Transici¨®n mexicana
EL ESTALLIDO de la revuelta campesina del Estado de Chiapas han tenido un inesperado efecto oxigenador en la vida pol¨ªtica mexicana. Las medidas adoptadas por el presidente Carlos Salinas han acelerado una transici¨®n pol¨ªtica iniciada hace ya cinco a?os pero que era criticada desde muchos ¨¢mbitos por su lentitud y excesivo gradualismo. La terrible imagen que ha reflejado el espejo de Chiapas parece haber puesto al un¨ªsono a Gobierno, oposici¨®n y prensa en la tarea de construir un modelo democr¨¢tico plenamente homologable.Repentinamente, el paso lento y en exceso prudente de la evoluci¨®n pol¨ªtica se ha visto alterado por actitudes hasta ahora desconocidas para la sociedad mexicana: unos medios de comunicaci¨®n capaces de informar dentro de unos m¨¢rgenes de libertad desconocidos, unas Fuerzas Armadas sometidas disciplinada aunque irritadamente a la autoridad del presidente, las estructuras m¨¢s antiguas del aparato de poder en franca derrota, una clara erosi¨®n del concepto mismo del tapado presidenciable. Como colof¨®n, un acuerdo entre todos los partidos para poner en marcha una maquinaria electoral neutral.
La repercusi¨®n de la rebeli¨®n de Chiapas da fe de dos cosas: una, la fragilidad de un mundo pol¨ªtico mexicano al que es capaz de desestabilizar una guerrilla en una provincia remota, y dos, la indiferencia del Gobierno en el pasado para atender unas exigencias m¨¢s que justificadas.
En el levantamiento de Chiapas han intervenido varios factores primordiales. En primer lugar, la depauperaci¨®n econ¨®mica de los ind¨ªgenas chiapanecos y el total desamparo en que los tiene el Estado, que los ha abandonado a la libre explotaci¨®n de ganaderos, cafetaleros y pol¨ªticos corruptos. En segundo lugar, el choque entre unos sistemas sociales tradicionales fuertemente arraigados y la inevitable eclosi¨®n del desarrollo econ¨®mico que la puesta en funcionamiento del Tratado de Libre Comercio agudizar¨¢. En tercer lugar, la importaci¨®n de fen¨®menos extra?os a la zona, como la fuerte inmigraci¨®n de otras comunidades o la utilizaci¨®n del territorio por las guerrillas guatemaltecas.
Sobre esta situaci¨®n incidieron influencias de muy diversa procedencia: por una parte, unos l¨ªderes j¨®venes de formaci¨®n urbana y universitaria. Por otra, toda clase de organizaciones no gubernamentales de ayuda. Y finalmente, una Iglesia cat¨®lica fuertemente implantada e identificada con la teolog¨ªa de la liberaci¨®n, o m¨¢s bien con una mezcla entre ella y las viejas creencias ind¨ªgenas.
La respuesta inmediata del aparato estatal fue la tradicional: represi¨®n y silencio. S¨®lo la decisi¨®n del presidente Salinas detuvo, no sin irritaci¨®n castrense, la acci¨®n del Ej¨¦rcito. El nombramiento de Manuel Camacho Sol¨ªs como pacificador, la declaraci¨®n unilateral de tregua, la amnist¨ªa de los rebeldes y la oferta de negociaciones con garant¨ªas han sido otros tantos pasos ins¨®litos para un sistema cuyo reflejo natural sol¨ªa ser el autoritarismo.
Al hacer lo que es normal y democr¨¢tico en un pa¨ªs que no est¨¢ acostumbrado a ello, el presidente Salinas ha abierto una v¨ªa de agua en el sistema priista. Ha expuesto la fragilidad de ¨¦ste. Manuel Camacho, escocido por no haber sido nombrado tapado, ha adquirido en unos d¨ªas una popularidad que complica la campa?a presidencial de Colosio, reduce los m¨¢rgenes porcentuales de su presumible victoria, incrementa la capacidad pol¨ªtica del Partido Revolucionario Democr¨¢tico, que lidera Cuauht¨¦moc C¨¢rdenas (que a punto estuvo ya de derrotarle en 1988), y destruye las bases operativas sobre las que el PRI ha fundado su acci¨®n pol¨ªtica y econ¨®mica a lo largo de 70 a?os. Una apuesta arriesgada para el partido, aunque saludable para la libertad y la democracia.
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