'Cortylandia"
Unas amigas m¨ªas vivieron varios a?os junto a El Corte Ingl¨¦s de Preciados. En la calle de Tetu¨¢n, para ser exactos. La vecindad de esos grandes almacenes les proporcion¨® ciertos privilegios, como poder comprar s¨¢bados y domingos sin tener que hacer grandes viajes, pero muchos m¨¢s inconvenientes: el soniquete de la megafon¨ªa, el ruido de los camiones, la afluencia de mendigos y ladrones callejeros y el tr¨¢fico incesante y bullicioso de coches y peatones. Muchas noches, ni siquiera pod¨ªan dormir ante la algarab¨ªa de los repartidores y de los vagabundos que se pegaban disput¨¢ndose los desperdicios de los contenedores de la basura que cortaban la calle ante la impasibilidad total de los encargados de guardar el orden. Por m¨¢s denuncias que los vecinos pusieron, nunca les hicieron caso.Pero todas esas molestias eran una nimiedad comparadas con lo que ten¨ªan que soportar cuando llegaban las navidades. O, mejor, cuando se acercaban. Pues, desde m¨¢s de un mes antes y siguiendo esa tradici¨®n que hermana arm¨®nicamente a los grandes almacenes con el amor celestial, El Corte Ingl¨¦s colocaba en su fachada Cortylandia, esa especie de Eurodisney navide?o que instala todos los a?os como reclamo para los ni?os.
Durante todo ese tiempo, y hasta que las navidades pasaban, mis amigas ten¨ªan que soportar las grandes aglomeraciones que se formaban en la calzada y que les imped¨ªan a veces llegar con el coche a casa (pues el Ayuntamiento, en lugar de despejar la calle, como parecer¨ªa que fuera su deber, lo que hac¨ªa era cortarla al tr¨¢fico, al contrario que en cualquier manifestaci¨®n) y, cada media hora, el espect¨¢culo musical que los desinteresados mentores de Cortylandia hab¨ªan dispuesto para felicitar a los madrile?os la Navidad. La tortura llegaba a ser tan insoportable que mis amigas ten¨ªan que irse de casa o llamar cada poco a la polic¨ªa, que llegaba, escuchaba el alboroto y les daba la raz¨®n, pero se iba despu¨¦s por donde hab¨ªa venido dici¨¦ndoles que reclamar¨¢n, aunque se tem¨ªan que era la historia del elefante y la hormiga.
Al final, mis amigas, como muchos vecinos suyos, acabaron cambi¨¢ndose de casa. Por eso, siempre que llegan las navidades, me acuerdo de Cortylandia y de los pobres vecinos que todav¨ªa la tienen que soportar.
En consideraci¨®n a ellos y a las noches que han pasado sin dormir, pienso que El Corte Ingl¨¦s deber¨ªa dedicarles al menos un a?o Cortylandia reconstruyendo la historia del elefante y la hormiga, que es el cuento m¨¢s antiguo y repetido en esta cruda ciudad.
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