Volver a inventar Maastricht
La especulaci¨®n s¨®lo parar¨¢ el d¨ªa en que Europa adopte una moneda ¨²nica. La crisis del SME ha subrayado hasta qu¨¦ punto la globalizaci¨®n financiera act¨²a como un tribunal despiadado que deshace las alianzas poco claras. Europa, fr¨¢gil por estar en perpetua construcci¨®n, resiste mal; debe llegar a t¨¦rmino o morir.
Vivimos en una ¨¦poca de alianzas contranatura: los nacionalistas franceses, que deseaba que Francia se liberara de la tutela del marco, han unido su voces a las de los cambistas, esos "ap¨¢tridas" que ensalzan la libertad total de cambio y ven en una uni¨®n regional, como la de Sistema Monetario Europeo una ciudadela a derribar. La defensa del terru?o se une en esta ocasi¨®n a los c¨¢lculos de las finanzas internacionales. Philippe S¨¦guin y George Soros se al¨ªan en una misma batalla.Al ampliar al 15% los m¨¢rgenes de fluctuaci¨®n de las paridades en el seno del SME, los Gobiernos de los Doce les han dado la raz¨®n. Han establecido una fluctuaci¨®n de facto. Te¨®ricamente, cada pa¨ªs ha vuelto a tener un margen de maniobra casi total. Se han "renacionalizado" las pol¨ªticas econ¨®micas y monetarias. El nivel intermedio, el europeo, ha saltado.
?Estaba escrito en la historia? ?La globalizaci¨®n de las econom¨ªas, fen¨®meno que marca la poscrisis del petr¨®leo, aboca al fracaso cualquier intento de organizaci¨®n de este tipo cuando no se limita, a ser una zona de libre intercambio? Esa es la convicci¨®n de los brit¨¢nicos. Desde que la liberalizaci¨®n financiera ha dado una libertad total a los movimientos de capital y desde que los ordenadores han dado a las transacciones una velocidad de tiempo real, nada que se sit¨²e entre la naci¨®n y el mundo puede ser viable.
El capitalismo cambi¨® de naturaleza. En ese marco, las organizaciones regionales, como Europa, presentan unos inconvenientes siempre superiores a las ventajas.
Este punto de vista no deja de tener fundamento. La internacionalizaci¨®n del capital ha engendrado una hipercompetencia mundial cuyos efectos son devastadores para los sistemas sociales y fiscales. Maurice Allais, premio nobel de Econom¨ªa, tiene probablemente raz¨®n al ver en ello una grav¨ªsima amenaza para nuestras sociedades liberales occidentales (Lib¨¦ration del 2 de agosto). El ¨²nico nivel adecuado de respuesta ser¨ªa el internacional. S¨®lo una estrecha concertaci¨®n a nivel mundial de las pol¨ªticas monetarias y financieras podr¨ªa controlar esa fuerza demon¨ªaca liberada a partir de los a?os ochenta. Pero estamos lejos de esa concertaci¨®n. Se han hecho notables intentos de controlar el d¨®lar pero no han sido nada comparados con la dimensi¨®n del objetivo. Habr¨ªa que adoptar toda una serie de medidas -desde la fijaci¨®n de precios hasta el control de los bancos- que parecen fuera del alcance de la t¨¦cnica y fuera de la voluntad pol¨ªtica.
Los nacionalistas encuentran adem¨¢s, una justificaci¨®n a corto plazo para su convicci¨®n. Desde hace dos a?os el SME no presta los servicios de anta?o. El sistema descansaba sobre el pilar de una Alemania virtuosa (baja inflaci¨®n, tipos de inter¨¦s bajos y exportaci¨®n de capitales) pero la gesti¨®n de su reunificaci¨®n ha hecho de ella uno de los peores alumnos de la clase europea. Desde entonces, todo marcha al rev¨¦s (fuerte inflaci¨®n, tipos altos e importaci¨®n de capitales). La decisi¨®n tomada el pasado 1 de agosto de dejar flotar las monedas tendr¨¢, probablemente, efectos positivos. Esa autonom¨ªa recuperada permitir¨¢ una bajada de los tipos de inter¨¦s m¨¢s o menos r¨¢pida que servir¨¢ de combustible para el crecimiento.
Te¨®ricarnente, el franco, la peseta y la corona danesa, m¨¢s d¨¦biles, deber¨ªan estimular las exportaciones francesas, espa?olas y danesas. S¨®lo pueden sufrir los alemanes y los holandeses, pues sus productos se encarecer¨ªan -algunos economistas alemanes est¨¢n pensando en revisar a la baja sus pron¨®sticos para el segundo semestre-. Pero en la pr¨¢ctica, los movimientos en los tipos de estos ¨²ltimos d¨ªas muestran que no ha habido un deslizamiento de las monedas. Lo que la especulaci¨®n ha puesto en cuesti¨®n estas ¨²ltimas semanas no son las paridades -los tipos de cambio corresponden grosso modo al valor rec¨ªproco de las econom¨ªas-, sino el sistema mismo.
Sin embargo, la victoria de los nacionalistas ser¨¢ breve. Van a darse cuenta de que si el nivel regional, el europeo, es incapaz de luchar, las cosas empeorar¨¢n en el nivel inferior, es decir, el nacional. En el momento en que los mercados financieros perciban un "patinazo" salarial o presupuestario, habr¨¢ una sanci¨®n inmediata. En otras palabras, el margen de maniobra de la pol¨ªtica econ¨®mica es menor a nivel nacional que a nivel regional. Las exigencias del nuevo capitalismo globalizado s¨®lo encontrar¨¢n respuestas nacionales parciales, provisionales y a, un alto precio. Por el contrario, nadie ha dicho que el poder de unas naciones s¨®lidamente federadas no pueda hacer ceder, o hacer entrar en raz¨®n, a los mercados financieros. Estos son incontrolables a corto plazo, pero tambi¨¦n se dan cuenta de que la existencia de zonas de paz monetaria puede ser beneficiosa para todos y que, para vivir, la moneda necesita econom¨ªas sanas.
Si frente al desorden monetario mundial la idea de Europa parece m¨¢s necesaria que nunca, ?c¨®mo inyectarle vida y credibilidad? La especulaci¨®n s¨®lo parar¨¢ el d¨ªa en que Europa adopte una moneda ¨²nica. ?Pero c¨®mo llegar a ello? El periodo que se avecina est¨¢ marcado por el peligro de un estallido. Para que la uni¨®n econ¨®mica y monetaria sobrevivan se imponen tres condiciones.
1. Volver a inventar el camino de Maastricht. La estabilidad de las paridades en Europa ha dejado de ser el principal inter¨¦s del SME. Hoy en d¨ªa, los bancos saben "cubrir" los riesgos de cambio con el menor gasto posible. El sistema serv¨ªa fundamentalmente para recordar la necesidad de la "convergencia" de las econom¨ªas de los Doce, convergencia indispensable para el paso a la moneda ¨²nica. La flotaci¨®n actual autoriza a los pa¨ªses a tirar cada uno por su lado. Puede desfasar todav¨ªa m¨¢s su ritmo de crecimiento y hacer menos urgente la disciplina a la que se deben someter. ?C¨®mo restablecerla? Las autoridades comunitarias deben decirlo r¨¢pidamente.
2. Relanzar la Europa pol¨ªtica. Las autoridades alemanas, tanto las de Bonn como las de Francfort, lo est¨¢n pidiendo desde hace meses. Seg¨²n se indica en la capital alemana, el canciller Kohl lanzar¨¢ con este prop¨®sito una nueva, iniciativa tan pronto como su pa¨ªs ratifique, el pr¨®ximo oto?o, el Tratado de Maastricht, pues no hay uni¨®n monetaria duradera si no hay una uni¨®n pol¨ªtica. Esta regla, muchas veces demostrada por la historia, acaba de volver a justificarse: la primera fisura del SME se remonta al no dan¨¦s al Tratado de Maastricht, hace un a?o. ?Es necesario continuar siendo Doce? ?Hay que inventar una Europa a la carta con un n¨²mero diferente de pa¨ªses dependiendo de los diferentes ¨¢mbitos? ?Se debe, simplemente, volver al sistema anterior? Hay opciones ilimitadas, pero el renacimiento de la Uni¨®n Econ¨®mica y Monetaria (UEM) depende m¨¢s que nunca de un proyecto pol¨ªtico.
3. Consolidar el eje francoalem¨¢n. No hay alternativa. La alianza de Francia con los pa¨ªses mediterr¨¢neos, idea acariciada por algunos, tendr¨ªa como ¨²nico efecto empujar a Alemania hacia el Este -hacia donde se ve atra¨ªda p'or la historia y por unos intereses nada despreciables- y, por otro lado, hacia Estados Unidos, que sue?a abiertamente con tenerla como interlocutor, como "socio en el leadership ".
Pero la cooperaci¨®n francoalemana tropieza con una serie de temas: la Europa del Este, el proteccionismo, la Pol¨ªtica monetaria, la gesti¨®n de la unificaci¨®n, etc¨¦tera. Choca con la sensaci¨®n de que la muerte del comunismo ha roto el equilibrio econ¨®mico-militar de la pareja y que, en suma, Alemania ya no necesita a Francia. Habr¨¢ sin duda que descubrir (o redescubrir) que, frente a los des¨®rdenes mundiales, a las tentaciones nacionalistas y a la visi¨®n internacionalista anglosajona, Francia y Alemania comparten la misma convicci¨®n de fondo: la sociedad debe estar organizada. As¨ª como las culturas francesa y alemana difieren radicalmente en muchos puntos, tambi¨¦n convergen a la hora de dar primac¨ªa a las reglas colectivas frente a la realizaci¨®n individual. Las formas que debe tener ese colectivo enfrentan, sin duda, a Lutero, en Alemania, y a Colbert, en Francia, pero es una misma filosofia la que hace que a ambos lados del Rin se crea en la posibilidad de un control de los mercados, en una necesaria correcci¨®n de las desigualdades, en la necesidad de un equilibrio de fuerzas.
En ello se basa el nuevo di¨¢logo, franco-alem¨¢n. Su forma depende simplemente del conocimiento y del respeto, por parte de Par¨ªs, de la extrema descentralizaci¨®n del poder que hay en Alemania. De este modo, antes que levantarse contra el "dogmatismo" del Bundesbank, ser¨¢ mejor imponer a Bonn un l¨ªmite para su d¨¦ficit presupuestario y no pronunciar jam¨¢s en la RFA la palabra tab¨², "proteccionismo", sino discutir a nivel de ramos con una patronal alemana que sabe c¨®mo "organizarse" frente a la competencia.
?Son realistas estas condiciones en el contexto actual? ?Lo ser¨¢n m¨¢s cuando la recuperaci¨®n inyecte confianza? En todo caso, la crisis del SME ha subrayado hasta qu¨¦ punto la globalizaci¨®n financiera act¨²a como un tribunal despiadado que deshace las alianzas poco claras. Europa, fr¨¢gil por estar en perpetua construcci¨®n, resiste mal. Debe llegar a t¨¦rmino o morir.
Eric le Boucher es experto en pol¨ªtica internacional.
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