CMR Un complot mundial de rancios
Un domingo de diciembre, durante las navidades, tratando de sobreponerme a una tarde vac¨ªa y tediosa, me lanc¨¦ a la calle, dispuesta a hacerme alg¨²n regalo, quiz¨¢ un libro que me alegrara el d¨ªa. Unas confusas y brumosas ideas me abstrajeron completamente de lo que me rodeaba y de pronto me encontr¨¦ en el barrio de Salamanca, frente a un portal con grandes y viejas puertas de madera, sobre el que hab¨ªa una placa con una fecha: 1813. Estaba all¨ª detenida, sin saber muy bien por qu¨¦, cuando apareci¨® una anciana que, al subir las escaleras, tropez¨® y, estuvo a punto de rodar por ellas si no llega a ser por mi agilidad. Le ayud¨¦ a levantarse y a subir hasta el primer piso, donde una doncella nos abri¨® la puerta. Agradecida, la vieja me pidi¨®, o m¨¢s bien me oblig¨®, a acompa?arla hasta el sal¨®n que hab¨ªa al fondo del pasillo. Se empe?¨® en invitarme a tomar una copa y un canap¨¦. As¨ª fue como me encontr¨¦ en el centro de una extra?a reuni¨®n.Habr¨ªa unas quince personas, diseminadas en diferentes grupos de dos, tres o cuatro individuos. Ella me present¨® uno por uno a todos los personajes. Hab¨ªa un profesor de Antropolog¨ªa de la Universidad; un historiador franc¨¦s; un cardenal italiano; un te¨®logo alem¨¢n de fama mundial; un escritor paname?o que hab¨ªa escrito un libro ' sobre las ¨¦lites y la nobleza, un pol¨ªtico que hablaba en tercera persona; un soci¨®logo norteamericano que dec¨ªa: "Todo pa¨ªs tiene necesidad de una ¨¦lite, si no quiere hundirse fatalmente en la mediocridad"; un matrimonio bastante borracho y simp¨¢tico, a quienes nadie hac¨ªa ni caso; un conde que estaba paral¨ªtico de cintura para abajo, que no paraba de contar chistes verdes; un militar de alto rango, un taxista, alguien m¨¢s que no me acuerdo, y el duque de Ribera, que era el anfitri¨®n. La anciana, que en tan poco tiempo parec¨ªa haberme tomado cari?o, me present¨® a todo el mundo como su salvadora. A pesar de mi inicial resistencia, no tuve m¨¢s remedio que quedarme. Todos parec¨ªan dispuestos a no dejarme marchar. A las dos horas de estar all¨ª, aburrida de o¨ªr hablar del lance del profesor, hice un, intento de fuga, pero la vieja me retuvo. "Escucha", me. dijo. Fue entonces cuando la voz del anfitri¨®n se elev¨® sobre todas y pidi¨® silencio. "Estimados amigos", dijo a continuaci¨®n, "tenemos una misi¨®n importante que cumplir...,- ?ste es el motivo, por el cual nos hemos reunido. Ustedes podr¨¢n comprobar c¨®mo, d¨ªa a d¨ªa, nuestra sociedad est¨¢ siendo devorada por el c¨¢ncer igualitario. Muchas veces, seguramente, se habr¨¢n sentido agredidos por la vulgaridad de los modales y la corrupci¨®n de las costumbres, a punto de sentirse aislados en medio de toda esta degradaci¨®n general. Por otro lado, las condiciones de la vida moderna han ido relegando a un plano secundario las aut¨¦nticas ¨¦lites, atacadas cruelmente por el igualitarismo socialista, hijo de la Revoluci¨®n Francesa, que se extendi¨® a todos los pa¨ªses. Sin embargo, en estos momentos en que el mundo va llegando al ¨¢pice de una inmensa crisis religiosa, moral y cultural, la funci¨®n social de las ¨¦lites es m¨¢s necesaria que nunca... Es indispensable, pues, que en beneficio del propio bien com¨²n la acci¨®n a favor de los pobres se conjugue con una sim¨¦trica actuaci¨®n a favor de las ¨¦lites... Cuanto m¨¢s profunda es la crisis que nos aqueja, tanto m¨¢s importante es nuestro papel en la sociedad. Una sociedad sin ¨¦lites es como un cuerpo sin cabeza".
Cuando lleg¨® a esta parte del discurso, todo el mundo empez¨® a aplaudir. Y a partir de aqu¨ª, ya no pude o¨ªr m¨¢s, porque la vieja me agarr¨® por banda y, habl¨¢ndome del movimiento elitista que lideraba el duque, me condujo sonriente a la mesa donde estaban expuestos los libros del profesor paname?o, la respuesta m¨¢s acertada, seg¨²n ella, al igualitarismo socialista de nuestros d¨ªas. Enseguida comprend¨ª que aquella vieja no me dejar¨ªa marcharme sin el libro. As¨ª que finalmente saqu¨¦ las 5.900 pesetas, y antes de escaparme por la puerta, o¨ª, entre algunas de las palabra entrecortadas del discurso del duque, las siglas CMR.
.Los apaleamientos a cargo de skin heads no cesan, a juzgar por las denuncias que se presentan pr¨¢ctica mente todos los d¨ªas en las comisar¨ªas de Madrid. Ayer mismo, un grupo de seis, se supone que rapados, ya que ocultaban sus rostros con pasamonta?as, abordaron a un edil del Congreso, a un vigilante de la ORA y a un joven de buen aspecto que trabaja en un banco de la Gran V¨ªa. Mientras le golpeaban a este ¨²ltimo, no con demasiado ¨¦nfasis,, todo hay que decirlo, le dec¨ªan que era fruto de un error hist¨®rico que ellos se sent¨ªan obligados a subsanan Ninguno de los agredidos sufre lesiones graves, pero todos han aparecido con unas siglas, grabadas con caracteres g¨®ticos en su pecho: CMR. La polic¨ªa anda tras la pista de un complot mundial de rancios.
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