El debate en el seno del PSOE
Cuando el pasado domingo le¨ª la cr¨®nica que publicaba EL PA?S de mi intervenci¨®n en las jornadas de debate internas del PSOE en Bilbao, sent¨ª tal indignaci¨®n por lo que me pareci¨® una simplificaci¨®n deformada de mis opiniones y por un conjunto de citas a m¨ª atribuidas descontextualizadas y a veces hasta falsas que mi primera reacci¨®n fue escribir una carta al director de este peri¨®dico.Despu¨¦s pens¨¦ que esta necesaria rectificaci¨®n podr¨¢ quiz¨¢ ser m¨¢s ¨²til a todos si en vez de tomar dicha forma adquir¨ªa la de un art¨ªculo en el que pudiera expresar mis opiniones sobre el debate que debe tener lugar en el PSOE y algunas consideraciones sobre las formas que deber¨ªa adoptar.
Dirigir¨¦ primero mi atenci¨®n al contenido del debate tal y como yo lo entiendo. Si en estos momentos hay quien cree que el papel de la socialdemocracia en nuestros pa¨ªses est¨¢ en crisis, es, en mi opini¨®n, por dos razones: primera, porque el estrepitoso fracaso del comunismo ha dado alas a quienes mantuvieron pol¨ªticas liberales, anti-intervencionistas y sustentaron su creencia en el beneficio general que se deriva del ego¨ªsmo individualista; segunda, porque muchos creen observar una creciente reacci¨®n ciudadana contra lo que algunos han llamado " excesos" del Estado de bienestar, particularmente exacerbada en una ¨¦poca de recesi¨®n econ¨®mica y fuerte crisis fiscal de las Haciendas p¨²blicas. A ello hay que a?adir la fuerte corriente cr¨ªtica que exist¨ªa desde la segunda mitad de los a?os setenta contra el paradigma keynesiano y su capacidad de producir pleno empleo mediante el uso de pol¨ªticas fiscales.
Lo primero que los socialistas tenemos que hacer es reconocer cuanto hay de fundamento en estas pretensiones cr¨ªticas. Saber si son s¨®lo, como algunos pretenden, el intento abusivo por parte de determinadas posiciones pol¨ªticas conservadoras de aprovechar la confusi¨®n que la ca¨ªda del comunismo -y, sobre todo, su pobre herencia, que ahora hemos podido comprobar- y los graves quebrantos producidos por la crisis econ¨®mica producen en unas poblaciones que se sienten inquietas y perplejas por estos y otros aspectos a los que aludir¨¦ luego.
Como esto no es la explicaci¨®n de mis tesis, sino s¨®lo un cat¨¢logo de los temas que considero que deber¨ªamos debatir, perm¨ªtame el lector que, en relaci¨®n con lo dicho, tan s¨®lo muestre unas someras opiniones introductorias. Aunque es evidente que en esta situaci¨®n los conservadores y los reaccionarios acercar¨¢n el ascua a su sardina sacando conclusiones precipitadas a su conveniencia, yo estoy persuadido de que detr¨¢s de estos dos acontecimientos -la ca¨ªda del comunismo y la crisis del Estado de bienestar- existen motivos serios para abrir una reflexi¨®n cr¨ªtica dentro de un partido como el PSOE.
Ya s¨¦ yo que el PSOE ha estado hist¨®ricamente lejos del comunismo y nunca ha defendido un sistema, como el sovi¨¦tico, que jam¨¢s ha confundido con el socialismo. Pero tambi¨¦n es verdad que entre los socialistas no han faltado nunca quienes creyeron que era superior el principio de igualdad al de libertad o que era posible la equidad despreciando la eficiencia. No faltan entre nosotros quienes confunden mercado con capitalismo y quienes encuentran dificultades para conciliar la tendencia democr¨¢tica hacia la igualdad y la lucha contra la injusticia y la pobreza con la necesidad de reconocer el esfuerzo y el m¨¦rito personal manteniendo entre los individuos los est¨ªmulos motores de la transformaci¨®n econ¨®mica y social. Nosotros, los socialistas democr¨¢ticos, no hemos tenido nada que ver con ese falso socialismo que se practicaba en la URSS, pero el espect¨¢culo doloroso de su balance final es un buen motivo para ordenar nuestras ideas y reconsiderar nuestros valores, al tiempo que nos sirve de advertencia sobre los costes sociales y humanos de las utop¨ªas o de los voluntarismos pol¨ªticos.
Por lo que se refiere al Estado de bienestar, es bien conocido que s¨®lo es posible financiarlo mediante un sistema justo y adecuado -es decir, progresivo- de impuestos que pagan los ciudadanos. En una democracia moderna cada vez m¨¢s transparente, ¨¦stos quieren tener un conocimiento cabal de c¨®mo estos impuestos se gestionar¨¢n y exigen con raz¨®n, junto con una Administraci¨®n p¨²blica eficaz, una gesti¨®n adecuada de los programas sociales que desarrollan el llamado Estado de bienestar. Soci¨®logos y polit¨®logos han se?alado, en estudios recientes en pa¨ªses de nuestro entorno, que los ciudadanos son crecientemente cr¨ªticos con el funcionamiento de dichos programas sociales, y no habremos de avanzar nada quienes defendemos la existencia de los mismos achacando esas cr¨ªticas s¨®lo a la ola conservadora de insolidaridad que nos invade.
Quienes creemos que estos esquemas de solidaridad de car¨¢cter coercitivo son expresiones de un avance en la civilizaci¨®n que ha resultado del triunfo de valores como la fraternidad, el altruismo y la tendencia a la igualdad, debemos estudiar el fundamento de estas cr¨ªticas, y, separando las que lo tienen de aquellas otras que carecen del mismo, introducir las reformas necesarias. ?stas son, en mi opini¨®n, algunas de las preguntas que nos podemos hacer a partir de la reflexi¨®n realista de que existe una cuant¨ªa limitada de recursos humanos y financieros para hacer frente a todos los objetivos sociales de un Estado de bienestar moderno:
1. ?Es l¨®gica la universalizaci¨®n de los beneficios contemplada en los programas sociales sin tener en cuenta las circunstancias personales de necesidad de los potenciales beneficiarios?
2. ?Es razonable ayudar igualmente a quien est¨¢ haciendo un esfuerzo para salir de la situaci¨®n cubierta por el derecho contemplado -desempleo- o por mejorar -becas de estudio, apoyos en general a la educaci¨®n y formaci¨®n- que al que no est¨¢ haciendo ese esfuerzo?
3. ?Estamos razonablemente seguros de que los importantes recursos dedicados a la pol¨ªtica social se gestionan eficazmente o convendr¨ªa introducir reformas en la administraci¨®n y gesti¨®n? ?Qu¨¦ papel podr¨ªa jugar en esto la introducci¨®n de un sistema moderado de precios y costes?
4. ?Es posible, con el sistema actual, evitar el fraude que se produce en algunos de estos programas sociales o hay que modificar el sistema a fondo?
5. ?Estamos convencidos de que un sistema de protecci¨®n social que puede prestarse al abuso no vaya a producir efectos perversos sobre la actividad y el empleo?
Mucho m¨¢s discutido ha sido en el pasado el tema del intervencionismo econ¨®mico por parte del Estado (ya sea a nivel macroecon¨®mico con pol¨ªticas de corte keynesiano o tendentes a proteger la econom¨ªa del pa¨ªs de la competencia exterior, ya sea a nivel microecon¨®mico mediante la producci¨®n directa de bienes y servicios distintos de los propios de un Estado de bienestar). La discusi¨®n todav¨ªa contin¨²a, aunque hoy bastante m¨¢s desprovista de carga ideol¨®gica que hace algunos a?os. El papel del Estado en estas materias ha de ser reconsiderado, en mi opini¨®n, con gran prudencia a la vista de la experiencia hist¨®rica, que no se salda con un favorable balance para el Estado.
He dicho antes que estas consideraciones se producen en el seno de una sociedad que parece sentirse angustiada por los cambios producidos en algunas de las variables de entorno m¨¢s relevantes, como la aceleraci¨®n del proceso tecnol¨®gico y la tendencia a la introducci¨®n creciente de t¨¦cnicas productivas ahorradoras de mano de obra o la globalizaci¨®n de las econom¨ªas cuya apertura les condena a la persecuci¨®n ineluctable de la competitividad. Ambos fen¨®menos se alimentan mutuamente: la r¨¢pida introducci¨®n de tecnolog¨ªas obliga a los pa¨ªses a vigilar sus costes y condiciones de competitividad si quieren mantener la actividad y el empleo, y, a su vez, la apertura econ¨®mica obliga, antes o des
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El debate en el PSOE
Viene de la p¨¢gina anteriorpu¨¦s, a introducir las nuevas tecnolog¨ªas para mantenerse competitivas. Estos dos fen¨®menos conectan con un tercero, cual es la asignaci¨®n de recursos que permita ser competitivo -condici¨®n necesaria para financiar el Estado de bienestar y los esquemas de solidaridad social-, y, al mismo tiempo, mantener la cohesi¨®n social y mejorarla. En condiciones de crecimiento, este dilema se plantea de modo m¨¢s llevadero. En condiciones de crisis econ¨®mica es posible que la persecuci¨®n de los programas sociales en el medio y largo plazo, mediante la mejora de la competitividad que garantice la actividad y riqueza necesarias para sustentarlos, requiera la consideraci¨®n a la baja en el corto plazo. Por desgracia, a veces hay que elegir entre males.
En un mundo cambiante y competitivo es v¨¢lido preguntarse si nuestras instituciones y nuestra propia mentalidad son lo suficientemente flexibles para hacer frente a tantas transformaciones. ?Es nuestra legislaci¨®n laboral la adecuada a este mundo en transformaci¨®n o es demasiado r¨ªgida y m¨¢s apropiada para un mundo en el que la competitividad ten¨ªa una trascendencia menor que en el actual? ?Facilitan el pleno empleo las instituciones del mercado de trabajo o lo dificultan? ?Tiene porvenir un repliegue proteccionista o debe desestimarse? ?C¨®mo va a verse afectado el orden econ¨®mico- mundial por la globalizaci¨®n econ¨®mica? ?Es posible mantener a largo plazo a la industria y la agricultura sometidas a fuerte competencia internacional sin incrementar por procedimientos imaginativos la competencia en los servicios?
Finalmente, y entre los temas que creo son preocupaci¨®n de todos est¨¢n los que podr¨ªamos englobar bajo el ep¨ªgrafe general de la administraci¨®n de los recursos naturales, fundamentalmente el agua, el aire y el suelo (incluido el subsuelo). El crecimiento de nuestro pa¨ªs no puede en el futuro hacerse sin considerar dichos recursos como parte del problema de un crecimiento equilibrado y no agresivo con la naturaleza, no s¨®lo como datos del problema, sino tambi¨¦n como variables que hay que integrar en el proceso de desarrollo econ¨®mico. En relaci¨®n con estos temas, las siguientes preguntas podr¨ªan ser pertinentes:
?Nuestras convenciones sobre el car¨¢cter p¨²blico o privado de estos bienes son adecuadas en estas nuevas circunstancias?
?Deber¨ªan los mecanismos de mercado tener un papel mayor en la administraci¨®n de los mismos?
?El entramado de disposiciones administrativas que requiere el uso de estos recursos es el adecuado?
?La distribuci¨®n de competencias administrativas entre los diferentes niveles est¨¢ funcionando correctamente o m¨¢s bien facilita el conflicto?
Como podr¨¢ ver el lector, hay una serie de temas de debate que tienen, en mi opini¨®n, una enorme trascendencia.
Respeto a quienes est¨¢n fijando m¨¢s su atenci¨®n en temas tales como la cultura del partido socialista o sus relaciones con la sociedad. Son temas que a m¨ª tambi¨¦n me apasionan, pero no deseo entrar en ellos en este momento y limitar¨¦ mi particular cat¨¢logo de temas de debate a los ya mencionados.
Ahora dirigir¨¦ mi atenci¨®n a la forma -o las formas- del debate.
Primero, creo que este debate debe ser p¨²blico y abierto. Nadie debe temer decir fuera lo que estar¨ªa dispuesto a decir dentro de los ¨®rganos de discusi¨®n y las convenciones del partido socialista, y, en todo caso, si lo dice con luz y taqu¨ªgrafos se reducir¨ªa el riesgo de las filtraciones interesadas o de los res¨²menes simplificadores de lo que haya sido su posici¨®n. Por lo que a m¨ª se refiere, no solamente estoy en favor del debate p¨²blico, sino que no participar¨¦ en el futuro en aquellos que supuestamente sean a puerta cerrada.
Segundo, nadie debe ser excluido o eliminado del o por el debate. Quien tenga propuestas debe avanzarlas sin temor a quedarse en minor¨ªa. Las minor¨ªas y las mayor¨ªas cambian con el tiempo, como es sabido.
Tercero, nadie est¨¢ en condiciones de excomulgar a nadie. Nadie tiene las referencias del socialismo verdadero en sus manos ni es depositario de sus esencias.
Cuarto, discutamos con respeto al adversario. No valen las descalificaciones o las supuestas atribuciones de ignorancia al adversario. Lo ¨²nico que valen son los argumentos y la capacidad de convicci¨®n.
Quinto, nadie debe construir manique¨ªsmos con las posiciones de sus adversarios, m¨¢s que nada porque le obligan a pensar poco y empobrecen su contribuci¨®n al debate.
Sexto, nadie debe contestar a lo que dicen que dice un compa?ero, sino a lo que realmente ha dicho o expuesto.
Dentro de este debate deben. dejarnos indiferentes las vanidades personales de los contendientes o la asunci¨®n de conocimientos exclusivos, en uno u otro tema, en funci¨®n de las responsabilidades que eventualmente cada uno ocupe.
Creo yo que si respetamos estas reglas elementales, podremos llevar a cabo un debate sincero. Si adem¨¢s es fruct¨ªfero, s¨®lo el tiempo lo dir¨¢.
es presidente del Grupo Parlamentario Socialista.
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