Los tr¨¢nsfugas no son tan malos
Es probable que el se?or Gom¨¢riz sea tan perverso como dicen todos los medios de opini¨®n que he visto u o¨ªdo, incluido este peri¨®dico. Que deba ser objeto de la reprobaci¨®n universal, junto con el partido que se aprovech¨® de su felon¨ªa y el otro partido que al sufrirla pag¨® las consecuencias de haberse equivocado (y no por primera vez) al pedir el voto para un hombre capaz de semejante desm¨¢n. Mal est¨¢ lo hecho, malos son los responsables y bien el censurarlo. Pero el pecado del aragon¨¦s no est¨¢ en haber votado contra el partido que lo hizo elegir y en favor de sus adversarios, sino en las razones (o sinrazones) que le llevaron a hacerlo; no en ser tr¨¢nsfuga, sino en el hecho de buscar con ello su propio beneficio y no el bien de su comunidad. Esto es lo que quisiera explicar, no para ceder, una vez m¨¢s, a un desdichado rasgo de car¨¢cter que me lleva a sentir simpat¨ªa por todas las causas perdidas o, como de s¨ª mismo dec¨ªa Baroja, a ser viajero de todos los naufragios, sino para intentar corregir lo que me parece ser una muy equivocada concepci¨®n de la democracia representativa.Para comenzar, perm¨ªtaseme precisar qu¨¦ es lo que en este caso se llama transfuguismo. Seg¨²n el ¨²nico diccionario que ahora tengo a mano, pero seguramente no ser¨¢n muy distintas las definiciones de otros, tr¨¢nsfuga es aquel que cambia de partido o de ideolog¨ªa. Esto es cosa que en el pasado han hecho grandes hombres de Estado espa?oles y extranjeros, y aqu¨ª y ahora no pocos actores destacados de nuestra transici¨®n pol¨ªtica que ser¨ªa indelicado e innecesario nombrar. Todos ellos fueron censurados en su d¨ªa por aquellos a quienes su defecci¨®n perjudicaba y aplaudidos por los beneficiados, pero nunca objeto de una condena universal. Tuvieron cr¨ªticos, pero tambi¨¦n defensores, y ¨¦stos, razones plausibles. En unos casos el cambio de partido no signific¨® ni siquiera cambio de ideolog¨ªa, sino simple rectificaci¨®n de un error inicial: el de haberse equivocado al juzgar qu¨¦ partido era el m¨¢s af¨ªn a las ideas propias. En otros, alguno muy reciente, es innegable que se ha producido efectivamente un cambio de opini¨®n, pero mal cabe reprochar en el pol¨ªtico lo que se aplaude en el sabio. En todo caso, no es este cambio el que se le reprocha al se?or Gom¨¢riz o se le reproch¨® en su d¨ªa a los se?ores Barreiro o Pi?eiro, ni es seguro que ¨¦stos sean tr¨¢nsfugas en el sentido del diccionario. El hecho que se les reprocha y en raz¨®n del cual se les aplica el calificativo, con independencia de que hayan cambiado o no de partido o de ideologia, es el de haber roto (o si se quiere mayor precisi¨®n, haber roto en una votaci¨®n decisiva) la disciplina de partido.
Que los partidos se unan en el odio al tr¨¢nsfuga, aunque aprovechen sus servicios, es cosa que entiendo. Al fin y al cabo, en ello les va, si no la vida, s¨ª el ser como son. Que a la reprobaci¨®n se unan las mismas personas y los mismos medios que, d¨ªa s¨ª, d¨ªa no, lamentan con mucha raz¨®n los males que para nuestra democracia traen los excesos de la disciplina de partido es cosa mucho m¨¢s dif¨ªcil de entender y que tal vez conviniese rectificar.
Las razones que fundamentan esta universal condena se pueden reducir a la muy elemental de que, al romper la disciplina de partido, el tr¨¢nsfuga traiciona a su electorado. Un juicio que se apoya, como es obvio, en una serie de hip¨®tesis indemostradas y en un absoluto desprecio por la configuraci¨®n jur¨ªdica de la representaci¨®n. Si yo tuviera m¨¢s tiempo, el peri¨®dico m¨¢s espacio y los lectores paciencia de benedictinos, podr¨ªa hacerse el intento de demostrar que estas hip¨®tesis frecuentemente no se verifican en la pr¨¢ctica. No es verdad que sea siempre el partido y no el nombre del candidato el que determina el voto del elector, ni es verdad que todos los electores identifiquen el partido con una organizaci¨®n de tipo eclesi¨¢stico o militar cuya voluntad v¨¢lida sea siempre la que expresan sus dirigentes, sea cual sea el contenido de la misma, por hablar s¨®lo de alguna de ellas. Yo no estoy muy seguro, valga el ejemplo, de que todos los votantes socialistas se sintieran traicionados por aquellos diputados, si los hubiera, que votaran hoy en contra de su partido al decidir sobre el recorte de las pensiones o la flexibilizaci¨®n del mercado laboral. Tampoco voy a acudir a las razones jur¨ªdicas, aunque en un Estado de derecho alguna importancia hay que concederles. No voy a recordar que por razones estrictamente l¨®gicas, y no s¨®lo ¨¦ticas, diputados y senadores y concejales han de ser vistos y han de verse a s¨ª mismos como representantes de la totalidad del cuerpo electoral, no s¨®lo de sus votantes, que en consecuencia mal pueden sentirse traicionados; tampoco voy a traer a colaci¨®n que la prohibici¨®n del mandato imperativo se aplica tambi¨¦n a la relaci¨®n entre el parlamentario (o concejal) y su partido. Mi ¨²nico argumento, directamente conectado con la pr¨¢ctica m¨¢s actual y cercana, es el de que el mal de la traici¨®n (si traici¨®n puede llamarse) de los llamados transfugas (si cabe aplicar este calificativo a quie es quiz¨¢ no cambian ni de ideolog¨ªa ni de partido) es infinitamente menor que el que se seguir¨ªa de la prohibici¨®n legal el transfuguismo, e incluso de penalizaci¨®n de su pr¨¢ctica, haciendo de ella causa de ineleglobalidad, como se propon¨ªa recientemente en alg¨²n peri¨®dico, con el apoyo, al parecer, de sesudos especialistas. Al fin y al cabo, alg¨²n riesgo ya corren los tr¨¢nsfugas hoy de que el partido no los vuelva a incluir en las listas electorales, y gracias a ellos podemos tener la esperanza de que nuestros representantes tomen en consideraci¨®n nuestro inter¨¦s y no s¨®lo el del partido. Porque con la absoluta fidelidad al partido se corre el riesgo de que no sea as¨ª, y aqu¨ª viene la conexi¨®n con una peripecia de rabiosa actualidad en el Ayuntamiento de Madrid (para m¨ª, como vecino de Aravaca, una entidad distinta y distante).
Malo es que el se?or Gom¨¢riz haya votado con el PSOE y en contra del PP por razones espurias, pero infinitamente peor es que el se?or Gom¨¢riz o cualquiera otro de nuestros representantes voten en contra de lo que, seg¨²n su propia conciencia, ser¨ªa lo mejor por seguir la disciplina de partido, y esto es lo que, seg¨²n se desprende de este episodio, a veces pasa. De otro modo no se entender¨ªa que los dos concejales que amenazan con dejar el PP y pasar al Grupo Mixto pudieran declarar a la prensa que en ¨¦l votar¨ªan en favor de aquellas propuestas que mejor sirvieran a los intereses de los vecinos de Madrid, fuera cual fuera su origen. Si no he le¨ªdo (no o¨ªdo) mal, y creo que no, hay que entender que hasta el presente no han hecho eso; que han votado en el sentido en el que su partido les ordenaba, aunque a su juicio fueran malas las decisiones que con su apoyo se adoptaban o buenas las que gracias a ¨¦l se rechazaban. Esa es exactamente la consecuencia a la que lleva la elevaci¨®n de la fidelidad al partido, a la condici¨®n de deber absoluto y la consideraci¨®n del transfugismo como un pecado en s¨ª.
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