Memoria selectiva
FEDERICA MONTSENY fue enterrada ayer en la ciudad francesa de Toulouse pr¨¢cticamente en la intimidad. Casi de puntillas, la Montseny se fue exactamente al rev¨¦s, gran paradoja, de como ha b¨ªa vivido los a?os turbulentos de la contienda fratricida. Con escaso relieve informativo, con m¨ªnima presencia de la clase pol¨ªtica y sindical -tan s¨®lo la ministra de Sanidad, ?ngeles Amador, tuvo la sensibilidad de acudir a este ¨²ltimo homenaje y apenas sin una evaluaci¨®n de su papel hist¨®rico. Y, sin embargo, ¨¦ste fue importante y pol¨¦mico, tanto en su calidad de primera mujer que accedi¨® al Gobierno en la Espa?a contempor¨¢nea -?y una mujer anarquista, contrariando todas sus tesis sobre la conveniencia de no participar en los organismos del Estado!- como en su pol¨¦mico liderazgo del sector duro del anarcosindicalismo espa?ol.Fuera de su pa¨ªs, en tierra de exilio, la hist¨®rica l¨ªder anarquista pas¨® ciega los ¨²ltimos a?os de su vida. Muri¨®, podr¨ªa decirse, como un ama de casa: en el c¨ªrculo familiar, en el semisilencio oficial, en el olvido de sus compatriotas.
Hay, quiz¨¢, explicaciones para este bajo perfil social en la despedida de Federica Montseny. De fensora del sector m¨¢s radical del anarcosindicalismo, algunas de las responsabilidades de la espiral violenta en la Rep¨²blica y en la guerra civil recaen sobre su figura. El manto de silencio actual traduce, quiz¨¢, la voluntad de reconciliaci¨®n y paz fraguada en las ¨²ltimas d¨¦cadas, en gran parte a costa de la memoria. Pero las explicaciones no constituyen justificaciones: su figura tuvo, junto a esos tintes inquietantes, claroscuros y claros. Y, no el menor de ¨¦stos fue su defensa de la condici¨®n de la mujer, a trav¨¦s de una legislaci¨®n quiz¨¢ avanzada (ley del aborto, prohibici¨®n de la prostituci¨®n), pero en todo caso bien orientada.
Hay tambi¨¦n otros factores explicativos: la desaparici¨®n del anarquismo como fen¨®meno hist¨®rico, a cuenta de Franco, dej¨® a este movimiento sin herederos ideol¨®gicos, legado de actualidad, int¨¦rpretes ni albaceas. El breve y circunstancial retomo de la hist¨®rica l¨ªder a su pa¨ªs, durante la transici¨®n, lo certific¨®. Ah¨ª radica seguramente la diferencia entre los finales de dos mujeres decisivas en nuestra historia reciente, Dolores Ib¨¢rruri y Federica Montseny.
Pero los pa¨ªses serios y las culturas importantes asientan su convivencia presente sobre la fijaci¨®n y evaluaci¨®n de la memoria hist¨®rica y de quienes la representan. Y, especialmente, sobre la asunci¨®n del pasado como un todo, por m¨¢s que algunas de sus partes sean de amargo recuerdo o, simplemente, dignas de la m¨¢s contundente y severa cr¨ªtica. Si ni siquiera se ponen de relieve, ?c¨®mo discriminar entre la herencia aceptable, la discutible y la directamente rechazable?
La escas¨ªsima reacci¨®n de la intelectualidad ha ido acompa?ada de un recuerdo insuficiente y simb¨®lico del Gobierno de la naci¨®n, a trav¨¦s de la presencia en el entierro de la titular de Sanidad, y de alguna declaraci¨®n parcial de la ministra de Asuntos Sociales. Y del m¨¢s espectacular silencio de las autoridades auton¨®micas catalanas. Un silencio que se viene extendiendo sobre todo el per¨ªodo de la Generalitat republicana -especialmente sobre quienes participaron directamente en la pol¨ªtica espa?ola general, como fue el caso de la Montseny-, como si la historia de Catalu?a se redujera a los reyes medievales, Enric Prat de la kiba y quienes ahora ostentan el poder. Extra?a percepci¨®n de una historia tan larga y tan rica. Quienes intentan elegir, su pasado, seleccionar tanto en la memoria, no s¨®lo pueden pecar de mezquindad. Son sospechosos de querer manipular el presente y el futuro.
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