Gente de reojo
Madrid tiene cuatro millones de habitantes y, todos son desconfiados, menos un chico que f¨ªa peri¨®dicos en la calle Diego de Le¨®n.El d¨ªa de la huelga ese quiosco estaba cerrado, de modo que todo Madrid era una desconfianza completa.
Los madrile?os heredaron ese aire de reticencia que tienen sus miradas de las ¨¦pocas m¨¢s oscuras de la historia, cuando todo estaba bajo control, las ataduras pretend¨ªan estar a¨²n m¨¢s atadas y los porteros y los taxistas ped¨ªan la filiaci¨®n con los ojos.
Siempre se dijo que, ¨¦sta es una ciudad alegre y confiada, pero a Madrid a veces se le hiela la sonrisa y se le cierran las puertas y por todas partes surgen cuchillos de fr¨ªo que no templa ni dios.
El d¨ªa de la huelga fue, por lo menos durante un minuto largu¨ªsimo de la ma?ana, uno de esos t¨¦mpanos del tiempo de la desconfianza. Todos entonces nos miramos de reojo, y como el tiempo era bueno resultaba muy extra?o ver c¨®mo nos elud¨ªamos los huelguistas y los esquiroles, y los esquiroles y los huelguistas, con esa languidez extraviada: qui¨¦n nos estar¨¢ traicionando, qui¨¦n nos somete a vigilancia.
Era un muro de agua tibia, indecisa, el que nos separaba debajo del cielo m¨¢s limpio del invierno. Yo, en concreto, era esquirol, que es como se llama esta figura, y con esa apariencia deb¨ª sentirme en la calle porque de todas partes percib¨ª, quiz¨¢ sin otro sentido que el de mi propio prejuicio, que lenguas brotaban de las esquinas para reprocharme el destino de mis pasos.
Madrid es una ciudad maravillosa; ese d¨ªa sent¨ª que lo era, y ese sentimiento est¨¢ en algunas fotos espl¨¦ndidas en las que hombres quietos y confiados someten a sus perros al placer del paseo en tiempos de la bonanza de los d¨ªas libres. Era hermoso ver ese paisaje, pero negar que desde algunos postigos hab¨ªa tambi¨¦n en los dientes de la ciudad rastros de la amarga desconfianza de otros tiempos, aunque fuera en el destello de un instante, ser¨ªa como creer que todo el monte es or¨¦gano. Hab¨ªa ese d¨ªa madrile?os de reojo, y hasta que acab¨® la jornada no se aclar¨® del todo el tono turbio de millones de miradas.
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