Incertidumbres y perspectivas
OCTAVIO PAZEl autor se?ala en este art¨ªculo -escrito antes de que se planteara la apertura de negociaciones entre Gobierno y zapatistas- que la futura discusi¨®n pol¨ªtica debe llevarse a cabo con generosidad y firmeza.
Ni por su poder¨ªo militar ni por su ideolog¨ªa el movimiento de Chiapas puede triunfar. En cambio, s¨ª puede ensangrentar a esa regi¨®n, arruinar la econom¨ªa del pa¨ªs, dividir a las conciencias y, en fin, dar un golpe mortal a nuestro ' incipiente y d¨¦bil proceso democr¨¢tico. Pero los hechos sociales, debo repetirlo, son complejos, dobles o triples. Es imposible ignorar la otra faz de la revuelta de Chiapas: las iniquidades que denuncian las comunidades ind¨ªgenas de Chiapas son bien reales, y justas la mayor¨ªa de sus demandas. Por esto sostuve, desde el principio, que "en todoslos casos el Gobierno mexicano debe preferir el di¨¢logo al uso de la fuerza". Pacificar con la raz¨®n es mejor que vencer por las armas. Esto es lo que intenta hoy el presidente Salinas. Nombr¨¦ secretario de Gobernaci¨®n a un universitario respetado, el jurista Jorge Carpizo; orden¨® el cese unilateral del fuego; design¨¦ comisionado para la paz y la reconciliaci¨®n a una personalidad pol¨ªtica, el apto y flexible Manuel Camacho, que se ha distinguido por su capacidad de negociador; y pidi¨® al Congreso aprobar una ley de amnist¨ªa. La opini¨®n p¨²blica ha aplaudido estas medidas.
A nadie se le ocultan las dificultades de la futura negociaci¨®n. La primera se refiere a los interlocutores: ?qui¨¦nes son? Uno de los misterios de la situaci¨®n actual (y no es el ¨²nico) es la identidad de los dirigentes de la revuelta. Hasta ahora se han presentado con nombres ficticios y el rostro cubierto por un pasamonta?as. Pronto los conoceremos: no es veros¨ªmil que las negociaciones se lleven a cabo entre enmascarados. Aunque es total nuestra ignorancia acerca de sus personas, sabemos por lo menos que la direcci¨®n es colectiva. Probablemente est¨¢ compuesta por dos grupos distintos: los comandantes y los representantes de las comunidades campesinas que forman el movimiento. Estos ¨²ltimos representan a grupos ¨¦tnicos muy celosos de su historia y de sus tradiciones particulares. As¨ª, la primera dificultad para entablar el di¨¢logo consiste, por una parte, en la diferencia de objetivos y puntos de vista entre los comandantes y los dirigentes ind¨ªgenas; por la otra, en la diversidad de m¨®viles e intereses de las distintas comunidades. Cada colectividad humana es el teatro de la lucha entre tendencias, intereses y grupos; el movimiento de Chiapas no es una excepci¨®n, y en su seno existen oposiciones y diferencias. Cualquier an¨¢lisis de la situaci¨®n debe tener muy en cuenta esta circunstancia.
Seguramente, los dirigentes superar¨¢n, en el primer momento de la negociaci¨®n, sus diferencias y presentar¨¢n una lista o pliego de temas, condiciones y demandas. Aqu¨ª interviene la gran pregunta: ?qu¨¦ puede negociarse? Los dos manifiestos del movimiento se refieren, en primer lugar, a ciertos objetivos nacionales (libertad, democracia) y enseguida a las demandas locales de las comunidades ind¨ªgenas. Me parece que en el segundo punto el acuerdo puede ser r¨¢pido. Es urgente reparar las faltas y omisiones del pasado. Si el Gobierno oye las demandas de las comunidades, como parece que est¨¢ decidido a hacerlo, se habr¨¢ iniciado el proceso de una inmensa reparaci¨®n hist¨®rica. Pero los dos manifiestos contienen tambi¨¦n, como ya se?al¨¦, un programa pol¨ªtico nacional que entra?a una verdadera subversi¨®n del orden actual: la destituci¨®n del Gobierno y el nombramiento de un Gobierno provisional encargado de convocar a nuevas elecciones. Es claro que estas demandas no son ni negociables ni discutibles. Aceptar siquiera su discusi¨®n equivaldr¨ªa a una rendici¨®n de facto.
Ignoro cu¨¢les podr¨ªan ser las demandas negociables de los insurrectos. Supongo que, si el viejo demonio de la desmesura no los ciega, sus demandas ser¨¢n m¨¢s realistas que las que figuran en sus manifiestos y en las declaraciones que han hecho a la prensa varios comandantes, mayores y capitanes. De paso: para ser oficiales de un ej¨¦rcito, esos militares son m¨¢s bien locuaces y no se recatan en exponer puntos de vista contradictorios. A pesar de esta diferencia de opiniones, en los documentos que han publicado proclaman que luchan por la libertad y la democracia. Me parece que aqu¨ª podr¨ªa encontrarse el comienzo de un entendimiento. Hay un punto en el que coincidimos la gran mayor¨ªa de los mexicanos: la aspiraci¨®n democr¨¢tica. Ahora bien, al tratar este tema y otros parecidos, el comisionado deber¨¢ tener en cuenta un principio de orden general: el movimiento representa ¨²nicamente a grupos (?mayoritarios?) de cuatro municipios de Chiapas. En consecuencia, no es ni puede ser el vocero de una naci¨®n de 90 millones de habitantes. La pol¨ªtica nacional es un tema que compete a todos los mexicanos y que debemos discutir entre todos. Se trata de un principio b¨¢sico, de un derecho irrenunciable que debemos defender a toda costa.
En general, las negociaciones de esta ¨ªndole son largas y con frecuencia duran a?os. Ejemplos recientes: El Salvador, Guatemala, y en otros continentes, Israel y los palestinos, Gran Breta?a y los cat¨®licos irlandeses, el Gobierno espa?ol y la ETA. Pero nosotros tendremos elecciones el pr¨®ximo mes de agosto. La revuelta comenz¨® precisamente en el momento en que se iniciaba la campana electoral. Esta circunstancia es lo que vuelve angustiosa la situaci¨®n actual. Nuestra democracia est¨¢ en pa?ales y la afean muchos vicios. Unos son imputables a la larga y antinatural hegemon¨ªa del PRI; otros son de orden hist¨®rico. La democracia, no me cansar¨¦ de repetirlo, es ante todo una cultura: algo que se aprende y se practica hasta convertirse en h¨¢bito y segunda naturaleza. Algo que todav¨ªa no acaban de aprender ni el Gobierno, ni los partidos de oposici¨®n, ni la mayor¨ªa de nuestros conciudadanos. En nuestro pa¨ªs nadie se resigna a perder. No obstante, a pesar de todos sus defectos, a veces cojeando y otras a trompicones, a gritos y a porrazos, la democracia mexicana comienza a cobrar realidad. La revuelta de Chiapas ha introducido en nuestra vida pol¨ªtica el espectro de la ingobernabilidad. Un espectro que podr¨ªa convocar a otro espectro no menos ominoso: el de la fuerza. En esto reside el peligro de la situaci¨®n.
Desde su nacimiento como pa¨ªs independiente, M¨¦xico ha estado amenazado por la ingobernabilidad y por su remedio b¨¢rbaro: la dictadura. Al presidente Calles se le ocurrio una soluci¨®n intermedia y en 1929 fund¨® el Partido Nacional Revolucionario, que hoy se llama PRI. Fue una soluci¨®n que no era enteramente democr¨¢tica ni totalmente autoritaria. Para nadie es un secreto que el PRI ha cumplido ya su funci¨®n estabilizadora y que hoy debe convertirse en un partido como los otros o desaparecer. Vivimos en un periodo de transici¨®n hacia la democracia. Por causas que no puedo examinar aqu¨ª (he tratado el tema en otros escritos) nuestra transici¨®n, al rev¨¦s de la de Espa?a, ha sido demasiado lenta, con muchos tropiezos y reca¨ªdas. Tambi¨¦n con avances innegables. Las condiciones de hoy no son las de hace quince o diez a?os. De pronto, en el extremo sur, irrumpe la revuelta de Chiapas. Cualquiera que sean las causas que la han originado (y ya dije que algunas son leg¨ªtimas), su significado es claro: es un regreso al pasado. Abre la puerta al caos que vivieron y sufrieron nuestros padres y nuestros abuelos. Para cerrarle el paso al monstruo doble -el caos y su corolario, la fuerza- el remedio tambi¨¦n es doble: la negociaci¨®n, que debe llevarse a cabo con generosidad, pero asimismo con firmeza, y una acci¨®n paralela y pac¨ªfica de todos los mexicanos, que asegure el tr¨¢nsito definitivo hacia la democracia.
Tenemos que proponernos, como meta com¨²n, realizar unas elecciones de tal modo limpias que resulten inobjetables para todos. Los otros programas pol¨ªticos y sociales deber¨¢n pasar a segundo plano. Nuestro pa¨ªs es muy viejo y muy joven, es uno y es m¨²ltiple. Hoy tiene que reunirse consigo mismo, sin sacrificar a sus tradiciones ni a su diversidad, para dar el salto y penetrar al fin en el mundo moderno. No es el para¨ªso: es la historia, el lugar de prueba de los hombres y las naciones.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.