A perra chica la palabra
La Real Academia Espa?ola pone hoy a la venta la primera edici¨®n popular de su diccionario, al precio de 4.600 pesetas
La publicaci¨®n de un diccionario de la lengua es siempre un gran acontecimiento, sobre todo si se vende a perra chica la palabra y se edita en r¨²stica y formato reducido que facilite su manejabilidad. La Academia Espa?ola merecer¨ªa los un¨¢nimes agradecimientos por eso.Y, sin embargo, se la denosta por algunas lagunas e imprecisiones que nadie hubiese podido advertir si no fuera por el minucioso rastreo que hacen de su extenso vocabulario puntillosos especialistas.
La tarea requiere su tiempo, naturalmente, y sabidur¨ªa. Son 83.500 los vocablos, la mayor parte de los cuales al com¨²n de los ciudadanos les trae absolutamente sin cuidado, pues no los ha o¨ªdo nunca ni espera pronunciarlos jam¨¢s. En cambio muchos se llevar¨ªan sorpresas si consultaran en el diccionario algunos de los que utilizan habitualmente. Hay una obsolescencia y un punto ¨¢lgido, por ejemplo, que han irrumpido en el discurso cotidiano, y pretenden expresar lo contrario de lo que significan.
No son palabras nuevas; antes bien, son viejas, y diccionarios del pasado siglo las recog¨ªan con la advertencia de que hab¨ªan ca¨ªdo en desuso. Unos a?os atr¨¢s han vuelto, no se sabe muy bien el motivo, igual que lavander¨ªa estaba anticuada all¨¢ por el XVIII y cercano el XXI se considera palabra de gran modernidad.
Los acad¨¦micos siempre han sentido la preocupaci¨®n de modernizar el lenguaje, acomod¨¢ndolo a la realidad de su tiempo, pero corren el riesgo de confundir la evoluci¨®n con la moda, las exigencias sociales con las imposiciones de los grupos de presi¨®n. Ahora parecen obsesionados por corregir los prejuicios machistas que influyeron en el lenguaje a trav¨¦s de los tiempos y feminizan todo lo feminizable, lo cual crea una discriminaci¨®n en sentido contrario y un galimat¨ªas en las formulaciones verbales.
Admitido el femenino jueza (horrendo vocablo, por cierto), cabe preguntar por qu¨¦ al juez no lo llaman juezo. Y si vale jueza, por qu¨¦ no alf¨¦reza, femenino de alf¨¦rez, o recluto, masculino de recluta. Y, de ah¨ª en adelante, rentisto, pederasto, automovilisto, fiscala, ujiera, mecenazga, voces que la Academia no acepta en una extra?a manifestaci¨®n de incoherencia.
Esta premura feminista que les ha entrado a los acad¨¦micos contrasta con las muchas vueltas que les daban a palabras perfectamente asentadas en el habla del pueblo. Ocurri¨® con co?ac, que no les gustaba y propusieron la voz alternativa jeri?ac. Mas hubieron de desecharla, ya que los espa?oles sacaron inmediatamente un chiste: llegaba uno a un bar, dec¨ªa "jeri?ac" y el camarero respond¨ªa: "Bajando, segunda puerta a la izquierda".
Son an¨¦cdotas, excepciones, hablar por no callar, cuestiones sin importancia, desde luego, pues el nuevo diccionario, en r¨²stica y llevadero, tiene una utilidad de primer orden. Para curiosos, especialistas e inmortales, resultan insustituibles el Diccionario de Autoridades y el Etimol¨®gico de Corominas y Sala, que son aut¨¦nticos tesoros, fondos de cultura, y leerlos constituye una delicia.
Para la ciudadan¨ªa de a pie, en cambio, basta el diccionario usual, que venden a 4.600 pesetas; ?qui¨¦n da m¨¢s? Echadas cuentas, sale a cinco c¨¦ntimos el vocablo. O sea, por una perra chica, cualquiera puede consultar ¨¢lgido y, al enterarse de su significado, quedarse helado; es decir: yerto, del patat¨²s. (De pata, m. fam. Desmayo, lipotimia).
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