An¨¦cdotas y actitudes de Mara?¨®n
La Fundaci¨®n Mara?¨®n tuvo la gentileza de invitarme a participar en el curso que sobre Gregorio Mara?¨®n organiz¨® la Universidad Complutense de Madrid en El Escorial el verano de 1992. No pude hacerlo por mi enfermedad, aquellos d¨ªas acentuada. Para mi corta intervenci¨®n, que se me dijo habr¨ªa de ser recogida en libro, eleg¨ª como tema ligero el relato de algunas an¨¦cdotas aisladas de su vida social, con la intenci¨®n de dar a conocer ocurrencias ir¨®nicas, humor¨ªsticas y cr¨ªticas de quien es conocido, entre otras cualidades, por sus insuperables seriedad, sensatez y tolerancia. Y s¨®lo las expongo porque, a pesar de su escaso n¨²mero, pienso contribuyen al mejor conocimiento de su personalidad se?orial (adjetivo ya en desuso) que en Mara?¨®n era de enorme expresividad. Pens¨¦ publicarlas en ocasi¨®n de una reciente pol¨¦mica habida en este peri¨®dico sobre el gran hombre, pero circunstancias ajenas a mi voluntad lo impidieron. Helas a continuaci¨®n.1. Cuando se reunieron el 14 de abril de 1931 en casa de Mara?¨®n ?lvaro de Figueroa, conde de Romanones, y Niceto Alcal¨¢ Zamora, nada menos que para concertar la marcha de Alfonso XIII y el advenimiento de la Rep¨²blica, al invitarles el anfitri¨®n a pasar a sentarse solos en una sala contigua, puso las manos sobre los hombros de sus visitantes en tanto les dec¨ªa: "Queridos amigos: la olla est¨¢ hirviendo en Espa?a. Espero que el resultado final de todo esto sea una olla podrida en el sentido gastron¨®mico y no en el sentido pol¨ªtico". Me la refiri¨® con lujo de detalles, all¨¢ por los a?os cuarenta, el conde de Romanones en una rutinaria visita m¨¦dica; tengo la impresi¨®n de que ¨¦sta es la primera vez que sale a la luz el hecho; no he tenido tiempo de revisar si est¨¢ referida entre las publicaciones del conde o del tribuno republicano; tampoco s¨¦ si ¨¦l mismo la mencion¨® alguna vez, pero es interesante la visi¨®n mara?oniana de tan importante momento. No se olvide que era uno de los tres promotores de la Agrupaci¨®n al Servicio de la Rep¨²blica.
2. Tambi¨¦n en relaci¨®n con Romanones, muy pr¨®xima en el tiempo. Llegamos Mara?¨®n y yo a casa del conde, paseo de la Castellana, hacia las dos de la tarde procedentes del Hospital General; don Gregorio deseaba presentarme al objeto de que yo me encargara de los cuidados de su coraz¨®n. All¨ª nos encontramos con un tinglado que Radio Nacional, o la entidad que fuera, hab¨ªa montado para hacer una entrevista al tan conocido pol¨ªtico. El encuestador era el entonces joven periodista Pedro de Lorenzo, que m¨¢s tarde fue director de un diario de la ma?ana; con ¨¦l conservo una buena amistad y le profeso sincera admiraci¨®n. Mara?¨®n y yo hicimos adem¨¢n de marchamos para no estorbar ni perder tiempo, pero los condes lo impidieron asegur¨¢ndonos que todo ser¨ªa ya muy breve, pues el entrevistado hab¨ªa exigido que la sesi¨®n no durase m¨¢s de cinco minutos y ya estaban haci¨¦ndole la ¨²ltima pregunta. Las palabras fueron aproximadamente ¨¦stas: "?Qui¨¦n cree usted, se?or conde, que pasar¨¢ a la historia de Espa?a con m¨¢s raz¨®n en estos ¨²ltimos a?os?". En aquellas fechas la respuesta habitual sol¨ªa ser de caj¨®n: Franco. Pero el conde, agarr¨¢ndose a un concepto de imperio del que en tales calendas se abusaba, respondi¨® con iron¨ªa: "Yo creo que Isabel la Cat¨®lica". Todos re¨ªmos la ocurrencia, y, nada m¨¢s irse los de la radio, el conde nos sent¨® en el sof¨¢ contiguo y dijo a Mara?¨®n: "?A qui¨¦n iba a citar?". A lo que Mara?¨®n replic¨®: "Ha olvidado usted a la Sagrada Providencia".
3. Respuesta a un presidente de la Diputaci¨®n de Madrid que, a pesar de su acusada longevidad, presum¨ªa. de muy mujeriego. Tuvo lugar en 1957 tras el acto de homenaje a sor Matilde, la monja del Instituto de Patolog¨ªa M¨¦dica de Mara?¨®n, por la concesi¨®n de una merecida medalla. Terminado el acto, ya todos nos march¨¢bamos a la calle en grupos, y Mara?¨®n, con su caracter¨ªstica amabilidad, alab¨® al presidente por el gran aspecto som¨¢tico y casi juvenil que ostentaba en su ochentena; y ¨¦ste le replic¨® sonriendo: "Amigo doctor, derramo vitalidad. F¨ªjese usted: todav¨ªa... ?dos diarios!" (refiri¨¦ndose al acto sexual). Mara?¨®n, medio en broma medio en serio: "Igual que yo, marqu¨¦s: el Abc y el Arriba", diarios de Madrid.
4. No puedo recordar la fecha, pero no muchos a?os despu¨¦s de la guerra civil paseaban por la playa de San Juan de Luz Mara?¨®n e Indalecio Prieto esperando a Sebasti¨¢n Miranda para irse juntos a almorzar. ?ste lleg¨® al mismo tiempo que yo me acercaba a saludarles. Llevar¨ªamos pocos pasos andados cuando vimos acercarse a un hombre grueso con los brazos abiertos hacia Mara?¨®n. Era Juan Negr¨ªn, que a Prieto salud¨® con un simple hola, al que ¨¦ste contest¨® algo despectivamente en voz baja. Negr¨ªn pregunt¨® a Mara?¨®n novedades sobre la Facultad de Medicina de Madrid y muy especialmente sobre su gran amigo -lo subray¨® en serio tono- Enriquez de Salamanca. Mara?¨®n, que no recordaba existiera una amistad entre personajes pol¨ªticamente tan opuestos, le respondi¨® con titubeantes evasivas y Negr¨ªn nos desconcert¨® con esta inesperada afirmaci¨®n: "Salamanca es un perfecto caballero. Intolerante en religi¨®n, pero incapaz de hacer da?o". Mara?¨®n, sali¨¦ndose con sonrisa por la tangente, le contest¨®: "Usted sabe, Negr¨ªn, que todas las cruzadas han sido siempre abanderadas por caballeros. Y a la guerra de Espa?a la han llamado y siguen llamando cruzada". Esta an¨¦cdota tuvo despu¨¦s, en Madrid, muy curiosa y coincidente prolongaci¨®n.
5. Daba el ilustre neuropsiquiatra Gonzalo R. Lafora un curso de conferencias en el Instituto de Patolog¨ªa M¨¦dica de Mara?¨®n. Las dos primeras hab¨ªan durado m¨¢s de hora y media y el conferenciante se hab¨ªa dado cuenta de que en la segunda Mara?¨®n hab¨ªa estado somnoliento. Quiz¨¢ con cierta ligereza, Lafora dijo a Mara?¨®n: "Procurar¨¦ ser hoy m¨¢s breve, pues ayer vi que se le cerraban a usted los ojos". Sinti¨¦ndose algo avergonzado por el ?noportuno reproche, Mara?¨®n respondi¨® algo parecido a decir que los cerraba para concentrarse, y Lafora insisti¨®: "S¨ª, pero daba cabezaditas". Mara?¨®n, con paciencia y respetuosa broma, replic¨®: "Usted est¨¢ demostr¨¢ndonos a todos cu¨¢n diferente es la cabeza por dentro que por fuera, y las cabezaditas limit¨¢ndolas] son signos afirmativos, expresiones de aceptaci¨®n".
6. Un d¨ªa, al salir del hospital, me invit¨® Mara?¨®n a acompa?arle en el coche y acept¨¦ muy honrado. Viv¨ªamos cerca; mi casa quedaba en su camino. Ya dentro del autom¨®vil vio ue yo portaba un libro de Ram¨®n G¨®mez de la Serna, Automoribundia, reci¨¦n publicado en Buenos Aires, y al verlo carg¨®, o en improperios (que nunca dec¨ªa, por lo menos en p¨²blico), ?no reproch¨¢ndome levemente a lectura de tan superficiales banalidades. Me sorprendi¨®, pues no le conoc¨ªa ning¨²n anti. Sab¨ªa que Mara?¨®n hab¨ªa estado alguna vez en la ramoniana tertulia de Pombo y me parec¨ªa mposible que tuviera resentimientos. Alg¨²n tiempo m¨¢s tarde encontr¨¦ en mis estanter¨ªas otro libro del mismo autor, Variaciones, y en ¨¦l le¨ª un encantador cap¨ªtulo dedicado a una visita dominical hecha al Hospital General acompa?ado por el mismo Mara?¨®n, en el que escribe ingeniosidades del maestro, de sus enfermos, del entro hospitalario y del mismo Ram¨®n. He supuesto que al texto pudiera haber sido un invento de Ram¨®n que a don Gregorio disgustase por su tono de broma, aunque esto o coincida con la inmensa tolerancia mara?onesca. El heho es que no le gustaba la literatura de R. G¨®mez de la Serna.
7. En el banquete final de un congreso de endocrinolog¨ªa celebrado en Valladolid, a?os 1958 a 1960, y cuando algunos hablaban de los miembros de la generaci¨®n del 98 citando nombres, Mara?¨®n oy¨® a un periodista religioso, tenido por muy liberal, decir que tales escritores "estaban condenados". Y surgi¨® sonora y en¨¦rgica su voz, que, dando con los nudillos un golpe en la mesa, pregunt¨® bruscamente al interesado: "?Qui¨¦n le ha dado a usted la patente de la salvaci¨®n? ?Es que toma usted a diario el t¨¦ con la Providencia?". El afectado se disculp¨® con gran nobleza. Aquella reacci¨®n, incomprensible en un hombre que era el prototipo de la serenidad, probablemente fue uno de los primeros s¨ªntomas de la enfermedad que nos lo arranc¨® pocos meses despu¨¦s. As¨ª lo pensaron varios de sus m¨¢s brillantes colaboradores (Gimena, Vara L¨®pez, Fern¨¢ndez Noguera, etc¨¦tera).
8 y ¨²ltima. En cierta ocasi¨®n, y en una cena en mi casa, descubr¨ª una elegante maniobra que su incomparable esposa, do?a Lola, utilizaba para avisar a Mara?¨®n de que ya era hora de irse. En plena conversaci¨®n de sobremesa, dirigi¨¦ndose a su esposo y sin salirse del tema de que se hablaba, le record¨® que en tal o cual sitio hab¨ªa sucedido algo parecido a las doce de la noche. Era la clave nemot¨¦cnica que usaba para avisarle de que eran las doce menos cuarto. Pasados unos d¨ªas, y al salir con su marido de una conferencia del padre Laburu, me dijo ella riendo: "Su mujer me ha contado que la otra noche descubrieron ustedes un truco m¨ªo. Sin duda, lo hice mal".
Creo que Mara?¨®n fue uno de los hombres con m¨¢s sentido com¨²n que he conocido, si no el que m¨¢s, y si, como alguien ha escrito, ¨¦ste es el portero del esp¨ªritu, hay que aceptar que en el suyo no pudieron entrar ni salir nunca ideas carentes de honestidad, de cr¨ªtica sana, de iron¨ªa bienintencionada y de humor fino. Podr¨ªa decirse que las virtudes que le adornaban se transformaban en actos ejemplares, como si algo superhumano le hubiera ido iluminando el camino por este complicado mundo, del que se evadi¨® a los 72 a?os, sin necesidad de soltar lastre alguno. Ese reducido n¨²mero de an¨¦cdotas y actitudes de que pudimos gozar algunos que todav¨ªa vivimos pienso que puede aprovecharnos para revivificar mejor la talla de su personalidad, con m¨¢s raz¨®n cuando alg¨²n iconoclasta desvar¨ªa.
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