Costumbres que matan
Los extranjeros suelen adorar Madrid, aunque despu¨¦s no saben decir por qu¨¦. Al urbanista y arquitecto alem¨¢n Bemhard Winkler, apellidado El Mago del Tr¨¢fico, le encant¨® de Madrid el espacio de sus calles y su luz. Otros se sienten excitados por las noches madrile?as. Ahora hay quien hace miles de kil¨®metros en avi¨®n para ver el Tyssen o el Reina Sof¨ªa. Y yo recuerdo a amigos m¨ªos italianos que ven¨ªan de avi¨®n a avi¨®n para comerse un cocido o unas angulas.Pero hay algo de Madrid -y t¨ªpicamente espa?ol- que detestan todos los extranjeros: la marraner¨ªa que se acumula en el suelo de los bares, ese amasijo de servilletas de papel, c¨¢scaras de gambas y huesos de aceitunas. Alguien me ha contado que hay bares en los que el due?o se encarga de sembrar ¨¦l mismo una buena dosis de esa porquer¨ªa para dar la impresi¨®n de que es un local muy frecuentado.
Los bares m¨¢s guarros suelen ser los m¨¢s castizos, probablemente donde se toman las mejores tapas. Pero si hici¨¦semos un sondeo entre los extranjeros nos dar¨ªamos cuenta del alto precio en p¨¦rdida de imagen que tenemos que pagar por tal chuler¨ªa. Yo mismo, cuando tengo que acompa?ar a amigos m¨ªos de fuera de Espa?a, huyo de esos sitios -no sin pena porque me da verg¨¹enza de lo que me van a decir. En una ocasi¨®n un italiano me pregunt¨®: "?Era as¨ª la Espa?a de los tiempos del hambre?".
Ya s¨¦ que alguien me va a decir que eso hace parte de lo castizo. Pero me da igual. Yo, que amo Madrid a pesar de sus infinitas lacras, espero el d¨ªa en que pueda llevar a cualquier bar a quien sea sin que tenga que sentirse avergonzado pisando esa alfombra de basura castiza, o sin que acabe -para bochorno m¨ªo- meti¨¦ndose disimuladamente la servilleta de papel untada de aceite en el bolsillo porque es m¨¢s fuerte que ¨¦l tirarla por el suelo.
Me gustar¨ªa que un genio de la publicidad lanzase alg¨²n eslogan convincente para acabar con semejante salvajada. A m¨ª se me ocurre que, por ejemplo, se podr¨ªa decir que la mugre del suelo de un bar suele estar en proporci¨®n geom¨¦trica a la suciedad de su cocina o de sus retretes. Recuerdo una visita a unas bodegas en Toscana del famoso vino Brunello (una especie de Vega Sicilia). El suelo era un espejo. Se habr¨ªa podido comer en ¨¦l.
No, no debe haber contradicci¨®n entre limpieza y calidad, entre civismo y tradici¨®n. Esta ¨²ltima radica no en el peso de porquer¨ªa acumulada en el suelo, sino en la bondad de los sabores de nuestra bocina tradicional, en la calidad de sus productos. En el bien y en el mal, somos todos ya igualitos en Europa. Y si no que se lo pregunten a los j¨®venes que recorren la tierra con sus mochilas a cuestas. Se sienten m¨¢s bien hijos del mundo.
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