ExpIoradores de cesta y paraguas
50 miembros de la Sociedad Micol¨®gica salen los s¨¢bados oto?ales en busca de hongos
Son los locos de las setas. Apenas pasan del medio centenar, pero los s¨¢bados de oto?o que deciden salir en busca de hongos, los cincuenta y pico se presentan a las ocho y media de la ma?ana en el Bot¨¢nico aunque se desencadene el diluvio universal.Francisco de Diego Calonge -ex director del Real Jard¨ªn Bot¨¢nico, que lo es ahora de la Sociedad Micol¨®gica de Madrid- instruye a los dos o tres buscadores noveles que aguardan la llegada del autocar: "No estamos disfrutando de una buena temporada de setas.
Para que broten, precisan de humedad y a continuaci¨®n de calor, pero este a?o no ha llovido ni gota antes del veranillo de San Mart¨ªn". No obstante -les consuela-, en los pinares de la sierra siempre se dan, entre otros, abundantes n¨ªscalos, Boletus edulis y Esparasis crispa (vulgo, cagarria), con lo que la comilona del mediod¨ªa est¨¢ m¨¢s que asegurada.
Una cesta de mimbre, un cuchillo, un paraguas y una indumentaria a prueba de tifones son todo lo que se necesita para no desentonar en las excursiones de la Sociedad Micol¨®gica, a la que no es necesario pertenecer para poder participar. Aderezados de esta guisa, los buscadores de setas parten rumbo a un lugar del Guadarrama a¨²n no determinado por el capit¨¢n de la expedici¨®n.
Secreto profesional
"Nunca se decide antes de llegar a Navacerrada, donde nos esperan otros miembros de la Sociedad (son alrededor de 500) para seguirnos en coche. Es secreto profesional: Si levantamos la liebre, puede llegar antes otra gente ajena a la Sociedad y adi¨®s setas", explica Manuel Campa, uno de los socios m¨¢s antiguos de la Micol¨®gica.
Manuel, como ¨¦l resto de los excursionistas, es un enamorado de los hongos, y en especial de su faceta gastron¨®mica. Aunque existen cientos de epecies comestibles y otras tantas maneras de cocinarlas, su receta favorita son los n¨ªscalos al ajillo, tanto, que los congela para poder saborearlos en cualquier ¨¦poca del a?o: "El secreto est¨¢ en separarlos de la lumbre cuando ya han soltado su agua y cocerlos un minuto; luego, se meten en un tupperware (fiambrera) y al frigor¨ªfico. Y al descongelarlos, se cocinan hasta que el agua se haya consumido".
Pero no todos los n¨ªscalos son degustables: "Si al cortarlo por la base, no se aprecia con nitidez un anillo rosado, malo". Por eso, la precauci¨®n es, seg¨²n Manuel, una regla de oro. "Conviene coger la seta entera, cavando para extraer el bulbo y as¨ª poder estudiarlo; siempre se debe consultar a un entendido y, en caso de duda, tirarla".
A¨²n recuerda Manuel con escalofr¨ªos el d¨ªa en que asisti¨® a una macabra degustaci¨®n de setas en la Selva Negra alemana: medio pueblo se intoxic¨® y cuatro lugare?os no llegaron siquiera al hospital.
En Navacerrada, mientras se decide el destino preciso del grupo, los expedicionarios se toman un cafetito entre bromas: "La Cortinarius orellanus es ideal para matar suegras -se oye comentar en la barra- surte efecto a los 10 o 12 d¨ªas y, como a esas alturas no queda rest¨® alguno en el aparato digestivo, los m¨¦dicos se vuelven locos tratando de determinar la enfermedad". Finalmente, hay fumata blanca. Todos a El Paular.
Minutos m¨¢s tarde, los buscadores se desperdigan por un bosque de pinos y robles situado a unos tres kil¨®metos del monasterio, r¨ªo Lozoya arriba. Armando Guerra, otro de los cabecillas de la Sociedad, imparte una clase magistral a paso ligero: "La micolog¨ªa se puede practicar por necesidad, por inter¨¦s cient¨ªfico o por placer. La mayor¨ªa la cultiva por lo ¨²ltimo".
Hasta bien entrada la tarde, los excursionistas no se re¨²nen de nuevo. Francisco de Diego da su veredicto sobre todas y cada una de las piezas recolectadas, y una vez separadas las comestibles de las insulsas, de las alucin¨®genas y de las mortalmente venenosas, dirige la preparaci¨®n del momento que todos esperan: el banquete de campa?a.
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