Cargarse de raz¨®n y que todo siga igual
CON 3,5 millones de parados, 750.000 de ellos a?adidos en los ¨²ltimos 12 meses, las movilizaciones podr¨¢n fortalecer a los dirigentes sindicales, y ¨¦stos podr¨¢n seguir escandaliz¨¢ndose y amenazando con la huelga general. Pero para contener el desastre y crear las condiciones para su superaci¨®n hace falta algo m¨¢s. No, es posible estar reclamando un cambio en la pol¨ªtica econ¨®mica y boicotear a la vez cuantas medidas se plantean para rectificar lo que se ha demostrado desastroso. Entre otras cosas, el desbordamiento del d¨¦ficit que sigui¨® al aumento del gasto social pactado como consecuencia de la huelga general del 14-D.Ese aumento del gasto pudo entonces ser financiado al calor de la fase expansiva, lo que no impidi¨® que los dirigentes sindicales siguieran clamando contra la pol¨ªtica econ¨®mica del Gobierno. El precio fue un endeudamiento que impidi¨® bajar los tipos de inter¨¦s cuando m¨¢s necesario era para estimular la inversi¨®n. Ahora no se podr¨ªa financiar, lo que no ha evitado que la actitud de los sindicatos haya sido la de negarse a asumir recorte alguno en el gasto social; sin que importe, al parecer, la influencia que ese desbordamiento tiene en la p¨¦rdida de competitividad de la econom¨ªa espa?ola. Y sin competitividad no hay empleo.
Es bastante l¨®gico que las personas que se han quedado sin trabajo y quienes temen perderlo busquen culpables para una situaci¨®n que les afecta tan dram¨¢ticamente y a cuyas causas son ajenas. Los sindicatos los han identificado sin sombra de duda: la patronal, que no quiere crear empleo, y el Gobierno, que facilita los despidos. Con tan maniqueos argumentos, los dirigentes sindicales demostraron el jueves ser capaces de movilizar a cientos de miles de personas, lo que interpretaron como un aval a su amenaza de ir a la huelga general.
Si la fortaleza sindical se mide por su capacidad de movilizaci¨®n, ello significa que los sindicatos mantienen una considerable influencia social. Pero, constatado esto, ?qu¨¦ piensan hacer con esa influencia? ?Qu¨¦ proponen para reducir el paro, para que la econom¨ªa espa?ola vuelva a crear puestos de trabajo, para que nuestro pa¨ªs no regrese al subdesarrollo del que sali¨®? ?Qu¨¦ alternativa ofrecen a losj¨®venes parados, para quienes vetaron cinco a?os atr¨¢s un plan de empleo juvenil y a quienes tratan ahora de cerrar los contratos de aprendizaje? El Gobierno, de acuerdo con todos los expertos, considera que uno de los obst¨¢culos principales para crear empleo -y causa a la vez de un paro que dobla la media de la Uni¨®n Europea- es la existencia de ciertas singularidades del mercado laboral con muy negativa incidencia en la competitividad de nuestras empresas.
Competitividad y empleo
Los sindicatos han presentado la movilizaci¨®n del d¨ªa 25 como una respuesta a la imposici¨®n de una serie de reformas del marco legal que determina dicho mercado, pero la convocatoria fue anterior a la decisi¨®n del Gobierno de poner un tope temporal a la negociaci¨®n sobre ese punto y, desde luego, al anuncio de las medidas concretas que sobre contrataci¨®n y despido aprobar¨¢ el Consejo de Ministros la semana pr¨®xima.Si esta vez parec¨ªa haber m¨¢s posibilidades de un pacto social, fue sobre todo porque en otros pa¨ªses el r¨¢pido crecimiento del paro estaba llevando a los sindicatos a aceptar compromisos de moderaci¨®n salarial. Adem¨¢s, acababan de celebrarse elecciones generales y los partidos mayoritarios hab¨ªan incluido en sus programas la b¨²squeda de un acuerdo por el empleo como el que comenz¨® a negociarse tras el verano.
En un momento dado, los sectores de UGT y CC OO m¨¢s abiertos al compromiso admitieron el principio de una negociaci¨®n salarial plurianual y basada en la inflaci¨®n prevista que parec¨ªa abrir expectativas de un pacto de rentas. La cosa se torci¨® cuando los sectores opuestos al pacto condicionaron ¨¦ste a un acuerdo previo sobre las reformas del mercado laboral. Era un planteamiento imposible porque dicha reforma part¨ªa precisamente de la necesidad de acabar con una excepcionalidad que viciaba la negociaci¨®n salarial en el sentido de otorgar a los sindicatos una capacidad de presi¨®n desproporcionada.
El franquismo busc¨® en la estabilidad del empleo una compensaci¨®n al car¨¢cter miserable de los salarios. ?stos han crecido en Espa?a en los ¨²ltimos 15 a?os m¨¢s que en cualquier otro pa¨ªs industrializado, pero las garant¨ªas de estabilidad en el empleo se han mantenido, de manera que el despido de los trabajadores fijos es hoy en Espa?a de m¨¢s complicada tramitaci¨®n y, en consecuencia, m¨¢s caro que en pa¨ªses como Francia, Alemania o el Reino Unido. Esa situaci¨®n se traduce, por una parte, en que empresas que podr¨ªan ser viables con una reducci¨®n parcial de su plantilla no se plantean esa posibilidad m¨¢s que in art¨ªculo mortis, s¨®lo cuando la empresa est¨¢ al borde del precipicio o m¨¢s all¨¢ incluso, de forma que frecuentemente no sirve para salvar los empleos posibles. Y, por otra, otorga a los sindicatos una posici¨®n de fuerza que se traduce en subidas salariales por encima de la inflaci¨®n, incluso en plena recesi¨®n y con un paro de m¨¢s del 20%.
En los sectores protegidos de la competencia extranjera -fundamentalmente, los servicios-, esos aumentos son transmitidos a precios, lo que dispara la inflaci¨®n. Esa repercusi¨®n encarece a su vez los servicios -financieros, de telecomunicaciones, etc¨¦tera- utilizados por los dem¨¢s sectores productivos, lo que agrava su p¨¦rdida de competitividad. Y como no pueden trasladar los aumentos a precios de venta, el ajuste se produce por la v¨ªa del despido: no de los fijos, dado su alto coste, pero s¨ª de los trabajadores -34% del total de empleados- con contrato temporal, cuya tramitaci¨®n es mucho m¨¢s barata.
La reforma del mercado laboral no es, por tanto, un capricho destinado a molestar a los sindicalistas, sino una exigencia dictada por esa p¨¦rdida de competitividad de nuestra econom¨ªa. Resulta m¨¢s que probable que uno de los motivos por los que hoy la econom¨ªa espa?ola no crea empleo estable suficiente es porque las condiciones de fijeza son insensibles a la coyuntura, de manera que ese compromiso de por vida inhibe la inversi¨®n del empresariado espa?ol. Y del extranjero. Sin homologar los mecanismos de nuestro mercado laboral a los de los pa¨ªses de nuestro entorno no se recobrar¨¢ competitividad. Y sin ella, ni se contendr¨¢ hoy el paro ni se crear¨¢ empleo ma?ana.
Es cierto que con un pacto de rentas algunas reformas podr¨ªan haberse amortiguado o tal vez aplazado hasta el momento en que la recuperaci¨®n sea un hecho. Sin embargo, desde el momento en que se condicion¨® una cosa a la otra se oblig¨® al Gobierno a optar por la v¨ªa de la reforma sin pacto: ya que no puede presentar un sistema productivo cohesionado en torno a un pacto de moderaci¨®n salarial por dos o tres a?os, el Gobierno ofrece a los inversores extranjeros y nacionales, que ya est¨¢n tomando posiciones para la recuperaci¨®n, un mercado de trabajo que permita al menos una negociaci¨®n m¨¢s equilibrada. Desde la convicci¨®n de que, de todos modos, la moderaci¨®n se impondr¨¢ por la fuerza de los hechos. S¨®lo que ya sin las ventajas, para los sindicatos, sus representados y el pa¨ªs en general, de un pacto formalizado que garantice la estabilidad social y despeje incertidumbres: el factor m¨¢s apreciado por los inversores.
?se es el resultado de una pol¨ªtica sindical que se puede tal vez comprender, pero que es dificil compartir. Porque una cosa es no avalar la reforma y otra condicionar el pacto a su retirada: esto ¨²ltimo es apostar por la protesta antes que por la soluci¨®n; por cargarse de raz¨®n, caiga quien caiga, antes que por poner remedio a lo que motiva la angustia de los cientos de miles de trabajadores que se movilizaron el jueves
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