El cepillo
Agust¨ªn Garc¨ªa Calvo quiere, como Lola Flores, que sus admiradores saldemos la deuda que minuciosamente ha contra¨ªdo con el Estado a lo largo de su existencia fiscal; ¨¦l es un gran artista y no puede adulterar con estas miserias la pureza de su pensamiento. No me parece mal: la admiraci¨®n tambi¨¦n tributa y los admiradores, desde el punto de vista de algunos admirados, no son otra cosa que dinero. Lo curioso es que este hombre, que tantas energ¨ªas gasta en la destrucci¨®n del Estado, ande colgado siempre de sus tetas.Los anarquistas m¨¢s pintorescos que he conocido eran funcionarios, como Garc¨ªa Calvo: quiz¨¢ odiaban al Estado como otros odian a sus esposas o a su madre: porque dependen demasiado de ellas. Ignoro si es el caso del catedr¨¢tico de lat¨ªn, pero recuerdo ahora que cuando le faltaban unos meses para jubilarse como funcionario del Estado estuvo trabaj¨¢ndose a Leguina (o sea, al Estado) para que le montara en Madrid una escuela de gram¨¢tica, que de eso sabe mucho. Quiz¨¢ le daba v¨¦rtigo desprenderse de la teta estatal, a pesar de la pensi¨®n vitalicia. No es eso todo: acabo de leer en el peri¨®dico que el palacio que posee el ilustre ¨¢crata junto a la catedral de Zamora ha sido restaurado con una subvenci¨®n de la Comunidad de Castilla y Le¨®n (m¨¢s Estado). Hasta hizo un himno al Estado muy bien retribuido, sobre todo si pensamos que el Estado no ha vuelto a usarlo despu¨¦s de compr¨¢rselo, porque le da un poco de verg¨¹enza o¨ªrlo (no se sabe de nadie que haya conseguido escuchar el himno de Madrid, escrito por Garc¨ªa Calvo).
Yo no s¨¦ si est¨¢ bien abominar del Estado cuando se le debe tanto; lo que s¨ª he descubierto con esta historia es que, si uno se aficiona a dar sermones, al final es imposible no caer en la tentaci¨®n de pasar el cepillo.
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