Bakalao
Acaban de conseguir su cuarto de hora de fama y no parece importarles demasiado. Son ellos, los del bakalao, los nietos j¨®venes de los que retomaron el placer de viajar sin rumbo. Hijos de hijos precoces de Cassidy, Kesey, Kerouac, Hopper, de los enloquecidos de la gaseosa de ¨¢cido el¨¦ctrico, de los ruteros de la intensidad y el exceso, de todos aquellos que en definitiva aplican con constancia y fe la m¨¢xima cl¨¢sica de viajar es necesario, vivir no es necesario.
Pero tambi¨¦n son los descendientes seculares de los n¨®madas, de los hijos de la nube, de los paseantes medievales por el amor y la muerte, de los perdedores, de los gitanos con gracia ("me llev¨¦ 15 o 16 a?os en Madrid durmiendo dos o tres horas diarias" comentaba Jos¨¦ Sordera en estas p¨¢ginas), de los que han ido dej¨¢ndose la piel en el camino y, adem¨¢s, han sabido y conseguido encontrar el placer en la necesidad: de los sabios de la vida.
Tienen sus catedrales, sus paradas y fondas, su parco vocabulario y sus energ¨ªa acumulada a lo largo de la semana de paro, insumisi¨®n o hast¨ªo. Por no faltar no les faltan ni las acusaciones ni las torpezas de quienes anatemizan lo que no entienden o las f¨¢ciles leyendas mixtificadoras que brotan siempre en los campos abonados por cad¨¢veres. Las cunetas est¨¢n llenas de cuerpos ensabanados desde que se pudo viajar a m¨¢s de 90 kil¨®metros por hora pero es ahora cuando las voces de los bienpensantes alcanzan su punto cenital.
Debates parlamentarios auton¨®micos, discusiones sobre la dureza de las drogas de laboratorio, disquisiciones sociol¨®gicas, referencias cultas... la t¨®pica parafernalia adulta que surge de los siervos del sistema cuando ¨¦ste descubre un organismo extra?o. La consigna es simple: lo que no se controla y mercadea se persigue hasta que se pueda deglutir. Despu¨¦s se tira de la cadena. Atr¨¢s queda la incapacidad de quienes los maldicen para ofrecer alternativas atractivas.
Ellos, entre tanto, desfogan su incertidumbre los fines de semana. Se aturden, se encuentran y desencuentran, se desean y emborrachan. Saben que el pasado, pas¨¦, y que el presente -48 horas de asfalto y naves industriales reconvertidas en discotecas- sirve fundamentalmente para no pensar en un futuro que casi no existe. El mismo que han / hemos destruido entre quienes hoy les reprochan con nostalgia no tener ideales solidarios y los que directamente les insultan desde la autosatisfacci¨®n del BMW (con frecuencia son la misma persona. Ventajas de quienes hace tiempo perdieron su propia memoria o la verg¨¹enza).
No hace falta preguntar cu¨¢ntas vidas se han cobrado, y se cobran, los nacionalismos iluminados en los ¨²ltimos dos o tres a?os. O los fundamentalismos. Cu¨¢ntos han muerto por colocar un trapo nacional en una torre del tendido el¨¦ctrico. Ni cu¨¢nta desesperaci¨®n han provocado los listos de la cultura del pelotazo y quienes la han fomentado. Ni tampoco cu¨¢nto embrutecimiento colectivo hace falta para que los profetas audiovisuales del apocalipsis y el asco se puedan llevar a casa unas decenas o cientos de millones de pesetas al a?o como justa retribuci¨®n a sus esfuerzos en favor de la estulticia.
Lo que importa, lo que permite rasgarse las vestiduras, es que cinco, diez, veinte... adolescentes se empotren los sesos contra cualquier ¨¢rbol en una madrugada de s¨¢bado repletos de ruido y risas.
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