"Este es el gran desaf¨ªo de Europa
En los seis meses que lleva al frente de la Asamblea, Philippe S¨¦guin ha emprendido una cruzada para revalorizar el Parlamento y reforzar su autonom¨ªa frente al Gobierno. Su primera medida ha sido obligar a los diputados a asistir a las sesiones y votar personalmente. "El espect¨¢culo del Parlamento que funciona sin parlamentarios", dice, "es horrible". S¨¦guin es, junto con su correligionario y primer ministro, ?douard Balladur, la gran revelaci¨®n de la pol¨ªtica francesa de los noventa. Lo curioso es que, como presidente de la Asamblea Nacional, el gran tercer puesto pol¨ªtico en la c¨²pula del Estado franc¨¦s, S¨¦guin. se ha convertido en el principal opositor a Balladur. Representante de la tradici¨®n del gaullismo popular, S¨¦guin denuncia sin tapujos la falta de audacia de su correligionario en la lucha contra el paro. Y es que a este hombre de 50 a?os y brillante porvenir pol¨ªtico no le asusta nadar a contracorriente. Ya lo hizo el pasado a?o, al convertirse en el principal l¨ªder de la campa?a contra el Tratado de Maastricht.Ahora r¨ªe a mand¨ªbula batiente cuando se le mencionan las dificultades de Maastricht. M¨¢s urgente que el establecimiento de una moneda ¨²nica le parecen la ayuda a la Europa del Este y el establecimiento de reglas que protejan al Estado de bienestar europeo frente a unos pa¨ªses asi¨¢ticos que, seg¨²n afirma, " nos exportan sus productos y sus reglas sociales retr¨®gradas y sus sistemas pol¨ªticos autoritarios".
Pregunta. La visita del rey de Espa?a a la Asamblea Nacional rompe con una s¨®lida tradici¨®n. ?Por qu¨¦ la principal C¨¢mara del Parlamento franc¨¦s hab¨ªa rechazado hasta ahora la presencia de jefes de Estado o de Gobierno extranjeros?
Respuesta. Ocurre que, por razones que se remontan al pasado siglo, los presidentes de la Rep¨²blica Francesa no tienen acceso a nuestro hemiciclo. Todos los franceses pueden venir a la Asamblea, salvo el presidente. En el origen de esta costumbre estaba la idea de evitar una presi¨®n presidencial demasiado fuerte sobre los parlamentarios. En fin, lo cierto es que, en la medida en que nuestro presidente no puede venir a la Asamblea, se decidi¨® que tampoco lo har¨ªan reyes, presidentes o primeros ministros extranjeros. La visita del rey Juan Carlos ser¨¢ la primera que realiza oficialmente un jefe de Estado extranjero a nuestra instituci¨®n. Es un acontecimiento hist¨®rico.
P. ?Qu¨¦ les ha llevado a terminar con la tradici¨®n?
R. Es absurdo que nuestro presidente pueda expresarse delante de Parlamentos extranjeros y que nosotros no ejerzamos la reciprocidad. De hecho, a la primera persona a la que propuse esta iniciativa fue a Fran?ois Mitterrand. Le dije: "Se?or presidente, usted ha pronunciado grandes alocuciones en el Bundestag y la Kneset. ?Le parece normal que nuestro Parlamento no pueda escuchar al canciller alem¨¢n o al primer ministro israel¨ª?". Y estuvo de acuerdo conmigo.
P. ?Por qu¨¦ han elegido ustedes al rey de Espa?a?
R. Es el fruto de una larga reflexi¨®n. El rey Juan Carlos responde a todos los criterios deseables para una premi¨¨re, para sentar un precedente. Est¨¢ al frente de un gran pa¨ªs euro o, mediterr¨¢neo, abierto al norte de ?frica y a Am¨¦rica; un pa¨ªs que tiene una larga historia y una gran influencia cultural en el planeta; un pa¨ªs que, en los ¨²ltimos 15 a?os, ha conseguido una serie de realizaciones espectaculares: su reconstrucci¨®n, la organizaci¨®n de la Exposici¨®n Universal, la Copa del Mundo de f¨²tbol, los Juegos Ol¨ªmpicos... Espa?a ha hecho una marcha hacia la democracia absolutamente ejemplar, en la que el Rey ha desempe?ado un papel capital. El s¨ªmbolo del Rey protegiendo las Cortes en el momento del intento de golpe de Estado de 1981 es para nosotros, parlamentarios franceses, de una gran importancia. Adem¨¢s, el Rey es muy popular en Francia, domina perfectamente nuestra lengua y est¨¢ muy apegado a la amistad con nuestro pa¨ªs. Como ve, tenemos un mont¨®n de razones para rendirle homenaje.
P. Es curioso que la Francia republicana adore las monarqu¨ªas extranjeras y reciba con tanta simpat¨ªa a la reina de Inglaterra o al rey de Espa?a. Es como si ustedes tuvieran nostalgia de la monarqu¨ªa.
R. [Risas]. Tiene usted toda la raz¨®n. El bicentenario de la Revoluci¨®n fue, parad¨®jicamente, una ocasi¨®n para expresar esa nostalgia. Una de las ceremonias m¨¢s fuertes fue la celebrada en la plaza de la Concorde en recuerdo de Luis XVI. Ese rey no mereci¨® su triste final y los franceses tenemos un cierto remordimiento a posteriori.
P. Lo que no impide que usted se defina como un buen republicano.
R. Exacto. Para m¨ª, el republicanismo es un sistema de valores que va m¨¢s all¨¢ de la democracia: la ciudadan¨ªa, el laicismo, la escuela p¨²blica, la protecci¨®n social...
P. Usted fue uno de los l¨ªderes de la campa?a del no a Maastricht en el refer¨¦ndum franc¨¦s. Dec¨ªa que oponerse a Maastricht no significaba oponerse a la construcci¨®n europea.
R. Me opuse a Maastricht, en primer lugar, por una raz¨®n de dimensi¨®n europea. Ese tratado no ten¨ªa en cuenta ese acontecimiento formidable que fue la liberaci¨®n de la Europa del Este. La Europa del Este es nuestro gran desaf¨ªo. Durante la campa?a repet¨ª que abandonar a nuestros hermanos del Este era no s¨®lo inmoral, sino tambi¨¦n peligroso, porque esos pa¨ªses est¨¢n, en gran medida, sobrearmados y porque se corre el riesgo de verlos volver al comunismo o caminar hacia el fascismo. ?sa era la primera raz¨®n. La segunda era que Maastricht no aportaba ninguna soluci¨®n al problema de la organizaci¨®n democr¨¢tica de la construcci¨®n europea. El sistema actual, que el tratado de Maastricht pretend¨ªa profundizar, es esencialmente tecnocr¨¢tico. Y en tercer lugar, me parec¨ªa que la moneda ¨²nica acentuaba esa tecnocracia y, adem¨¢s, presentaba el riesgo de reducir la Comunidad Europea. Los criterios de convergencia eran tales que la Europa de los Doce iba a reducirse a cinco, cuatro, tres...
P. Al o¨ªrle hablar da la impresi¨®n de que usted da por muerto el Tratado de Maastricht.
R. Maastricht me parece un poco te¨®rico en estos momentos, s¨ª.
P. Los ciudadanos tienen la impresi¨®n de que los Parlamentos sirven para poco, de que las decisiones son adoptadas por los estados mayores de los grandes partidos. Usted est¨¢ librando una batalla para ampliar los poderes de la Asamblea.
R. No estoy buscando una ampliaci¨®n de las prerrogativas de la Asamblea, sino que intento darle los medios para ejercer efectivamente las que tiene. El Parlamento debe hacer la ley de verdad. No creo que la iniciativa de la ley tenga que venir de ¨¦l, pero pienso que debe tener un ampl¨ªsima capacidad para enmendar los proyectos gubernamentales. Tambi¨¦n debe controlar la acci¨®n del Gobierno e impedirle que se aleje de la opini¨®n p¨²blica. Y, por ¨¹Itimo, debe ser un gran espacio de debate. Tenemos que v¨¦rnoslas con una serie de desaf¨ªos dram¨¢ticos. El m¨¢s grave es que se acab¨® el pleno empleo; nunca m¨¢s volver¨¢ a haber pleno empleo. ?C¨®mo ofrecer una actividad, una dignidad social y una renta a todo el mundo? ?se es un gran tema para el debate parlamentario.
P. ?Puede salvarse el Estado de bienestar europeo sin protegerse de la competencia de los pa¨ªses asi¨¢ticos o americanos que no juegan con las mismas reglas que nosotros?
R. Desde hace veinte a?os, la gran pregunta de los pa¨ªses europeos es saber cu¨¢les son los elementos de nuestro sistema de protecci¨®n social que vamos a supr¨ªmir para poder ser competitivos. No se puede continuar as¨ª. Al mismo tiempo que sus productos, determinados pa¨ªses de Asia nos exportan sus sistemas sociales y tambi¨¦n, y hay que tener mucho cuidado, sus sistemas pol¨ªticos. Cuando se mira a pa¨ªses como Singapur, Taiwan, Tailandia o incluso China, uno se da cuenta de que el ¨¦xito que experimentan se basa en un liberalismo econ¨®mico duro, apoyado no s¨®lo sobre reglas sociales retr¨®gradas, sino tambi¨¦n sobre sistemas pol¨ªticos muy autoritarios. Ante tal situaci¨®n, es necesaria una protecci¨®n, pero, sobre todo, es precisa una organizaci¨®n mundial del comercio que dicte las reglas y las haga respetar.
P. Usted se ha puesto como objetivo evitar ese penoso espect¨¢culo de un hemiciclo vac¨ªo donde unos cuantos diputados votan en nombre de todos sus compa?eros de grupo parlamentario. ?Tiene alguna posibilidad de conseguirlo?
R. Vamos a obligar a los diputados a estar presentes en el hemiciclo de la Asamblea. S¨®lo los que est¨¦n presentes podr¨¢n votar, y s¨®lo tendr¨¢n derecho a una delegaci¨®n de voto. Si hay 20 diputados, s¨®lo habr¨¢ 40 votos. La verdad [risas] es que no todo el mundo est¨¢ contento con esta medida. Pero el Parlamento que funciona sin parlamentarios es algo horrible.
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