La psoriasis del faro de la Moncloa
Al faro de la Moncloa, s¨ªmbolo -seg¨²n nuestro alcalde- del Madrid del a?o 2000, se le levanta la piel por el calor y suelta unas costras putrefactas, de unos 80 kilos de peso, que sobrevuelan la zona como una met¨¢fora de la locura en la que estuvimos sumidos durante el a?o 92. Estas cosas no le pasan a Madrid nada m¨¢s: en Sevilla, sin ir m¨¢s lejos, ciudad emblem¨¢tica de lo que nunca fuimos, no se puede beber el agua corriente porque no cumple los ¨ªndices m¨ªnimos de calidad europeos. 0 sea, que estamos intentando converger con la Comunidad -en cuestiones econ¨®micas de alta tecnolog¨ªa, y resulta que cuando abrimos el grifo de la cocina, en lugar de echar agua, salen agentes pat¨®genos dispuestos a devorar el intestino de los beneficiarios de la Expo. Lo curioso es que con lo que los sevillanos se han gastado en agua mineral en lo que va de este annus horribilis del 93 (unos 11.000 millones) se podr¨ªan haber construido tres pantanos perfectamente homologables con los del resto de Europa.Pero vamos al faro, que es lo nuestro. Su construcci¨®n fue paralela a la de aquel desastre que se dio en llamar Madrid, capital cultural de Europa; parece que han pasado siglos pero fue el a?o pasado, que s¨®lo estamos en el 93. Entonces, como ¨¦ramos ricos, todos nos parec¨ªa bien. 0 sea que entr¨¢bamos en las joyer¨ªas y ve¨ªamos pedruscos horrorosos engarzados en oro y aunque no nos gustaban los compr¨¢bamos porque ten¨ªamos dinero, o eso cre¨ªa mos, en plan nuevo rico y tal. Pues eso, que como en Sevilla y en Barcelona no paraban de hacer cosas, a nosotros nos dio por levantar un faro absurdo, no porque nos gustara, que nos parec¨ªa horroroso, sino para ver el mar c¨®modamente desde la Moncloa, o quiz¨¢ para que los barcos procedentes de las urbanizaciones de lujo de la zona norte, donde viven tirubones como Pinto Font¨¢n, no chocaran contra los arrecifes del museo de Am¨¦rica que, por cierto, no s¨¦ qu¨¦ ha sido de ¨¦l.Pero los s¨ªmbolos son muy traidores: por menos de nada se transforman en signos y empiezan a escribir la verdadera historia de las cosas. La psoriasis que peri¨®dicamente deja en carne viva el faro de Madrid, mientras su piel de dinosaurio traza caligraf¨ªas en el aire, es toda la escritura que qued¨® de aquella capitalidad cultural de infausta memoria. El responsable de turno del Ayuntamiento ha declarado, con toda la cara, que "el problema es que estos paneles s¨®lo est¨¢n preparados para soportar su propio peso". Se trata de un razonamiento dif¨ªcilmente inteligible, de la misma familia de aquel otro seg¨²n el cual las cosas que no caen por la fuerza de la gravedad caen por su propio peso. Parece que estas placas estaban preparadas para soportar el suyo, pero no la gravedad del s¨ªmbolo en que el alcalde pretend¨ªa convertirlas. Los simbolos, ya se sabe, pesan demasiado y se descomponen en seguida cuando no tienen un respaldo s¨®lido.
Para s¨ªmbolo, el de esa mujer de Vallecas fotograf¨ªa da en la primera p¨¢gina de este suplemento el pasado martes. La hab¨ªa atropellado una vaquilla mientras recog¨ªa desperdicios en los contenedores y ten¨ªa la pobre mujer el hombro y los muslos Henos de escaras. Yo no s¨¦ c¨®mo, a estas alturas, una vaquilla puede alterar el tr¨¢fico peatonal de Vallecas, aunque si fu¨¦ramos como Dios manda -y cito a Dios porque est¨¢ mejor visto que Marx- lo que deber¨ªa extra?arnos es que haya mujeres de 56 a?os que vivan de las basuras de los otros; en fin, ya s¨¦ que la noticia no es que un perro muerda a un hombre ni si quiera que un hombre muerda a otro hombre, que ¨¦se es el pan de cada d¨ªa; la noticia es que una vaquilla se escape, irrumpa en la M-40 y sea abatida a tiros por los municipales. Pues bien, las es caras de esta mujer mordida por la vida son como las escaras del faro de la Moncloa: un s¨ªmbolo capaz de soportar su pro pio peso, pero inv¨¢lido para aguantar el de la cultura que metaforiza. Nos estamos quedando en los huesos.
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