UN BESO QUE ALIMENTA.
Ella acude casi todos los d¨ªas a las inmediaciones del Palacio Real, a la plaza de Oriente, y se sienta en un banco para esperar que los gorriones se le trepen por las faldas. Los madrile?os pardos con alas que pueblan esos jardines la conocen bien, porque siempre lleva grano o migas de pan. No hay susto, no hay miedo, sucede como cada d¨ªa. Algunos se le posan en el sombrero. Otros, como el gorri¨®n de la foto, pueden tomar la migaja incluso de la misma boca, como un beso de dos buenos amigos.
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