El eco de la guerra fr¨ªa
Las relaciones EE UU-Rusia, afectadas por el 'caso Ames' y la disputa por el protagonismo internacional
Esp¨ªas, expulsiones de diplom¨¢ticos, conflicto de intereses en el Consejo de Seguridad de la ONU, guerra por el protagonismo en la escena internacional, incomunicaci¨®n, amenazas, acusaciones mutuas... Todo vuelve a sonar familiar en las relaciones entre EE UU y Rusia. Excepto una cosa: antes EE UU prefer¨ªa el caos al orden comunista establecido; ahora, prefiere el precario orden establecido al caos que se presume en el horizonte. Aparentemente , s¨®lo eso impide que las relaciones atraviesen actualmente por el momento cr¨ªtico que sus deferencias coyunturales merecer¨ªan.Por debajo de las apariencias, tanto el Gobierno de Washington como el de Mosc¨² han hecho esfuerzos para reducir los problemas surgidos en las ¨²ltimas semanas a una ligera tormenta de verano. Pero lo que no han podido evitar es que apareciese con nitidez la fragilidad de una relaci¨®n entre dos potencias que est¨¢n muy lejos a¨²n de convertirse en socios y aliados.
El esc¨¢ndalo provocado por el caso de espionaje protagonizado por Aldrich Ames, alto funcionario de la CIA detenido por trabajar para sovi¨¦ticos y rusos durante una d¨¦cada, ha devuelto a ambos pa¨ªses a la dura realidad que el triunfalismo de la posguerra fr¨ªa ocultaba.
Los largos a?os de entendimiento con Mija¨ªl Gorbachov, la desaparici¨®n de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, el ascenso de un reformista radical como Bor¨ªs Yeltsin, la imperiosa necesidad de ayuda econ¨®mica norteamericana por parte de las nuevas autoridades, la posibilidad de colaboraci¨®n entre Rusia y la OTAN, y el buen ,clima de los encuentros entre Yeltsin y el presidente norteamericano, Bill Clinton, entre otros signos recientes, hab¨ªan llevado a la apreciaci¨®n de que los intereses de Rusia y de Occidente eran ahora id¨¦nticos. Ha hecho falta tan s¨®lo una discrepancia en Pol¨ªtica exterior, un novelesco suceso de espionaje y, sobre todo, un profundo conflicto interno en Mosc¨² para demostrar que no es as¨ª, o al menos por completo.
"La luna de miel ha terminado", dice Raymond Garthoff, antiguo embajador norteamericano en pa¨ªses del Este de Europa. "Es hora se comprender que no podemos pensar que por el solo hecho de que haya desaparecido el comunismo Rusia va a estar dispuesta a hacer lo que le diga el Gobierno de Estados Unidos".
Hasta esta ¨²ltima crisis, el temido oso comunista era visto en Washington como un animal cansado y d¨®cil al que era f¨¢cil tener al lado con un pu?ado de caramelos. De repente, para sorpresa de los gobernantes norteamericanos, ese oso ha vuelto a rugir con un intento de protagonizar los acontecimientos en Bosnia, con una resistencia mayor de la prevista a aplicar las reformas econ¨®micas recomendadas por EE UU con un esp¨ªa a su servicio que empeque?ece a los de otros tiempos.
"Las relaciones con Rusia se hab¨ªan caracterizado por una gran ingenuidad por parte de Strobe Talbott [el embajador especial para Rusia y ahora secretario de Estado adjunto] y de su equipo", afirma la profesora de Relaciones Internacionales de la American University de Washington Louise Shelley.
De la noche a la ma?ana, los gobernantes norteamericanos han perdido su ingenuidad y han comprendido que Rusia sigue siendo el pa¨ªs m¨¢s grande da la Tierra, una naci¨®n de 150 millones de habitantes, una potencia nuclear y una pieza fundamental en la seguridad de Europa y de otras regiones del mundo, y que como tal hay que tratarlo. "Tenemos que descartar la idea de que [la relaci¨®n con Rusia] es una uni¨®n entre socios y volver a pensar que es una dura rivalidad", ha declarado el senador Richard Lugar, presidente de la comisi¨®n de Relaciones Exteriores de la C¨¢mara Alta.
La crisis actual va a hacer madurar las relacione. Clinton ha advertido que el apoyo a Rusia y a Yeltsin "no equivale a una fe ciega" en su pol¨ªtica. Pero a?ade: "Forma parte de nuestros intereses nacionales seguir trabajando con Rusia para disminuir los riesgos nucleares y apoyar una pac¨ªfica evoluci¨®n a la democracia".
Yeltsin ha dejado claro que la prioridad de su pol¨ªtica exterior ser¨¢ la defensa de los intereses nacionales, que no siempre coinciden con los de Estados Unidos. En Mosc¨², un Gobierno acosado por fort¨ªsimas presiones internas mira hacia el exterior, ya no s¨®lo como fuente de ayuda econ¨®mica, sino como un escenario en el que poder sacar el pecho con orgullo.
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