El ladr¨®n de fuego
La b¨²squeda rimbaudiana, esa "¨®pera fabulosa" (*), radicaliza al tiempo que transforma la gran angustia modernista nacida con Baudelaire. En Rimbaud y Baudelaire, la modernidad encuentra sus m¨¢s ilustres representantes y tal vez sus cr¨ªticos m¨¢s acerbos. Mediante el ejercicio sistem¨¢tico de superaci¨®n de uno mismo, ambos experimentan la profunda sensaci¨®n de la novedad radical de la ¨¦poca, de su aceleraci¨®n infinita y de las heridas que provoca en el ser; y, con el clamoroso ¨¦xito de su testimonio, ponen tambi¨¦n de manifiesto su ambig¨¹edad. ?Qu¨¦ m¨¢s tienen en com¨²n? Los dos sintieron -s¨®lo el poeta puede acceder al fondo de este sentimiento, s¨®lo ¨¦l puede expresarlo tan extra?amente en su fugacidad misma por eso es poeta, sin quererlo y a veces sin saberlo-, sintieron que la era moderna desplazaba totalmente los l¨ªmites de lo sagrado. Baudelaire: lo que se denuncia es la p¨¦rdida del aura, especie de espiritualidad que nimbaba seres y objetos, bajo el peso de la cosificaci¨®n de las relaciones humanas, de su deshumanizaci¨®n, del c¨¢lculo y de la espantosa metafisica de lo positivo. El tal¨®n de acero, en suma, posado sobre el endeble cuerpo de los hombres. Rimbaud: joven todav¨ªa, sue?a con huir del tedio -el anonimato y el tedio de esta era cuantificada a partir de ese momento- Huir de Charleville a Par¨ªs, de Par¨ªs a Oriente, de Oriente a la nada. Al iniciar su b¨²squeda, llama a la rebeli¨®n en nombre del arte y define la creaci¨®n como profanaci¨®n de todo lo que la era moderna se propone como sagrado. "Hay que ser absolutamente moderno". ?Absolutamente moderno! ?Qu¨¦ quiere decir esto? No s¨®lo desacralizar -es el poeta quien profiere este grito, no lo olvidemos- los saberes, los poderes, las creencias. Sino tambi¨¦n y sobre todo las pasiones; sino tambi¨¦n y sobre todo la vida:Visto bastante. La visi¨®n se ha encontrado en todos los aires.
Tenido bastante. Rumores de las ciudades...
Conocido bastante. Los altos de la v?da... (Partida, Iluminaciones).
Aqu¨ª se revela el desaf¨ªo de la modernidad: se paraliza por causa de sus comodidades. Rimbaud -se nos recuerda demasiado a menudo como si sus fulguraciones juveniles no hubieran sido m¨¢s que una expresi¨®n de inconsecuencia- estuvo terriblemente imbuido de ese mal¨¦fico genio de la ¨¦poca. Pero su huida, su renuncia al arte, ?no fueron una human¨ªsima evasi¨®n ante el espacio abismal que su visi¨®n acababa de abrir? Porque, a¨²n adolescente, pero ya "esquivando toda fuerza moral", comprendi¨® con una lucidez desconcertante la revoluci¨®n po¨¦tica que llevaba en ¨¦l. En la famosa carta a Paul Demeny, en mayo de 1971, retomando un tema que planteaba al mismo tiempo a Georges Izambert, escribe: "Yo digo que hay que ser vidente, hacerse vidente. El poeta se hace vidente a trav¨¦s de una larga, inmensa y razonada liberaci¨®n de todos los sentidos, todas las formas de amor, de sufrimiento, de locura... Inefable tortura... se convierte entre todos en el gran enfermo, el gran criminal, el gran maldito -?y el supremo Sabio!- ?Porque llega a lo desconocido!... Y cuando, enloquecido, acabara por perder la inteligencia de sus visiones, ?las habr¨ªa visto! Que reviente en su salto por las cosas inauditas e innombrables... " (subrayado de Rimbaud). Liberaci¨®n de los sentidos; Rimbaud no invoca ni la decadencia del comportamiento ni la degeneraci¨®n de los valores, quiere m¨¢s: destituir las normas y las convenciones para percibir lo desconocido. Acceder a lo desconocido es convertirse en sabio, descubrir la dualidad del ser, principio del bien y del mal. De su feliz e infinita mezcla. Este paso al otro lado de lo existente, hacia la modernidad satisfecha de s¨ª misma, se hace a costa de una verdadera, experiencia cat¨¢rtica donde reinan locura y enfermedad, profanaci¨®n y maldici¨®n. El poeta ve lo inaudito de la imaginaci¨®n com¨²n: "Si" dice Rimbaud, "lo que trae de all¨ª tiene forma, da forma; si es informe, da lo informe". Es el lado de ladr¨®n de fuego" del poeta y a la vez artesano de una nueva lengua" (ibidem, p¨¢gina 190). El arte debe alterar y desbordar el l¨ªmite de lo sabido, de lo conocido, de lo visto -del tener y del poder-. "El poeta", escribe Rimbaud, "definir¨ªa el grado de lo desconocido que se despierta en su ¨¦poca en el alma universal" (p¨¢gina 191). El poeta est¨¢, por consiguiente, del otro lado del tiempo. No est¨¢ dentro, est¨¢ por delante del tiempo. Ser absolutamente moderno es eso: ver el tiempo del mundo desde delante. Los poetas son ciudadanos de este tiempo nuevo; lo habitan en lo m¨¢s profundo de s¨ª mismos, ya que son portadores de fuego -el fuego que consume lo que es-. No para aniquilar, sino para convertirse en:
" ... un no demasiado descontento ciudadano de una metr¨®poli que se cree moderna porque todo gusto conocido ha sido eludido... " (Ciudad, Iluminaciones).
La verdad es que si Baudelaire parte de la angustia de sus contempor¨¢neos para mejor encerrarse en ella, Rimbaud, en cambio, ataca el hartazgo que la sociedad rezuma por todos sus poros. Quiere "fil¨®sofos feroces" que canten el "hast¨ªo del mundo". ?Qu¨¦ hay de sorprendente en que los surrealistas hayan encontrado en ¨¦l a un hermano? ?Y si la modernidad fuera eso tambi¨¦n? Es decir, la revoluci¨®n de lo moderno? El rechazo de lo existente. ?Y si ser moderno fuera hacer del no, como el dolor entre los estoicos, una virtud? Proyectarse hacia lo desconocido, dar por fin el paso al otro lado del precipicio:
"Soy un inventor muy diferente a todos los que me han precedido....
... estoy entregado a una nueva inquietud, espero convertirme en un loco muy malo " (Vidas, Iluminaciones).
Suena pretencioso. Pero ?qu¨¦ va a esperarse del poeta? ?Que recite, para glorificarla, la letan¨ªa de nuestra mediocridad? ?Que vuelva su mirada del presente hacia el pasado? Es la tesis de Heidegger: el poeta, descubridor del ser y, por consiguiente, del origen mismo, cuestiona en lo m¨¢s profundo de la lengua. Por eso su mirada est¨¢ injertada en el pasado.
Esto es sin duda cierto para los poetas rom¨¢nticos alemanes, como H?lderlin. Y puede que incluso para los rom¨¢nticos franceses del siglo XIX, que hac¨ªan del retorno al origen -el viaje a Oriente- una v¨ªa inici¨¢tica para la conquista de lo Verdadero y de lo Bello. Pero no hay nada de eso en Rimbaud. Su modernidad revolucionaria est¨¢ completamente vuelta hacia el futuro: rechaza el romanticismo en nombre de una actitud libertaria radicalmente individualista. Esta modernidad rimbaudiana, m¨¢s que una concesi¨®n al raudal desencadenado por la ciencia y las t¨¦cnicas, es sobre todo una cualidad de alma, un estado de la subjetividad, una espiritualidad: Stimmung, dicen los alemanes. M¨¢s a¨²n: apertura hacia lo ajeno. El "paso ganado" sobre lo sagrado, el aliento del genio acogido:
"Sepamos llamarlo ", dice Rimbaud, "y verlo... seguir sus im¨¢genes, sus h¨¢litos, su cuerpo, su d?¨¢" (Genio, Iluminaciones).
Tal vez nosotros, personas corrientes, seamos incapaces de realizar esta experiencia de la Acogida; puede incluso que seamos demasiado prudentes para comprender el fuego del poeta. En cambio, el artista, en sus momentos afortunados, es decir, en esos momentos de goce absoluto que acompa?an la creaci¨®n verdadera, se abre esa Acogida de lo desconocido y nos la transmite en ofrenda. El rostro juvenil de Rimbaud es emblem¨¢tico de esta experiencia. Por eso es inolvidablemente, descaradamente bello.
Hay un pintor contempor¨¢neo, Luc Simon, cuya obra est¨¢ enteramente suspendida del testimonio de esta belleza rimbaudiana. Rimbaud, en los muros de Par¨ªs en 1968, donde se superponen los escombros de otro muro, ¨¦ste felizmente deshecho, en Berl¨ªn en 1989; Rimbaud, poeta de nuestras esperanzas y de nuestros sufrimientos, joven como la adolescencia, la novedad, Rimbaud, que siempre busca "la verdad en un alma y un cuerpo" (Adi¨®s, Una temporada en el infierno).
Todas las citas de este art¨ªculo est¨¢n extra¨ªdas de Arthur Rimbaud: oeuvre-vie, en edici¨®n de Alain Borer, publicada con motivo del centenario por Ediciones Arl¨¦a, Par¨ªs, 1991.
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