Lo jur¨¢sico y lo paleol¨ªtico
En las modernas democracias, los derechos y deberes contribuyen a igualarnos mientras que los gustos nos individualizan. La sociedad avanza -o deber¨ªa avanzar- hacia una mayor similitud de valores pol¨ªticos y ¨¦ticos, en tanto que la est¨¦tica resguarda el espacio privilegiado de la diversidad. El fil¨®sofo franc¨¦s Luc Ferry, en su ensayo Homo aestheticus, explica c¨®mo el sujeto democr¨¢tico se fragua a comienzos del pasado siglo a partir de opciones no tanto pol¨ªticas como art¨ªsticas. Gracias a la pluralidad de nuestras preferencias en el terreno de lo gozoso y de lo l¨²dico podemos aspirar a una cierta homegeneidad en valores c¨ªvicos sin caer en la uniformidad robotizada. Por supuesto, la disparidad de gustos tambi¨¦n tiene l¨ªmites sociales bastante estrictos. El apocal¨ªptico de guardia se regodea al advertimos de que lo preferido libremente por cada cual repite siempre la elecci¨®n de muchos otros (el hecho de que tantos se sientan originales insistiendo en tal observaci¨®n apocal¨ªptica confirma su tesis). Desde luego, raro ser¨ªa que la m¨ªmesis social no influyese en este campo como en los dem¨¢s. Pero lo relevante para el sujeto no es que la diferencia de su gusto tambi¨¦n est¨¦ dentro de lo com¨²n, sino poder vivir lo com¨²n a partir de la diferencia de su gusto.No se desalienten por este pre¨¢mbulo: mi prop¨®sito es amablemente fr¨ªvolo. Paso a las confidencias. Nada me hace sentir m¨¢s irrevocablemente sujeto, y por tanto subjetivo (recordemos a Bergam¨ªn: "Si yo fuese objeto ser¨ªa objetivo, como soy sujeto soy subjetivo"), que mis preferencias cinematogr¨¢ficas. Sobre todo cuando las comparo con la elevada doctrina que imparten los m¨¢s respetables expertos en ese arte. La discrepancia viene de antiguo. Cuando en mis a?os mozos me preguntaban por la pel¨ªcula m¨¢s sublime de todos los tiempos, siempre repuse King Kong, nunca El acorazado Potemkin o Fresas salvajes. Admito sin necesidad de tortura que la pel¨ªcula que menos me gusta de Hitchcock es V¨¦rtigo. Tuve altercados con quienes consideraban que Tibur¨®n era un producto de efectismo infantiloide indigno del Festival de Cannes (disput¨¦ en vano: ahora aquellos denostadores la tienen por un cl¨¢sico). Por contra, juzgo el Dr¨¢cula de Coppola un homenaje a Ken Russell a costa del pobre Bram Stoker. Regalo a quien las soporte las autocomplacientes cr¨ªticas a Hollywood de Altman o Kasdan (?Grand Canyon! ?misericordia!) a cambio del sarcasmo feroz de esa maravilla belga, Sucedi¨® cerca de su casa. Etc¨¦tera.
En fin, no me tengan por intransigente. Algunos de mis amigos prefieren Blow up, de Antonioni, a Tar¨¢ntula, de Jack Arnold: yo les tributo mi compasivo cari?o como si no pasase nada. A lo que me acomodo peor es a ciertas racionalizaciones ideol¨®gicas del gusto propio. Por ejemplo, me sublevan los admiradores de To be or not to be que tambi¨¦n aprecian Ninotchka, aunque a?aden que esta ¨²ltima "se inscribe en el contexto de la guerra fr¨ªa" (como si Lubitsch hiciera bien ri¨¦ndose de los nazis, pero un poco menos bien al re¨ªrse de los estalinistas). M¨¢s recientemente, desconf¨ªo de quienes nos previenen contra Arde Mississippi porque su ambiguo mensaje puede justificar cr¨ªmenes parapoliciales, pero exaltan sin reservas Agenda oculta, de Ken Loach, descarado panfleto pro IRA. Sobre todo, perd¨®nenme la visceralidad, se la tengo jurada a los chantres doctrinarios que quieren curarnos a toda costa del contagio de Parque Jur¨¢sico.
Resulta normal que la pel¨ªcula no haya gustado a muchos espectadores adultos. Probablemente, tampoco aprecian demasiado las viejas pel¨ªculas de monstruos de los a?os cincuenta, cuyo estilo ingenuo y eficaz recrea magistralmente Spielberg. Aquellos filmes que sol¨ªa protagonizar siempre John Agar, ricos en lagartos o insectos gigantes lanzados al mundo por alg¨²n imp¨ªo experimento cient¨ªfico y que conclu¨ªan cuando el viejo doctor que hab¨ªa logrado la f¨®rmula para liquidar a la bestia comentaba a la chica, a¨²n estremecida: "?El hombre no puede jugar impunemente con los secretos de la naturaleza!". Parque Jur¨¢sico es la sublimaci¨®n t¨¦cnica del g¨¦nero y lo que so?¨¢bamos ver desde hace mucho sus amantes ya canosos. Para bastantes ni?os actuales representa el nacimiento de un mito subjetivo: dentro de 20 o 30 a?os la recordar¨¢n como yo recuerdo Simbad y la princesa, donde encontr¨¦ por primera vez las criaturas de Ray Harryhausen. Algunos dicen que aquellas antiguas pel¨ªculas eran "entra?ables", mientras que ¨¦sta es una despiadada operaci¨®n comercial. No advierten que lo entra?able de aquellos filmes no era la modestia de sus pretensiones (la pel¨ªcula de Spielberg tambi¨¦n es voluntariamente modesta, aunque su presupuesto sea muy alto), sino el ¨¦xtasis infantil a que nos retrotraen, el nuestro cuando las vimos por vez primera. Por motivos semejantes, el aura entra?able de Parque Jur¨¢sico est¨¢ garantizada para dentro de un par de d¨¦cadas...
Las argumentaciones derogatorias contra este futuro cl¨¢sico mezclan dict¨¢menes econ¨®micos con otros cient¨ªficos, todos igualmente rancios. Como los dinosaurios hace mucho que fueron descubiertos, la pasi¨®n actual por ellos no puede deberse m¨¢s que a un montaje comercial. Pero lo cierto es que esa afici¨®n es anterior a la pel¨ªcula: hace m¨¢s de diez a?os que se abrieron Dino-shops en las principales ciudades americanas, tiendas que todo lo ofrecen -desde calcetines a reglas o jabones- bajo la advocaci¨®n de las bestias prehist¨®ricas; y tambi¨¦n el ¨¦xito de las exposiciones de dinosaurios movidos por ordenador en diversos museos de ciencias naturales precede al filme (de hecho, inspiraron a Crichton su novela). Parque Jur¨¢sico proviene de la fascinaci¨®n por los dinosaurios, no al rev¨¦s, aunque la haya potenciado hasta lo excesivo. Hace casi veinte a?os, en un cap¨ªtulo de La infancia recuperada, intent¨¦ razonar ese curioso afecto por monstruos desaparecidos. Propongo otro argumento: el petr¨®leo, savia vital de nuestro mundo actual, no es m¨¢s que el resultado org¨¢nico de la putrefacci¨®n de aquellos titanes y de la vegetaci¨®n primigenia que los rodeaba. ?No es justo que les estemos agradecidos, ya que tomamos nuestra energ¨ªa de ese jugo de dinosaurios? Amparados por la autoridad de Stephen Jay Gould, hay quien condena la pel¨ªcula por lo improbable de su hip¨®tesis biogen¨¦tica o por su inexactitud paleontol¨®gica: las bestias de ese parque no pertenecen al Jur¨¢sico, sino al Cret¨¢cico. Es como refutar Frankenstein porque los rayos no suelen devolver la vida a los cad¨¢veres. A los espectadores nos importa poco: el memorable calamar gigante de 20.000 leguas de viaje submarino ataca al Nautilus, avanzando con sus tent¨¢culos hacia adelante, cosa zool¨®gicamente inveros¨ªmil; y el enorme pulpo de Vino del fondo del mar tiene s¨®lo seis tent¨¢culos y no ocho, lo cual no le impide cargarse al Golden Gate y el puerto de San Francisco. A fin de cuentas, la verdad de nuestros dinosaurios es que son dragones y, por tanto, no provienen del Jur¨¢sico ni del Cret¨¢cico, sino de la imaginaci¨®n.
Ce?udos cr¨ªticos hablan del pat¨¦tico vac¨ªo que hay tras los FX de Parque Jur¨¢sico. A m¨ª lo que me preocupa es su incomprensi¨®n de la funci¨®n popular del arte cinematogr¨¢fico: ?ser¨¢ a causa de tal ceguera por lo que el cine europeo ha sido hasta la fecha manifiestamente incapaz de hacer pel¨ªculas para ni?os y adolescentes? Por mucha excepci¨®n cultural que le pongan al GATT, no hay salvaci¨®n mientras se intente combatir Parque Jur¨¢sico con Germinal, cosa no menos pedante e ineficaz que promover a Proust como alternativa ante Zane Grey. Yo no s¨¦ si los dinosaurios de Spielberg son jur¨¢sicos o cret¨¢cicos, pero estoy convencido de que muchos intelectuales y cr¨ªticos cinematogr¨¢ficos contin¨²an anclados en el paleol¨ªtico.
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