Las delicadas fronteras
Mis relaciones con Miguel Delibes, como supongo que les habr¨¢ ocurrido a otros lectores y escritores de mi generaci¨®n, fueron durante un tiempo conflictivas. Y supongo que tambi¨¦n que se trat¨® de un malentendido propiciado por una ¨¦poca en que comenzaban a difundirse, y a cuajar, en Espa?a las t¨¦cnicas y modos narrativos de los grandes autores europeos y norteamericanos de entreguerras, y cuando de pronto, con una actitud tan animosa como atolondrada, el realismo menesteroso de los a?os cincuenta, y de paso cualquier otro tipo de realismo, fue declarado de una vez por todas vergonzante e inepto. Este pa¨ªs, que siempre tiene alguna cuenta pendiente con la historia, como no suele inventar sus propias cosas, ni en consecuencia sus propios matices, se limita casi siempre a tomar partido a favor o en contra de las ajenas.Yo hab¨ªa le¨ªdo ya, con esa fervorosa y sabia inocencia con que se acostumbra a devorar las novelas del siglo XIX, La sombra del cipr¨¦s es alargada y, sobre todo, El camino, El diario de un cazador y La hoja roja. Y supongo que hubiera seguido leyendo a Delibes si no llega a ser porque, por entonces, me lleg¨® la hora de tomar partido, y ante la disyuntiva, me decid¨ª por ser indiscutiblemente moderno. Tard¨¦ en comprender dos cosas una, que la moda en el arte es la modernidad echa ya manierismo; otra, que Miguel Delibes es un autor moderno por la raz¨®n sencilla de que es intemporal. Ahora, que dicen que est¨¢ volviendo el gusto de que la novela sea ante todo novelesca, y de que cuente mucho y de que se permita todas las trampas posibles con tal de que entretenga, se vienen a utilizar contra un Juan Benet, o un Juan Goytisolo, por ejemplo, los mismos argumentos excluyentes que en otro tiempo se usaron contra Miguel Delibes. Y es que hay que tomar partido, y afirmar un t¨¦rmino conlleva condenar el contrario. A veces uno piensa que la intolerancia es m¨¢s feroz en la est¨¦tica que en la pol¨ªtica. Pero es dif¨ªcil entender estas cosas: del mismo modo que la pol¨ªtica ha de inspirarse en la raz¨®n, las pasiones son potestativas del arte, y por eso el arte ha de asumir ciertas contradicciones que, fuera de ¨¦l, son signo de barbarie. Uno tarda en entender, como nos ense?a Truman Capote, la diferencia entre escribir bien y escribir mal (y Delibes escribe, por cierto, con esa rara perfecci¨®n renacentista que se consigue cuando se acierta a unir indisolublemente la lengua hablada y la lengua escrita), pero a¨²n tardar¨¢ m¨¢s en distinguir esa frontera delicada y brutal que media entre escribir bien y hacer una obra de arte. Y quiz¨¢ por eso, Delibes es un hallazgo propicio para la juventud y para la madurez.
A m¨ª con Delibes me reconciliaron mis alumnos de Bachillerato. Una de las ventajas de ser profesor son las lecciones que uno recibe si se es razonablemente humilde para recibirlas. A los j¨®venes, instintivamente, les gusta Delibes. Como dec¨ªa Ortega de Baroja, Delibes es de esos novelistas que, en la primera p¨¢gina, te cortan la retirada, y ya no hay m¨¢s remedio que seguir adelante. "Un novelista para j¨®venes", piensa uno entonces, no sin cierto desd¨¦n. "Un novelista meramente gracioso", es seguro que dijeron durante m¨¢s de un siglo muchos de los lectores de El Quijote. Uno tarda en reconocer la sabidur¨ªa cuando viene disfrazada en el dif¨ªcil arte de la sencillez. Delibes ha ahondado en la vida hasta una profundidad que s¨®lo el tiempo acertar¨¢ a medir con precisi¨®n.
De El Quijote, dijo Vosller, que es como una lagunilla que cualquier ni?o puede bordear sin peligro, pero donde el sabio m¨¢s sabio se ahogar¨ªa si intentase cruzarla a nado. Y esto es lo que tambi¨¦n puede decirse de Delibes: que tiene ese doble y endiablado encanto del arte que, en su discreci¨®n, lo est¨¢ diciendo todo.
De adolescente borde¨¦ a Delibes; de adulto, sigo cultivando el placer de bordearlo y, a veces, de cruzarlo a nado. Tal es, en definitiva, el privilegio de los cl¨¢sicos.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.