El peri¨®dico
El peri¨®dico reci¨¦n comprado parece un traje limpio. Te lo llevas a la oficina como cuando vuelves del tinte con esa chaqueta del invierno pasado que tanto te gustaba y con la que estrenas el cuerpo la primera vez que te la pones. Meter las manos en sus bolsillos es como regresar a casa: los dedos reconocen enseguida sus pliegues, sus honduras, y ese peque?o orificio por el -que pierdes las' monedas y que te comunica con el forro, que es la zona donde reside la conciencia de la ropa, que ¨¢ veces es la tuya. A los dedos les gusta ese lugar porque ah¨ª no tienen que aparentar que te obedecen y ejercitan con libertad sus propias man¨ªas: se cruzan para conjurar alg¨²n hechizo, que son muy supersticiosos; se manosean como enamorados; sudan como adolescentes; y, a veces, si est¨¢n desesperados o nerviosos, juegan a clavarse las u?as.El peri¨®dico sin leer tiene la calidad de la chaqueta rescatada del tinte: est¨¢ planchado y lleno de espacios familiares en los que a lo mejor encuentras algo que olvidaste hace tiempo. Por eso, no te lo pruebas hasta que te quedas solo, con el primer caf¨¦ y quiz¨¢ el primer cigarrillo del d¨ªa. Entonces, entras en ¨¦l con la misma emoci¨®n con que las manos buscan temblores antiguos en los fondillos de la ropa limpia. Si te fijas en lo que hacen tus dedos cuando lees el peri¨®dico, comprobar¨¢s que no act¨²an bajo tus ¨®rdenes; en realidad, eres t¨² quien se pliega a sus necesidades. En complicidad con los ojos, que tampoco son tuyos, van de aqu¨ª para all¨¢ rastreando algo cuya existencia. ignoras, igual que cuando registran los bolsillos de esa chaqueta que llevas tiempo sin usar. As¨ª, pasan las hojas antes de que te haya dado tiempo a leer lo de Solchaga, porque a ellos no les interesa lo de Solchaga, se lo saben; lo que buscan es ese roto que, como el agujero del bolsillo, les conecta con la conciencia de las cosas.
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