Libre comercio a tres
?LE CONVIENE a Estados Unidos ratificar el Tratado de Libre Comercio con M¨¦xico y Canad¨¢? ?sa es la pregunta a la que deber¨¢n contestar los congresistas de ese pa¨ªs el pr¨®ximo d¨ªa 17. La votaci¨®n dar¨¢ fin a una larga controversia en la que la ciudadan¨ªa ha intervenido de forma distante pero con inquietud. En efecto, los norteamericanos, castigados por una crisis cuya recuperaci¨®n no acaba de afianzarse y cuyos efectos est¨¢n siendo especialmente visibles en el empleo, son sensibles a los argumentos de quienes se oponen al Tratado. Tienen miedo de que la entrada en vigor del NAFTA (las siglas inglesas que se han popularizado) favorezca el desplazamiento de industrias hacia un pa¨ªs como M¨¦xico, cuya mano de obra es m¨¢s barata. Hasta ahora, el presidente Clinton no cuenta con los apoyos indispensables para ganar en la votaci¨®n. Necesita 218 votos y s¨®lo est¨¢ relativamente seguro de no m¨¢s de 193. Por eso era tan importante y tan arriesgado el debate televisado que tuvo lugar anteanoche entre el vicepresidente Al Gore y el ex candidato Ross Perot, un antiguo partidario del NAFTA reconvertido. El debate contribuy¨® a mejorar el favor de los ciudadanos, pero su efecto sobre los congresistas es a¨²n incierto.Desde que Clinton decidiera hacer suyo un proyecto de Tratado que su predecesor y adversario pol¨ªtico Bush hab¨ªa apadrinado, las dificultades han sido considerables. Por una parte, el nuevo Gobierno liberal de Canad¨¢ ha considerado el Tratado de modo cuando menos indiferente. Los canadienses, parientes ricos de la zona, padecen una recesi¨®n de la que acusan a Estados Unidos y al primer tratado de libre comercio firmado en 1989 exclusivamente entre ambos. Ahora dudan de los supuestos efectos beneficiosos del NAFTA, especialmente si se recuerda que el comercio canadiense con el tercer socio, M¨¦xico, es m¨ªnimo.
En segundo lugar, en el interior de Estados Unidos la oposici¨®n de los sindicatos ha sido frontal: tienen miedo a la p¨¦rdida de puestos de trabajo y a lo que ven como inevitable desplazamiento de empresas norteamericanas al sur de la frontera. Algo que Perot ha bautizado como "enorme ruido de succi¨®n". Olvidan con ello que la productividad norteamericana es muy superior y que otros factores de peso, como la peor infraestructura de M¨¦xico, operan en su favor.
El hecho es que, desde septiembre, momento en que Clinton contaba con el apoyo de apenas un centenar de congresistas, su campa?a en pro de la ratificaci¨®n, apoyada en la solidaridad p¨²blica de todos los ex presidentes y de muchos pol¨ªticos dem¨®cratas y republicanos, hab¨ªa ido produciendo paulatinos resultados. No lo suficiente para tranquilizarle. El tiempo apremiaba y Clinton decidi¨® arriesgar. Resucit¨® a Al Gore -confinado en el limbo en el que acaban todos los vicepresidentes- y le lanz¨® al debate televisado con Perot. Una apuesta decididamente arriesgada, porque perder el debate equival¨ªa con bastante seguridad a perder la ratificaci¨®n, mientras que ganarlo no acaba de resolver los problemas de la adhesi¨®n a la causa de los congresistas m¨¢s recalcitrantes. Todo lo m¨¢s, acelerar¨ªa el goteo de diputados hacia el campo del presidente. Pero era probablemente justo lo que ¨¦ste pretend¨ªa. Gore gan¨® de forma rotunda, poniendo a Perot contra las cuerdas y demostrando fehacientemente lo endeble de la estructura ideol¨®gica y de la formaci¨®n econ¨®mica de un hombre que a¨²n mantiene casi intacto el considerable respaldo ganado en la pasada campa?a electoral.
De todos modos, queda mucho por hacer para que el Tratado sea ratificado y Estados Unidos no pierda la credibilidad que necesita ante la negociaci¨®n final de la Ronda Uruguay del GATT: en efecto, un pa¨ªs no puede exigir la liberalizaci¨®n total del comercio mundial y al mismo tiempo rechazar un acuerdo de libre comercio en el que interviene principalmente.
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