El huerto
En esas ant¨ªtesis del conocimiento y el placer que son algunas tertulias radiof¨®nicas, se suele hablar de "la cultura del pelotazo" para tratar de definir una de las caracter¨ªsticas del final de siglo. Se refieren al ¨¦xito espectacular y especulativo. Todo vale si el enriquecimiento es r¨¢pido y sustancioso.El problema, uno de ellos, es creer que la acumulaci¨®n del dinero es un signo de inteligencia. En realidad es, simplemente, ser rico. Sin m¨¢s.
Frente a eso se reivindica la austeridad, la satisfacci¨®n del deber cumplido. Nada m¨¢s enga?oso. Unos y otros aceptan al trabajo y al capital como ¨²nicos baremos por los que medir al ser humano. Todo gira en torno al mercado y la productividad: el dinero es Dios.
Afortunadamente existen gentes cuyo fin no es acumular oro, ni rentabilizar nada, ni, por supuesto, mitificar los deberes y obligaciones laborales. Son personas que buscan el huerto de la felicidad, un campo f¨¦rtil e inagotable si se sabe cultivar; que exige -entre otras muchas cosas- compartirlo para saborearlo plenamente. Seres humanos que crean belleza, que generan armon¨ªa, tolerancia, sabidur¨ªa o que sencillamente saben gozar intensamente de lo cotidiano.
Es cierto que el sistema (el mismo que aborrec¨ªa Amory Blaine por permitir que el m¨¢s rico se llevara siempre a la mujer m¨¢s hermosa) no suele premiarles, pero tampoco buscan recompensas tangibles, al menos como ¨²nico fin. Les basta con disfrutar con lo que hacen y sienten: la pasi¨®n es el motor de su historia. Y de todo ello surgen instantes de esplendor quiz¨¢ fugaces pero inolvidables: desde el delirio de un enamoramiento a un cuadro, un texto, una pieza musical, un gol, una faena, un cante o un toque de guitarra, una comida, un viaje... Tantas y tantas cosas que, pese a todo, consiguen alimentar la esperanza en el g¨¦nero humano en tiempos de depresi¨®n.
Hablamos de gentes y hechos como Francisco Ayala, Julio Caro Baroja, Carmen Mart¨ªn Gaite, Rafael S¨¢nchez Ferlosio, Enrique Morente, Romario, Cachao, Curro, El Bola, los trigueros a la plancha con all i oli, los crep¨²sculos madrile?os desde cualquier autov¨ªa... de las cosas bien hechas porque lo pide el cuerpo, el coraz¨®n.
Hasta podemos hablar del trabajo cuando se acepta como ineludible y no s¨®lo como una maldici¨®n. La riqueza, el capital, es indispensable para la supervivencia, pero es un mero soporte para la b¨²squeda de ese huerto pr¨®ximo y poco explorado que es el placer de vivir.
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