La iconograf¨ªa del poder
Partiendo de la idea de la escasa representaci¨®n en las colecciones de nuestro pa¨ªs de pintura de la escuela francesa, La Caixa nos propone en esta ocasi¨®n un recorrido retrat¨ªstico de una serie de ilustres personajes del periodo comprendido entre los siglos XVII al XIX. Para ello ha recurrido a una selecci¨®n de 44 piezas de los fondos del Museo del Palacio de Versalles, cuya colecci¨®n de retratos es una de las m¨¢s importantes del mundo.Ante todo, tal vez sea conveniente advertir que esta exposici¨®n interesar¨¢ en particular a los estudiosos de la historia del arte, sin menoscabo, claro est¨¢, del inter¨¦s que pueda despertar en el resto del p¨²blico. ?Por qu¨¦ est¨¢ afirmaci¨®n? Pues porque sospecho que quiz¨¢ sea una muestra "dif¨ªcil". Y con dif¨ªcil quiero significar una cierta extra?eza de la mirada ante las pinturas expuestas, a las que el visitante entiendo que debe aproximarse con un criterio, m¨¢s que pict¨®rico, sociol¨®gico Sobre todo, teniendo en cuenta que se realizaron bajo unas normas que quedaron muy atr¨¢s en el tiempo. Normas a las que, por ejemplo, se sujetaron tambi¨¦n aqu¨ª en Espa?a (donde la tradici¨®n realista es m¨¢s viva que en Francia) Vel¨¢zquez y Carducho cuando en 1633 llevaron a cabo una especie de comit¨¦ de censura de los retratos reales y en el que no se cuestion¨® tanto el parecido como el respeto a la dignidad del soberano.
Versalles
Retratos de una sociedad. S. XVII-XIXBarcelona. Centro Cultural de la Fundaci¨®n La Caixa. Del 10 de diciembre al 30 de enero de 1994.
Y es que, en el siglo XVII, el retrato de los monarcas y su familia se hallaba sometido a un protocolo muy estricto y ten¨ªa que atenerse a unas severas convenciones que, como consecuencia de la ense?anza de la escuela dirigida por los primeros pintores del rey, tambi¨¦n se har¨ªan extensas a otros personajes ilustres. El modelo no ten¨ªa derecho a contradecir el papel que cumpl¨ªa en la sociedad en la que estaba insertado, y al primar este aspecto, el individuo real que hab¨ªa en ¨¦l desaparec¨ªa, arrastrando tras de s¨ª los t¨ªmidos intentos referentes a su individualidad, a sus rasgos psicol¨®gicos.
El retrato aleg¨®rico, mitol¨®gico o de aparato, impuestos por la etiqueta, se ejecutaba bajo un programa de estudiado artificio que no dejaba nada al azar. V¨¦ase como claro ejemplo la imagen del Luis XIV de Charles Poerson, en la que se. identifica al soberano con una divinidad romana. Mucho m¨¢s interesante es la obra del pintor de origen catal¨¢n Rigau i Ros, conocido como Rigaud, que adquirir¨ªa gran celebridad con el famoso y grandilocuente retrato del mismo rey ya anciano (Louvre). De ¨¦l podemos contemplar la imagen del Cardenal de Fleury, cuyo expresivo rostro el artista ha sabido, en este caso, compaginar con el boato y las exigencias de la obra oficial. Un cuadro que no pasar¨¢ inadvertido es el del ministro J. B. Colbert envuelto en una magn¨ªfica capa negra. Lo ejecut¨® Claude Lef¨¦vre, un pintor poco conocido, pero poseedor de una t¨¦cnica muy refinada. Incluso la iconograf¨ªa de los artistas reales, que al fin y al cabo eran s¨®lo servidores del monarca, aparecen en pose solemne, con elegantes trajes y rizadas pelucas (v¨¦ase el del jardinero Andr¨¦ le N¨®tre). Falta a este respecto un significativo cuadro de Rigaud, tambi¨¦n de la colecci¨®n de Versalles, en el que pinta a un Mignard ya viejo (dos obras de ¨¦l en la exposici¨®n) a la manera de un distante artist¨®crata.
El siglo XVIII rechaza el retrato envarado y pomposo e intenta hacer un retrato m¨¢s ¨ªntimo. Si Poerson, unos 75 a?os antes pint¨® a Luis XIV como J¨²piter, Nicol¨¢s Lancret representa ahora al heredero de aqu¨¦l como un peregrino wattoniano. Son los a?os en que se impone la pintura rococ¨®, y a sus caracter¨ªsticas m¨¢s destacadas responde el cuadro de J. M. Nattier de Madame Enriqueta como Flora.
La atenci¨®n a la psicolog¨ªa del modelo es, probablemente, uno de los logros m¨¢s destacados de la ¨¦poca de la Ilustraci¨®n, y aunque en la exposici¨®n no hay ninguna obra de su m¨¢ximo representante, Maurice Quentin la Tour, debemos celebrar la exhibici¨®n del de Mar¨ªa Leszczynska, esposa de Luis XV, tambi¨¦n de Nattier. Vestida con traje de calle y como sorprendida en el momento de leer los Evangelios, la reina gira un rostro de mirada sensible, enmarcado por un gorro de encaje blanco y un velito negro. Liger¨ªsimas pinceladas y el uso de veladuras son aplicadas con soltura por el pintor para ir conformando el vestido y sus adornos. Es el mismo pincel el que plasmar¨¢, asimismo, el joven rostro lleno y sonrosado de Madame Adela¨ªda, del que destaca la expresiva mirada.
De Vig¨¦e-Lebrun existen obras m¨¢s interesantes que las expuestas. Hoy en d¨ªa es dif¨ªcil librarse de la impresi¨®n de falsedad y excesivo edulcoramiento que aparecen en im¨¢genes como la de El delf¨ªn y Madame Royale. Para finalizar quisiera rese?ar el retrato de La duquesa de Berry, del ingl¨¦s T. Lawrence, y el sobrio retrato del historiador Alexis de Tocqueville.
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