Reacci¨®n espl¨¦ndida
Hace unos d¨ªas me publicaron una carta que titularon No soy de este mundo. Hac¨ªa en ella referencia a mi sensaci¨®n de ser de otro mundo, de sentirme ajeno a la gente que me rodea. La reacci¨®n ha sido espl¨¦ndida e inesperada. Me han llamado o escrito numerosas personas para expresarme su coincidencia y solidaridad. ?Qu¨¦ alegr¨ªa comprobar que no estoy tan solo como cre¨ªa! Resulta que somos muchos quienes procuramos ser amables, sonre¨ªr, escuchar a los dem¨¢s, quienes exponemos nuestras ideas con absoluta libertad, y aceptamos, aunque no las compartamos ni entendamos, las del otro, s¨®lo afirmamos cuando estamos seguros, pedimos perd¨®n sin rebozo cuando nos equivocamos, intentamos ser tolerantes y ¨²nicamente nos mostramos intransigentes con la Intransigencia, odiamos la mentira y la exageraci¨®n, no nos gusta ganar como sea, respetamos el tiempo de los dem¨¢s acudiendo puntuales a las citas, nos recreamos en hacer las cosas bien sin esperar recompensa y no por creer en las historias e ideas absurdas que, para la mayor¨ªa, son la base de su consuelo aunque no se ajusten a ellas. No somos perfectos, pero lo intentamos.Quiero dar las gracias a todos cuantos se han tomado la moles-
tia de llamarme o escribirme. Viejos amigos, algunos; nuevos, los m¨¢s. Y quiero tambi¨¦n decir que aquello de que no somos de este mundo es mera figura ret¨®rica. ?ste es nuestro mundo y no sotros somos los genuinos humanos, aunque seamos minor¨ªa. Los que mienten, enga?an, se venden o alquilan, buscan triunfar a toda costa, pisotean, dan codazos sin mirar a los lados, se escudan en falsas situaciones de preeminencia, fingen bondades inexistentes, no reconocen los m¨¦ritos ajenos, hablan sin escuchar, creen que la verdad es su propiedad exclusiva, podr¨¢n ganar algunas batallas, pero perder¨¢n esa guerra insensata en la que pelean para conseguir nada. Adem¨¢s, no suelen tener culpa de ser como son.De momento, nuestro mayor problema es la soledad que nos produce mirar a nuestro alrededor y ver muy pocos afines, incluso entre nuestros seres m¨¢s pr¨®ximos y queridos, nuestros amigos, nuestra propia familia, nuestros compa?eros. Pero ha bastado escribir una carta en un peri¨®dico para comprobar que, adem¨¢s de comanches, hay de otras tribus, incluso de la nuestra.
Para reconocernos, no necesitamos se?as especiales de identidad, s¨®lo nos distinguimos por mirar de frente, al fondo, donde anidan las ideas esenciales, y comprobar si las hay o si s¨®lo existe la nada, el vac¨ªo-
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