimon¨®nicos, sobre todo por cuanto hace a su sintaxis de concatenaci¨®n de planos y secuencias, que sucesivamente se encadenan entre s¨ª suturados por cortinillas o maestros de ceremonias que act¨²an como soluci¨®n de continuidad). Pero la ¨¦tica de la televisi¨®n tiene algunas especificidades que la distancian del cine y la narrativa, aproxim¨¢ndola m¨¢s al circo que a la escena. As¨ª, mientras la esencia del lenguaje cinematogr¨¢fico (descontado el d¨¦coupage) es la elipsis, que acent¨²a el valor est¨¦tico y la importancia de lo que se muestra m¨¢s por omisi¨®n que por acci¨®n, la esencia del lenguaje audiovisual no es la elipsis, sino el esc¨¢ndalo o la obscenidad: el que no quede nada sin ense?ar, acentuando la importancia de revelar hasta lo que menos se puede o se debe mostrar. En esto es la televisi¨®n heredera, como el circo mismo, de los c¨®micos de la Baja Edad Media y comienzos de la Edad Moderna, cuya cultura popular de naturaleza transgresora, rabelaisiana o carnavelesca ha sido perfectamente analizada por Mijafl Baj¨²n como lo,m¨¢s opuesto a la cultura cortesana, nobiliaria, elitista o human¨ªstica.
Y este af¨¢n por mostrarlo todo, hasta lo que menos pueda ser visto, conduce al lenguaje audiovisual desde el esc¨¢ndalo hasta el m¨¢s dif¨ªcil todav¨ªa, que constituye la quinta esencia o el tour deforce del lenguaje espec¨ªficamente circense. Hay que sorprender sistem¨¢ticamente al p¨²blico soberano de espectadores, llegando a ofrecerles aquello que nadie hasta entonces se hab¨ªa atrevido antes. Lo cual lo aproxima, evidentemente, a los dem¨¢s lenguajes que cultivan la t¨¦cnica del suspense, como son la novela policiaca o los folletines por entregas. Pero como es obvio, por mucha imaginaci¨®n que pongan los novelistas, la realidad siempre supera a la ficci¨®n en su capacidad de sorpresa. Por eso la televisi¨®n es hiperrealista, pues donde haya un buen reality show que se quiten los culebrones, las comedias de situaci¨®n y dem¨¢s ficciones de naturaleza novelesca o narrativa: al igual que el buen trapecista debe actuar sin red y el buen domador sin jaula para que su peligro, de muerte sea real, tambi¨¦n de igual manera, en televisi¨®n, s¨®lo mostrando la verdadera realidad se puede superar con su aut¨¦ntico suspense el m¨¢s dif¨ªcil todav¨ªa. Y por eso son los informativos (mal que le pese a Juan Cueto) el alma misma de la televisi¨®n: y cuanto m¨¢s melodram¨¢ticamente . truculentos, mejor.
Todo esto es lo que parece haber intuido aproximadamente Lazarov (a pesar de su daltonismo est¨¦tico, que hace a sus productos infumables) al vestir sus programaciones como carnavelescos circos audiovisuales, deliberadamente dise?ados para encandilar la credulidad de las audiencias m¨¢s pueriles y s¨®lo poblados por magos, monstruos, payasos y se?oritas desvestidas con mallas, lentejuelas y baratijas multicolores. Y tambi¨¦n es en este mismo sentido por donde parecen caminar las m¨¢s recientes innovaciones que, en la l¨ªnea del m¨¢s dif¨ªcil todav¨ªa, apuestan por los espect¨¢culos defieras humanas, cuya estrella son los machos violadores y los asesinos en cadena. Pero aqu¨ª nos alejamos del circo decimon¨®nico y nos acercamos al aut¨¦ntico circo romano: ese espect¨¢culo esc¨¦nico de masas, celebrado en un anfiteatro, donde los mercenarios gladiadores se juegan la vida s¨®lo por la pasta mientras las fieras carniceras descuartizan con avidez a las j¨®venes cristianas v¨ªrgenes y m¨¢rtires, como manda (y demanda) el respetable.El mercado capitalista es li-, bre, y su ¨²nico soberano es el consumidor insaciable que demanda camaza. Pero ?es leg¨ªtimo que tambi¨¦n la televisi¨®n p¨²blica compita por la camaza m¨¢s demandada? Yo suelo sostener . que los Lobatones (los domadores cat¨®dicos de fieras humanas) s¨®lo son leg¨ªtimos como gladiadores mercenarios vendidos a las privadas, pero nunca en las p¨²blicas, que debieran ofrecer no circo sino servicio p¨²blico. Pero puede que el concepto mismo de televisi¨®n p¨²blica sea una contradicci¨®n en sus mismos t¨¦rminos, pues la televisi¨®n, una de dos, o es circo o se desnaturaliza; y el circo implica de facto la privatizaci¨®n de la oferta (al tener que buscar necesariamente el sorprender a la demanda privada con el m¨¢s dif¨ªcil todav¨ªa), aunque sea bajo titularidad p¨²blica. Pese a la BBC, el circo no es un servicio p¨²blico. Ahora bien, al mismo tiempo, todo circo (incluido el audiovisual), por privado y mercenario que sea, tiene efectos pol¨ªticos, afectando por tanto al inter¨¦s p¨²blico. ?Qu¨¦ clase de paradoja es ¨¦sta?
Todo esto lo sab¨ªan perfec-, tamente los romanos, cuyos espect¨¢culos circenses no estaban organizados ni financiados por el Estado, sino por empresarios o mecenas privados, siendo el emperador (quien los pagaba de su propio bolsillo y no con cargo al Tesoro p¨²blico) el primero de entre ellos. Pero, al mismo tiempo (como ha demostrado Paul Veyne en Le pa¨ªn et le cirque, la mejor fuente a quien sigo en esto), eran perfectamente conscientes de que el circo era una instituci¨®n pol¨ªtica (de inter¨¦s p¨²blico, por tanto, por mucho que su oferta y su demanda estuviesen privatizadas). Y ello no tanto por el maquiavelismo socialdem¨®crata del panem et circenses como, seg¨²n Veyne, porque s¨®lo mediante el circo se lograba expresar la naturaleza del poder. En efecto, en el circo el soberano se entregaba en manos de la plebe, pues, simb¨®licamente, se invert¨ªa la relaci¨®n de poder (como sucede tambi¨¦n en los carnavales): por un momento (tan s¨®lo durante la celebraci¨®n del espect¨¢culo), los espectadores eran los soberanos y el emperador quien ten¨ªa que halagarlos humill¨¢ndose a sus pies, poni¨¦ndose a su servicio y entreg¨¢ndose efimera iniente a su poder. Y es¨¢s¨ª como, para Veyne, el circo reproduce la autoridad moral del poder.
Pues bien, algo an¨¢logo hemos visto durante la reciente campa?a electoral: el poder se midi¨® con la oposici¨®n en un combate singular que los enfrentaba de t¨² a t¨² como a glad¨ªadores en el circo audiovisual. Y al hacerlo acept¨® someterse al veredicto de los espectadores, que actuaron de juez soberano de la contienda. Y, en efecto, a la luz de las m¨¢s solventes encuestas, la actitud de los electores indecisos, en un comienzo algo m¨¢s inclinados hacia Aznar, comenz¨® a invertirse en un sentido favorable a Gonz¨¢lez justo entre los dos debates: es decir, tras haber contemplado en el circo audiovisual la m¨¢s p¨²blica humillaci¨®n del poder. ?Y qu¨¦ mejor contrastaci¨®n que ¨¦sta de la hip¨®tesis de Veyne?
Enrique Gil Calvo es profesor titular de Sociolog¨ªa de la Universidad Complutense de Madrid.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.