"No dejaremos las armas"
Los zapatistas controlan 15.000 kil¨®metros cuadrados de la selva Lacandona de Chiapas
ENVIADO ESPECIAL "No dejaremos las armas hasta que el Gobierno garantice a los campesinos e ind¨ªgenas de Chiapas tierras, educaci¨®n, salud y viviendas dignas", asegura desde la selva Lacandona el Mayor Mario, n¨²mero dos de la guerrilla, a un grupo de periodistas, entre ellos, el enviado de EL PA?S. Pasa a la p¨¢gina 10
"La guerra ser¨¢ Iarga"
Viene de la primera p¨¢gina"Alto, levanten todos las manos". Tres guerrilleros cubiertos con pasamonta?as y armados de fusiles acaban de irrumpir en un sinuoso camino de la Selva Lacandona, 100 kil¨®metros al este de Ocosingo. Han surgido como rayos de la espesura y obligan a cinco periodistas mexicanos y dos extranjeros, entre ellos el enviado especial de EL PA?S, a presentarse ante su jefe. El mayor Mario, un ind¨ªgena de unos 25 a?os, de mirada oscura y desafiante, distribuye a sus 12 hombres, fuertemente armados y cubiertos con pasamonta?as, en los alrededores y se apresura a exclamar: "Somos pobres alzados en armas. No queremos ser tratados como cochinos".
Atr¨¢s han quedado tres largas horas de trayecto en coche por unas pistas que discurren por una selva impenetrable y por caminos de piedras y de barro y m¨¢s de una hora de caminata a pie hasta el encuentro con el Ej¨¦rcito Zapatista de Liberaci¨®n Nacional (EZLN). Gu¨ªas ind¨ªgenas nos han acompa?ado durante el itinerario y han ido avisando, con rudimentarias radios, de nuestra llegada. Cientos de poblados ind¨ªgenas, habitados por m¨ªseros tzetzales, tzotziles o choles, se desparraman por los m¨¢s de 15.000 kil¨®metros cuadrados de selvas y de montes que controlan los rebeldes de Chiapas. En unas zonas de dificil¨ªsimo acceso, en los l¨ªmites de la frontera con Guatemala y de la pen¨ªnsula del Yucat¨¢n, los zapatistas cuentan con el total apoyo de los habitantes. Chozas de madera con techos de paja, ni?os harapientos y desnutridos que juegan al lado de cerdos salvajes, caminos de tierra y lodo, villorrios sin luz ni agua potable, inmensas praderas verdes donde corretean caballos y cabras y pastan las vacas definen el escenario donde los guerrilleros se mueven a sus anchas.
"Estamos en territorio liberado", comenta uno de los gu¨ªas que nos acompa?a en su rudimentario castellano, mientras los ind¨ªgenas nos saludan a la entrada de un poblado, de unos 700 habitantes. ?Qu¨¦ lejos quedan aqu¨ª los discursos de modernizaci¨®n y la imagen de un M¨¦xico estable y feliz, que acaba de firmar el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canad¨¢, en estas monta?as cubiertas de pinos y maleza donde miles de personas mueren cada a?o de c¨®lera o de otras enfermedades curables en cualquier hospital del Primer Mundo. Una aut¨¦ntica tela de ara?a de trama civil de los zapatistas domina una selva, Lacandona, y una sierra, la de Corralchen, donde el Ej¨¦rcito no se atrevi¨® a entrar tras la retirada de los zapatistas de las cuatro ciudades de Chiapas que ocuparon el d¨ªa de A?o Nuevo.
"Vamos a respetar el alto el fuego", comenta con una gran resoluci¨®n el mayor Mario, un dirigente campesino, hijo de padres del Partido Revolucionario Institucional (PRI), n¨²mero dos del Ej¨¦rcito Zapatista tras el subcomandante Marcos y el hombre que dirigi¨® la conquista de Ocosingo. "No hemos atacado al Ej¨¦rcito desde el pasado jueves y respetamos el alto el fuego, pero si vienen a molestamos, responderemos a los ataques. Todav¨ªa no hemos tomado contacto con Manuel Camacho Sol¨ªs [el comisionado del Gobierno para la paz en Chiapas], pero esa decisi¨®n corresponde al subcomandante Marcos y al Comit¨¦ Clandestino Revolucionario Ind¨ªgena", comenta el jefe zapatista. De apenas 1,60 metros de estatura, con pasamonta?as azul, pantal¨®n negro, camisa color caf¨¦ y fusil en ristre, el mayor Mario se irrita cuando exclama: "Es mentira que haya extranjeros en nuestro Ej¨¦rcito, es una mentira del Gobierno mexicano. Llevamos muchos a?os de pobreza a nuestras espaldas y esa pobreza es nuestra. Nosotros la combatimos con las armas. Somos mexicanos y la mayor¨ªa de nosotros somos j¨®venes campesinos ind¨ªgenas. Claro que contamos con g¨¹eritos [gente de piel blanca] pero son chiapanecos, s¨®lo que la naturaleza los hizo as¨ª".
Los 12 guerrilleros que acompa?an a Mario en un claro del bosque de la selva Lacandona parecen corroborar en silencio las palabras de su jefe. "Muchos de nuestros combatientes ni siquiera saben hablar espa?ol y se expresan en los dialectos ind¨ªgenas", comenta el n¨²mero dos del EZLN. Su voz se agiganta cuando declara: "No me pregunten por n¨²meros. S¨®lo les dir¨¦ que somos un chingo [una multitud] de campesinos alzados en armas". Tras la insistencia de los periodistas, admite que el n¨²mero de guerrilleros puede ascender a 10.000 hombres y mujeres. "Pues claro que hay mujeres con nosotros, incluso jefes", atruenan sus palabras, y a?ade que algunos sacerdotes cat¨®licos y catequistas tambi¨¦n se han unido al movimiento. El mayor Mario se?ala dos zapatistas que vigilan el camino: "Ellos eran catequistas. No somos religiosos, pero respetamos las creencias de todo el mundo". A pesar del papel de mediaci¨®n que han asumido la Iglesia y el obispo de San Crist¨®bal de las Casas, este l¨ªder zapatista advierte: "Samuel Ruiz tiene otro trabajo y es falso que la Iglesia apoye nuestro movimiento".
Campesinos e ind¨ªgenas, chiapanecos y guerrilleros, han bebido en la historia militar de este pa¨ªs para preparar sus ofensivas. "Admiro a Villa y a Zapata, a los curas Hidalgo y Morelos, que lucharon en favor de los indios. Nuestro pueblo nos ense?¨® lo que sabemos y no necesitamos de teor¨ªas extranjeras. Llevamos orgullosos el nombre de Emiliano Zapata porque fue el dirigente campesino que nos quiso dar tierras a todos los mexicanos, pero que fue asesinado por la burgues¨ªa". El mayor Mario reconoce que ha le¨ªdo a Mao Zedong, pero se apresura a negar que sea mao¨ªsta y rechaza de plano cualquier vinculaci¨®n con la guerrilla peruana del movimiento Sendero Luminoso.
Desde sus bases y campamentos en la selva, los guerrilleros zapatistas anuncian que la guerra ser¨¢ "larga y necesaria" y advierten que la guerrilla se extender¨¢ a otros Estados mexicanos con mayor¨ªa de poblaci¨®n campesina y sin tierras. "Se levantar¨¢n por su dignidad porque no quieren ser pobres y humillados. Estas carreteras de mierda son la felicidad que nos va a traer el TLC", manifiesta el dirigente guerrillero que desmiente, visiblemente enfadado, que los zapatistas provocaran los recientes atentados ocurridos en Ciudad de M¨¦xico y en Acapulco. "Nosotros no atacamos a civiles inocentes como hace el Ej¨¦rcito". A partir de este momento los grandes ojos negros del mayor Mario se inundan de ira v de rabia cuando relata excesos del Ej¨¦rcito durante la represi¨®n de la revuelta.
Fosas comunes, tiros de gracia, torturas, bombardeos de la aviaci¨®n sobre la poblaci¨®n civil y desalojos violentos de ranchos y de egidos ind¨ªgenas configuran el panorama de unas denuncias que varios comit¨¦s de derechos humanos investigan. "Ellos son los asesinos, los que proclaman a M¨¦xico y al mundo que nosotros somos comunistas y nos comemos a los ni?os", afirma el mayor Mario en uno m¨¢s de los muchos rasgos de humor presentes tambi¨¦n en el manifiesto p¨²blico de los zapatistas del pasado 6 de enero.
Bien armados y pertrechados, incluso con algo de armamento pesado y kilos de dinamita robada al Ej¨¦rcito, amparados en un impenetrable y salvaje territorio, con el respaldo de miles de ind¨ªgenas que comparten su lucha, los zapatistas ya han entrado en la historia de M¨¦xico. El Gobierno y el Ej¨¦rcito no han tenido m¨¢s remedio que reconocer que la pacificaci¨®n de Chiapas ser¨¢ lenta y costosa. "No vamos a dejar las armas", remacha el mayor Mario a modo de despedida, hasta que un Gobierno de transici¨®n garantice unas elecciones limpias y hasta que las autoridades se comprometan a mejorar las condiciones de vida de los ind¨ªgenas y a sacar de la miseria a los campesinos".
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