La historia extraoficial
Cuando esta pel¨ªcula se proyect¨® en el reciente festival de San Sebasti¨¢n -en el cual, por cierto, fue ignominiosamente despreciada para los premios importantes, y hubo de conformarse con el de interpretaci¨®n, que recay¨® con toda justicia en Juan Echanove-, su duraci¨®n era 12 minutos superior a la de la copia de estreno comercial. Paco Regueiro ha declarado que tal reducci¨®n la hab¨ªa hecho para centrar todav¨ªa m¨¢s el filme en el personaje de Franco y su entorno: para evitar, en suma, la dispersi¨®n a la que llevaba la larga apertura de la pel¨ªcula, en la cual el Madrid de la posguerra era visto con los ojos descarnados de dos ni?os, o, con m¨¢s propiedad, de un ni?o real y de otro falso, porque en realidad es una ni?a.Eso ha desaparecido del filme, pero ¨¦ste, por fortuna, no ha perdido ninguna de sus virtudes originales, y en cambio ha paliado uno de sus principales defectos, la descompensaci¨®n de sus bloques narrativos, las ca¨ªdas internas de su trama, ahora m¨¢s condensada y hasta m¨¢s coherente. No ha perdido, pues, sus m¨¢ximos logros: la creaci¨®n de un universo visual enormemente rico y complejo, a medio camino entre la alucinaci¨®n y la pesadilla, pero con un pie firmemente fijado en tierra; la decidida intenci¨®n de pasar cuentas con la historia desde la iron¨ªa m¨¢s sangrante e irreverente; la voluntad de crear un Madrid, una Espa?a alternativos a los de la historia oficial -la de los vencedores, pero tambi¨¦n la de los vencidos- por el expeditivo recurso de inventar, como un nuevo Max Aub, otra biograf¨ªa posible para un tirano cuya sombra insoportable todav¨ªa gravita sobre quienes le sufrieron.
Madregilda
Direcci¨®n: Francisco Regueiro. Gui¨®n: Francisco Regueiro y ?ngel Fern¨¢ndez-Santos. Fotograf¨ªa: Jos¨¦ Luis L¨®pez Linares. M¨²sica: J¨¹rgen Kneiper. Producci¨®n: Gerardo Herreros, para Marea Fil¨ªns, Road Movies Dritte Product¨ªonen y Gemini Films. Espa?a-Alemania-Francia, 1993. Int¨¦rpretes: Juan Echanove, Jos¨¦ Sacrist¨¢n, Barbara Auer, Juan Luis Galiardo, Fernando Rey, Kamel Ch¨¦rif, Antonio Gamero. Estreno en Madrid: Palacio de la Prensa, Roxy B, Renoir (Cuatro Caminos), Vaguada y Vel¨¢zquez.
No cabe ver Madregilda, pues, desde la ¨®ptica del naturalismo, no hay que pedirle rigor hist¨®rico porque no es ¨¦sa la intenci¨®n de su relato, porque en ning¨²n momento sus componentes se disponen en esa direcci¨®n. Se pueden ver en ella, en cambio, elementos simb¨®licos que emergen pr¨ªstinamente de sus im¨¢genes: un ni?o que ha sido arrancado literalmente del vientre de su madre, la cicatriz de la cual da paso a una ondulante bandera espa?ola a los sones de Suspiros de Espa?a; la constataci¨®n de que la Espa?a de la posguerra -nuestra Espa?a de hoy, al fin y al cabo- es la hija putativa de un padre desp¨®tico aunque extra?amente inmaduro -un Franco al cual Echanove presta un ins¨®lito perfil entre la crueldad y la indefensi¨®n- y de esa madre Gilda que en la pantalla no tiene los rasgos de Rita Hayworth, sino los de la madre violada, carne de celuloide en la cual encontrar refugio ante las miasmas del presente.
Pero, ante todo, lo que predomina en el filme es su voluntad de erigirse en una comedia descarnada, construida sobre la base de algunos personajes firmemente dibujados -los cuatro participantes en la partida de mus, sencillamente espl¨¦ndidos- y unos di¨¢logos excelentemente escritos por Fern¨¢ndez-Santos y filmados por Regueiro.
Iron¨ªa y desmitificaci¨®n
Cuando Madregilda discurre por esos senderos, cuando la iron¨ªa y la voluntad desmitificadora se dan la mano, la pel¨ªcula funciona a las mil maravillas, una m¨¢quina perfectamente engrasada con la inspiraci¨®n de sus participantes. En cambio, cuando el filme se abre hacia terrenos m¨¢s ambiciosos, justamente hacia esa dimensi¨®n simb¨®lica ya apuntada, su estructura interna se resiente y su trama se hace en ocasiones innecesariamente cr¨ªptica y hasta atropellada: ese final puesto con calzador, por ejemplo, que pretende clausurar el relato con un viaje hacia la utop¨ªa, pero que en el fondo no logra esconder su arbitrariedad.Pero dicho esto, tambi¨¦n hay que recordar, ya ha sido escrito antes, que lo mejor de Madregilda es la libertad creadora de que hacen gala sus responsables, la ausencia de esa complacencia que algunos llaman, equivocadamente, comercialidad: Regueiro o sus colaboradores se pueden equivocar en algunas de sus opciones -y lo es, por ejemplo, la elecci¨®n de Barbara Auer para encarnar a la madre-, pero nunca por contentar a nadie, por edulcorar o trivializar el contenido del filme. Por eso, y a pesar de sus vacilaciones, Madregilda es una de las pel¨ªculas m¨¢s ferozmente personales del actual cine. espa?ol y una insobornable declaraci¨®n de principios de un cineasta sobre su oficio.
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